Editorial
Soy ideático I – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Soy ideático I
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir
Según la recién resignada RAE (con eso de la tilde en ‘solo’), ideático es ser maniático o venático, ambas como extensiones de la locura. Y amen de la segunda palabra que me parece hermosa, tiene bastante de razón. Ser ideático es ser una persona que tiene la extraña virtud de aferrarse a una idea, independientemente de su racionalidad o fuente, para vivir la existencia de acuerdo a sus entendimientos. Y nos es para menos. Los ideáticos, esta canasta de islas en la complejidad de la realidad, nos asoleamos como lagartos según la ocasión, y damos de tumbos por el mundo para amoldarlo, cada vez menos democrático de las interpretaciones, para amasar nuestras diminutas fortalezas de la mente. No necesitamos evidencias, nos basta con creer, y entonces nombramos y redescubrirnos el mundo una vez más, más parecidos a nosotros mismo. Algunas de estas histriónicas percepciones son más dignas que otras.
En mi caso, aunque soy un anticuario de la irracionalidad por costumbre, me complacerá hablar de una gasolinera. Pues, aunque no hay mayor evidencia que sostenga esta idea, la costumbre y la confianza ciega en esa costumbre y esa idea, extraña argamasa de la conjunción, alcanza para serle fiel a sus principios. Y baste saber que la subtrama es económica, y uno como consumidor se regodea de asumir que podemos vencer a ese monstruo que es el mercado. Según esto, la idea es que, en una gasolinera en particular, en una bomba en específico, la relación beneficio-costo es mayor a cualquier otra de la localidad, y sus beneficios marginales sobrepasan por mucho los beneficios tangibles de otros casos, en especial por dar aquello que se compra en el volumen correcto (porque esa es una virtud en nuestra modernidad bananera). Por eso era necesario admitir de primera instancia que no se trataba de un hecho basado en la evidencia, sino en el capricho. Esta idea es popularmente aceptada, cuando menos por la larga fila de feligreses que nos detenemos a reflexionar por qué estamos haciendo fila en esa misma bomba, si a bien nunca hemos hecho el ejercicio de comprobar que el beneficio supera al costo. No sólo como un ejercicio de salud financiera o de rendimiento, sino en la vida que dedicamos a permanecer atentos a una idea preexistente. ¿No somos acaso como peregrinos o parroquianos que le rezan a una estatua derruida por que debe ser cierto lo que pensamos que es cierto?
Alguna vez alguien me dijo que era sí, y yo alegremente seguí sus pasos, al igual que la otra media decena de alegres conductores que esperan pacientemente a pasar a la bomba en cuestión. Quizá ni siquiera se trata de confianza o del milagro de la verdad, y es un ritual de la costumbre, una aparición esporádica de una norma social, del canon y misterios de la ciudad, de ser parte y formar una singular tradición para que la repliquen las generaciones futuras. O es la comodidad de la rutina, el miedo a probar algo diferente, a colorear fuera de los bordes del dibujo que algún diseñador inteligente, o no, nos ha provisto. Y es ridículo, es un pensamiento tonto, sin fundamentos, sin evidencia, que nos hace cavilar en cuánto estamos sacrificando por no haber decidió pasar de frente, explorar los verdes pastizales de otros proveedores, y salir a la aventura del consumidor.
Todo esto lo pienso desde la fila, claro, tras los vente minutos o más que ya hemos estado esperando para llegar a ese oasis de los hidrocarburos; y si es más tiempo, no he de aceptarlo, porque la vergüenza es mayor que la pertinencia. Me aferro a que debe ser así, y que cada que se requiera la ocasión, pueda ser de la misma manera, exactamente igual, y seguir así por un tiempo ilimitado. Aunque tampoco somos tan estúpidos como puede parecer, ya que hay muchas otras razones que nos guían, como la oportunidad, la cercanía a nuestras actividades y rutas, la amabilidad del despachador, o incluso los recuerdos de otras visitas pasadas, con sus conversaciones y rostros ocultos bajo el neón de las luces. La rutina nos hace mantenernos a salvo del mundo, y no enloquecer en la vertiginosidad de los cambios. Además, las facturas son algo que se ha vuelto nuestro pan de cada día, es algo que tomamos en cuenta para decidir qué consumimos, cuándo y por qué. El mundo y sus innecesarias burocracias para existir.
Así como nos mantenemos esperando a que la vida acomode nuestros caprichos a la realidad, estamos pensando cosas, repasando discursos, teniendo conversaciones imaginarias en la ducha o de camino por el pan, y siendo tan conscientes de nuestra inconciencia que lo pasamos por alto. Quien sea libre de ser ideático que tire la primera piedra.