Editorial
Dos mujeres ante el poder presidencial – Guillermo Knochenhauer
Nuestro muy adelantado proceso electoral tendrá, con seguridad, un desarrollo diferente a cualquiera que lo haya precedido. Anticipo que transcurrirá con menos antagonismos simplificados y motivos de polarización, y me baso para decirlo en que serán dos mujeres las que marcarán la pauta; creo firmemente en que notaremos la disminución de formas perversas de competencia basadas en acusaciones exageradas o infundadas que llegan a provocar rupturas y entorpecen las soluciones.
Las mujeres, ha dicho Xóchitl Gálvez, “hacemos política de manera diferente” y en eso sí le creo; tratándose del poder político, hay diferencias entre lo femenino y lo masculino. Una que es sustancial me la hizo notar la doctora Úrsula Oswald, experta, entre otros temas, en patriarcado; las mujeres, me dijo, en general no van tras el poder por el mero gozo de poseerlo y la satisfacción de tener privilegios personales, sino que lo persiguen primordialmente por su utilidad práctica para lograr propósitos más sensibles a las necesidades de los demás.
Aunque las características de personalidad y temperamento no las determina solamente el género, ya que también cuentan factores sociales, culturales y ambientales, y sin caer en roles estereotipados de género, se acepta que en general, las mujeres tienden a ser más empáticas, emocionalmente expresivas y estar mejor preparadas para escuchar activamente los problemas de otros, mientras que entre los hombres ocurren mayores grados de agresividad, competencia e intransigencia.
Durante las últimas décadas ha habido un aumento significativo en la presencia y participación de las mujeres en roles de poder y liderazgo en la política, los negocios y la academia, y algunas líderes políticas han sido destacadas en el mundo; Forbes analizó el manejo de la pandemia y encontró que fue mucho mejor -con menos víctimas fatales- en los 12 países gobernados por mujeres.
A su paso por nueve gubernaturas en México, que han sido Colima, Tlaxcala, Yucatán dos veces, Ciudad de México dos veces, Zacatecas, Sonora y Puebla, centenares de alcaldías y múltiples senadurías y diputaciones, las mujeres que conocen su propia valía y no asumen actitudes viriles, queriendo actuar como los hombres, han aportado perspectivas que promueven políticas más igualitarias que favorecen a la sociedad.
La feminización de la política es un fenómeno reciente, del que nos falta mucho por ver y aprender, y en México tendremos la ocasión de hacerlo desde la más alta magistratura del país. Una mujer será la próxima presidenta de México, y aunque nadie ha dudado nunca que ese alto cargo es cosa de hombres, una cuarta parte de la población mexicana piensa, hoy por hoy, según encuesta de El Financiero (Alejandro Moreno 06-30-2023), que el liderazgo masculino en política es mejor que el femenino; aunque la proporción de ciudadanos que así piensa sigue siendo muy alta, hace 25 años era aún mayor, 45 por ciento.
El rechazo a la mujer en puestos de liderazgo político se ha reducido, pero persiste y confiemos en que no resista la primera presidencia femenina de la República.
Álvaro Cueva, columnista, tuvo el inteligente acierto de observar el carácter y temperamento de las mujeres jugando futbol, y publica una reseña de uno de los partidos del torneo de competencia amistoso entre las campeonas del futbol mexicano y las campeonas del futbol español conocido como Camp3onas Tour 2023 (Milenio 03.09.2023); en su nota subraya que las féminas “le están devolviendo su verdadera vocación” a ese deporte.
“¡Es hermoso!, escribe Cueva, No más violencia en los estadios. No más gente golpeándose o faltándose al respeto. No más groserías. No más señas obscenas” y agrega: “Por increíble que parezca, todos celebraban los goles de todos. No había odios. Era y es el deporte en su más pura manifestación”.
La política, en su más pura expresión, nunca será tan noble como pueden ser los encuentros deportivos, pero el sistema político mexicano, cuya pieza clave son los partidos, se han divorciado de la ciudadanía en grado tal que la situación merece el calificativo de crisis. Necesita altas dosis de empatía y nobleza.