Editorial
JUAN RULFO Y CARLOS PELLICER EN LA OBRA DE SAMUEL GORDON – Mario Morales Castro
JUAN RULFO Y CARLOS PELLICER
EN LA OBRA DE SAMUEL GORDON
Segunda de dos partes
Por Mario Morales Castro
Además de las observaciones sobre el proceso de creación en ese gran enigma que es Juan Rulfo, Samuel Gordon, en su libro de ensayos De calli y tlan (“De esta casa y lugar”), Escritores Mexicanos, UNAM, 1995, encontramos otros aspectos ―como señaló Alejandro González Acosta en la presentación del libro― no elegidos al azar de la elección casual, sino auténticos puntos nodales de la cultura mexicana contemporánea para hacerlos objetos de su investigación y análisis, mostrando facetas poco estudiadas que aportan sin duda nuevas y renovadas luchas sobre momentos y figuras de especial trascendencia.
Al monstruo sagrado de Jalisco, Gordon añade la vocación de actualidad del cronista Salvador Novo; el ritmo y melodía que están embebidos en los versos pellicerianos, o la intervención del poeta tabasqueño y universal en la Antología de Poesía Mexicana Moderna, que preparó Jorge Cuesta; además, esa conversación lograda en los textos de José Emilio Pacheco; asimismo, sobre la Fenomenología del relajo, de Jorge Portilla que, según González, le brinda pretexto para la revisión del pensamiento ontológico mexicano moderno y, finalmente, el rescate siempre útil de Rodolfo Usigli no sólo como el gran dramaturgo mexicano, sino como uno entre los más grandes de América Latina.
Sin embargo, es a Juan Rulfo y a Carlos Pellicer a quienes les dedicó con devoción y con entusiasmo gran parte de su energía académica, prueba de ello es el haber editado, aparte de este volumen de ensayos, el archivo completo en CD-ROM de estos dos autores, disco compacto que puso a la disposición del público la Universidad Nacional Autónoma de México. Así, tanto la documentación rulfiana como la pelliceriana, por este medio informativo, ha sido de una gran ayuda para cualquier investigador.
Con respecto a Pellicer, Samuel Gordon escribió uno de los ensayos mencionados, junto con el escritor y filósofo Fernando Rodríguez y Mendoza, sobre un inédito del poeta tabasqueño acerca de la Antología de Poesía Mexicana Moderna, el cual ya había sido publicado en la Gaceta No. 200, pp. 11-15 del Fondo de Cultura Económica, en 1987.
Se trata de la publicación del testimonio sobre aquella piedra de escándalo que fue en su tiempo esa Antología a cargo de Jorge Cuesta, apuntes escritos en seis cuartillas por Carlos Pellicer en Italia, año 1928, que reflejan la época de entonces con sus diferencias y polémicas. Gordon y Rodríguez han opinado que el objetivo de esas líneas, más que epistolar, debió haber sido su eventual publicación por ciertas expresiones que el poeta utilizó.
Pellicer se sintió indignado porque en la Antología, el texto introductorio lo presenta como “un poeta impresionista” y que no va más que a los sentidos, amén de criticar a Salvador Díaz Mirón y suprimir a Manuel Gutiérrez Nájera.
En una de las cartas enviadas al autor de Exágonos y Discurso por las flores, Octavio Barreda le escribe que Jorge Cuesta únicamente se había dedicado al prólogo, el cual se lo recortaron, pero que no había escrito ninguna nota. Por lo visto, Cuesta sólo fue utilizado y que todo había sido obra de Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia y Enrique González Rojo, quienes lo comprometieron para que aceptara la paternidad del libro.
El texto inédito es muy interesante porque en él, Pellicer critica, además de la citada Antología, a la literatura mexicana de entonces y, desde luego, al sistema político. Arremete contra la Revolución, que literalmente, poquísimo había producido: “Desgraciadamente, [Ramón] López Velarde no es Rubén Darío, ni [Mariano] Azuela es Balzac o Dostoyevski, aun poseyendo, como en verdad poseen, dones espléndidos (…)”. Más adelante opina: “Un programa revolucionario preparado, madurado y por hombres de vasta preparación y talento y con la conciencia de saber qué es lo que quieren, como en Rusia, no lo hemos tenido en México”. Así, nuestra Revolución, fuera del hombre justo de Francisco I. Madero y después de su trágico preludio, todo fue una serie de venganzas personales, de traiciones a hombres e ideas. De la crítica feroz se salvaron José Vasconcelos y el pintor Diego Rivera.
Respecto a Vasconcelos añade: “La Revolución mexicana sería absolutamente una estafa si en medio del desorden y de la estulticia José Vasconcelos no hubiese iniciado y realizado, hasta donde el tiempo se lo permitió, su obra gigantesca de reforma educacional (…)”.
Hacia el final del texto, encontramos la crítica más exacerbada que hace de las obras de Villaurrutia, de Novo, de Torres Bodet, de Maples Arce y, desde luego, a la del “crítico-químico” Jorge Cuesta.
Afortunadamente, el episodio tuvo un final feliz, Barreda trató de suavizar las relaciones entre Pellicer y Cuesta, haciéndole ver que Jorge había sido utilizado para que aceptara la paternidad del libro. Años más tarde, Pellicer le dedicaría su poema Esquemas para una oda tropical y a Villaurrutia Hora de junio.
Para un lingüista, resulta un documento valioso, pues se encuentran términos y expresiones que usaban los intelectuales de la época, que hoy en día serían obsoletos, anacrónicos.
Gordon se especializó en el poeta tabasqueño, a quien le dedicó, con devoción y entusiasmo, precisamente pellicerianos, gran parte de su energía académica y ensayística, basta ver otros volúmenes como Carlos Pellicer. Breve biografía literaria (ilustrado al final con magníficas fotografías familiares); La fortuna crítica de Carlos Pellicer: Recepción internacional de sus obra, 1919-1977; Tópicos y trópicos pellicerianos; y Dos calas en la historiografía de Carlos Pellicer (estos dos últimos en coautoría con Fernando Rodríguez, quien conoció y llevó amistad con el autor de “Colores en el mar”).
Fue un gran acierto que tanto Samuel Gordon como Fernando Rodríguez nos hayan proporcionado este valioso inédito.
Ahora bien, para una persona talentosa y con un espíritu grande y abierto, Samuel se atrevió a dar pasos más adelante: cuando estuvo en la Universidad Iberoamericana, dirigió la revista Poesía y Poética, en donde en el número 37 me publicó un poemario que acababa de traducir de una poeta portuguesa, Ana Hatherly, intitulado “Rilkeana”; después, abarcó toda la literatura mexicana del siglo pasado en cuatro tomos, al compilar y editar los ensayos de poesía, cuento, novela y teatro, en coedición con la Universidad de Texas El Paso y la editorial EÓN. Más tarde publicaría una serie de conversaciones que realizó, algunas cuando estudiaba en la Universidad Hebrea de Jerusalem (así con m, como debe ser), con destacados autores latinoamericanos, entre ellos: Rosario Castellanos, Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias y Mario Vargas Llosa; y Operaciones críticas. Estudios sobre literatura latinoamericana del siglo XX.
En mi opinión personal, la joya que coronó la extensa obra bibliográfica de Samuel Gordon es el volumen de 451 páginas donde exploró y coordinó la obra realizada por poetas de vanguardia: se trata de La poesía visual en México. En su estudio introductorio da una cátedra de la historia de este tipo de poesía al empezar por Mallarmé, Mariana Navarro, Vicente Huidobro, entre otros. Sus colaboradores destacan los trabajos de Octavio Paz, Antonio Montes de Oca, Jesús Arellano, Raúl Renán y Víctor Toledo, autor de sus famosos Rosagramas. Esta publicación de lujo estuvo a cargo de la Universidad Autónoma del Estado de México.
Nacido en la República de Kazajstán en 1945, hijo de padres de origen siberiano, llegó a México en 1977, donde primeramente ocupó un cargo en la Embajada de Israel. En su vida académica, Samuel supo rodearse de personas inteligentes que sin ellas no hubiera sido posible tan titánica labor a la que se sometió. Una mención aparte merece Gabriela Aguilar de Gordon, su fiel compañera, quien fue su mano derecha desde que lo conoció; aquí cabe señalar el dictado de que “detrás de un gran hombre hay una gran mujer” y así fue. No todo en él fue trabajo, sabía convivir con la gente, disfrutaba de la vida y daba gusto escucharlo leyendo poemas con su voz varonil y envolvente, pues hablaba un español perfecto. Aunque todavía no ha sido reconocido como se merece, el amigo querido dejó una gran huella indeleble en las letras mexicanas.
En su lápida del panteón judío, donde descansa desde agosto de 2018, se leen como epitafio la frase “Que digan que estoy dormido”, de la canción compuesta por Chucho Monge: “México lindo y querido”, para expresar su amor por la tierra que lo acogió; y parte del poema más conocido del poeta griego Constantino Cavafis: “Ítaca”, el cual reproducimos para despedirnos de nuestros lectores:
“Siempre ten a Ítaca en tu mente;
allí es tu meta, pero no apresures el viaje.
Es mejor que dure mucho,
mejor anclar cuando estés viejo,
pleno con la experiencia del viaje
no esperes la riqueza de Ítaca.
Ítaca te ha dado un bello viaje”.