Editorial

Diego Benlliure – Conversaciones del Taller Malix

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Diego Benlliure

Conversaciones del Taller Malix

 

 

Tema 1: La diferencia entre una mujer y un hombre

Parte 7 Configuraciones

 

Configuraciones

Al nacer ya era hombre. Desde entonces, he sido Este y no otro, por lo que no tengo idea de lo que es ser El Hombre.

Aunque soy caucásico, cis-género y heterosexual, cosa que me coloca en un percentil de privilegio bastante alto, mi masculinidad —y con esto no me refiero a mi genitalia— es una herida profunda producida en el intento de extirpar ciertos rasgos de carácter a los que, equívocamente, se les coloca la etiqueta de femenino. Así, lo frágil, lo sensible, lo contemplativo, la aceptación de lo vulnerable y la fascinación por lo etéreo, lo emocional —cualidades esencialmente humanas y vitales— son percibidas como debilidades y se convierten en “cosa de mujeres” y, por lo tanto, en indeseables, porque las mujeres son vistas como un mal necesario, un problema que hay que domesticar y un objeto de placer que hay que poseer, pero que contamina como la peste.

Este hombre, que soy yo, combatió contra estas “características de niña” agrediendo simbólica y verbalmente a las mujeres y a toda manifestación sospechosa de no ser suficientemente viril, para ver si así él —o sea, yo— se parecía más a lo que un varón debe ser. Obviamente no cabía éxito posible: nada más consiguió una disociación de su ser que lo llevó al borde de las patologías mentales y un montón de soledad y remordimientos.

Pero esto no pretende ser un mea culpa, ni siquiera un recuento de daños: todos los hombres hemos mirado a los ojos a la fuerza castrante que nos cercena la mitad de quienes somos para que nos comportemos como se debe; la conocemos de primera mano desde niños, se nos impone como parte de la formación de un hombrecito y el dolor humillante de su filo nos llena de ira, agravio y odio. Lo peligroso es que produce una laceración que, si no tenemos la voluntad de procesar, nos llevará a formar parte del ejército de los castradores, es decir, de los homófobos, los abusadores, los violadores y los asesinos; porque llega un momento en que tenemos que elegir entre asumir que hemos sido mutilados y reintegrarnos para reaccionar contra las fuerzas mortíferas, o convertirnos en parte de ellas. No hay medias tintas, no hay sana distancia. La indiferencia mata.

Como todos los hombres, enfermé. Buscando alivio, pasé varios años en el diván de mi psicoanalista reconociendo y reconciliándome conmigo, explorándome. La hipótesis de ese experimento curativo era que, si ese conjunto de atributos percibidos como indeseables eran propios de las mujeres, entonces al menos la mitad de mí era mujer. Fue un proceso intenso y hermoso. Sin embargo, llegué a la conclusión de que reducir la feminidad a las características que nos avergüenzan como varones, por mucho que las intentemos integrar, es una visión de lo femenino miope y falocéntrica: una definición de las mujeres hecha por los hombres. Otra vez. Por lo que no me queda más que reconocer que, más allá de la humanidad que compartimos, la feminidad es para mí un enigma inescrutable; y me duele, porque en verdad me hacía ilusión pensar que soy mitad mujer, pero sería una falta de respeto hacia ellas (incluyendo a las que tienen genitales masculinos), reclamar cualidades que no poseo o definirlas en función de características que consideramos vergonzantes.

En cambio, existe algo intangible y esencial que me diferencia de ellas, una carencia que va mucho más allá de la posibilidad de maternar. Pensar ese vacío inaprensible es como la espuma de una idea que estalla. Es un viento invisible y poderoso cuando sopla a favor y llena las velas, pero aniquila cuando falta. Produce tifones o congela el alma. Una máquina de movimiento perpetuo que renueva la vida, pero cuyo engranaje está completamente vedado para quienes tenemos cromosoma Y.

Posiblemente, la celosa salvaguarda de este secreto sea una estrategia evolutiva de la especie para que nos enamoremos y reproduzcamos, pero mi condición de eslabón en la cadena me impide verificarlo, solo sé que el destello de lo femenino se atisba fugaz en la duermevela, pero se desvanece al intentar fijar la mirada. Es una esencia que no develan el sexo ni la muerte, y mucho menos se manifestará al individuo hecho de cuatro tornillos, un engrane y dos rondanas, que es Este hombre, corto de entendederas por naturaleza, manojo de pulsiones y confusiones.

Persigo mis ideas como un perro que trata de morderse la cola y, al final, siempre pierdo mi tren de pensamiento, pues no tengo referencia directa en mi experiencia vital sobre el tema que ensayo. Solamente sé que somos configuraciones distintas de los mismos nucleótidos, y todo lo que puedo hacer es especular en el vacío, incapaz de generar un método para hacer verificables mis ideas, de la misma manera en que soy incapaz de dar a luz, porque solo soy Este señor, estupefacto, maravillado y secretamente deseoso de no descubrir jamás el misterio de por qué los hombres y las mujeres somos diferentes.

Diego Benlliure (Ciudad de México, 1971) Músico de profesión, ha colaborado con diferentes bandas y grabado algunos discos. En su proyecto Exocet consolida la personalidad de la música y cuenta con los álbumes Nimoy, 2018 y Tifón, 2021 y Aviatrix que estrenó este mes, con siete canciones cuidadosamente seleccionadas. Paralelamente, Diego escribe en el taller de Malix Editores, sorprendiéndonos con sus textos de gran profundidad que muestran su colmillo literario.

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