Editorial

Talleristas y promotores de la lectura en acción – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Talleristas y promotores de la lectura en acción

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

Recientemente estuve en las Jornadas Culturales Gabriel Borunda en Chihuahua, Chihuahua, donde con motivo de la creación literaria, pudimos convivir con potenciales lectores y escritores, en distintos niveles educativos en aquella ciudad. Allí, concretamente, pude compartir con la escritora Carmen Gamiño, que además de ser la primera ganadora del Premio Nacional de Cuento Gabriel Borunda (2018), es tallerista y promotora de salas de lectura en Cuernavaca, Morelos. Y debo decir que la experiencia es además de inspiradora, reveladora. Pudimos platicar con jóvenes de la Secundaria Torres Bodet, con adolescentes de TecMilenio, el Tecnológico de Chihuahua, y jóvenes universitarios de la Autónoma de Chihuahua y la Normal. Toda una experiencia, pero una bastante agradable, por cierto. Normalmente estamos acostumbrados a la idea de que un promotor de la lectura tiene un gesto adusto y una manera hostil de desencanto al afrontar a una multitud anónima de personas que le ignoran, porque pensamos que el oficio de llevar la literatura a otros es un tortuoso y fastidio, y muchas de las veces poco efectivo o alentador; y puede que lo sea en algunos casos. Sin embargo, como siempre, existe la persona que ha de salvar a Sodoma y Gomorra. Y esta persona es Carmen Garduño.

Naturalmente, Carmen no es la única en su tipo, espero, pero siempre es agradable conocer a personas que disfrutan de lo que hacen hasta el punto de que cuando entran en acción olvidamos que es parte de sus actividades cotidianas, y lo hacen ver como una especie de don de la inteligencia y la gentileza, más allá que la práctica y la maña; con mayor razón si se compara con la hostilidad propia, y muchas veces, la torpeza mal habida de ordenar algunas oraciones si hacer pesados juicios o violentas provocaciones desde el monólogo, mea culpa. Al momento de interactuar con los jóvenes de distintas edades, incluso de distinto perfil, lo que podía intuirse es que había intereses de su parte, lo cual es bastante sorpresivo (quizá tanto pesimismo no me deja ver la realidad y me derroto en batallas que no me he atrevido a pelear siquiera). Claro, sería o ingenuo o demasiado pretencioso decir que, de todos los asistentes, la totalidad estaba en las lecturas, pero cuando menos sí de una importante cantidad de jóvenes podríamos dar gracias de sus comentarios. Y eso es lo que es más importante, porque un maestro en cualquier oficio no sólo tiene las habilidades en lo que hace, sino que es capaz de guiar a otros para sentir que han encontrado algo que puede significarles algo en sus vidas. Cada vez que se daba la ocasión, como hábil maestra de ceremonias, permitía que el diálogo fuera de un sitio a otro, encontrando a su paso la luz y la densidad de las palabras, pero también la maravilla y en agrado de sus ‘alumnos’. La sala era suya porque la destinaba a los demás, y les permitía ser ellos mismos al descubrir que también podían ser los que creaban en lugar de meros espectadores.

Para muchos que no tenemos la habilidad de hacer con la voz lo que hacen las personas como Carmen, nos sorprende la singularidad con la que logran romper esas barreras iniciales del expositor y del recipiente pasivo que muchas veces son los jóvenes, sino que entabla un diálogo con ellos y los hace partícipes de lo que está ocurriendo. Y tal vez sea ese su secreto, pues trata con el mismo respeto a las personas con el que trata su oficio de escritora, de promotora, y de pensadora. No busca imponer, sino apoyar, para que, con sus propias palabras, aquellos distantes jóvenes encuentren en la expresividad de la imaginación un destello de su propia creatividad, lo suficientemente fuerte como para que se pregunten si acaso ellos también podrían hacer literatura, ser parte de esa nueva experiencia. Naturalmente, para hacerse una idea de su talento habría que presenciar más de una sesión completa en sus círculos habituales, tomar alguna nota, hacer caras en el aire quieto. Pero sin duda alguna, y como se dice del perico o del botón, no se puede esconder lo que uno es. Y es reconfortante saber que muchas personas tienen la fortuna de contar con esas compañías que disfrutan tanto de la literatura que no la hacen ni un martirio ni una prueba dificilísima de la persistencia.

El programa de Salas de Lectura cuanta con 20 años de llevar la literatura a la sociedad, con algo así como dos mil de esas salas a lo largo y ancho del país. Pero si cuentan con gente como Carmen Garduño, Amalia Valdez, y algunas otras personas que he podido conocer, y que cometo la injusticia de no nombrarlos, tal vez aún hay esperanza de que nuestros jóvenes escritores se sigan formando a lo largo del territorio, usando la imaginación para construir sus propias realidades, y con ello darle sentido a cúmulo indescifrable que a veces es nuestro país, y peor tantito, nuestra identidad.

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