Editorial

EL PODER LIBERTARIO DE LA MÚSICA – Gloria Chávez Vásquez

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EL PODER LIBERTARIO DE LA MÚSICA

Escapar fue como penetrar en un cuadro en que se ha representado un camino.

Zoé Valdés (En la Habana nunca hace frio)

                                                                                                                  Gloria Chávez Vásquez

A principios de la década de los 70s la revista LIFE publicó la fotografía de un adolescente cubano posando con unos discos de Los Beatles. La foto dio la vuelta al mundo con el mensaje implícito de que el régimen de Castro permitía lo que consideraba una música decadente y contrarrevolucionaria. Pero, la imagen era engañosa. Se trataba de mera propaganda. De ahí, total silencio. No se supo más de los anhelos del rock de los jóvenes en Cuba. Mas bien se impuso una trova insulsa y programada para hacerle la corte al rey y a sus bufones.

En los 60s, la música inglesa, encabezada por los Beatles y los Rolling Stones, había cautivado a la juventud a nivel internacional. En Estados Unidos, el rock daba bríos al Movimiento Hippie y facilitaba el rompimiento con las tradiciones culturales. Entonces surgieron las canciones de protesta, inspiradas en la inconformidad social.

Atemorizados con el poder revolucionario de la ola musical surgida en occidente, el bloque soviético, que incluía a Cuba, prohibió las manifestaciones modernas lideradas por la música. En su paranoia inquisidora, el gobierno cubano llegó al colmo de cortar, en la tarima pública, el pelo largo y los pantalones “beatlerianos” de los jóvenes que se atrevían a exhibirlos. Y como si esto fuera poco, se persiguió, encarceló e internó en los campos de la UMAP a aquellos que escuchaban la música enemiga.

Una revelación

Que en Cuba se hayan dado siquiera, subterráneamente, los quejidos y lamentos libertarios del rock, como nos lo cuenta una sobreviviente en la reciente novela de Zoé Valdés, es toda una revelación. No que no hubiéramos escuchado los rumores y testimonios y leído las denuncias durante todos esos años, en las voces de los cientos de miles de cubanos que han escapado de la cárcel isleña. Pero En la Habana nunca hace frio es todo un recordatorio y una confirmación.

“Escríbela tú. Solo tu podrías contar aquel espanto” –le insiste un personaje a la protagonista a lo largo del relato. Pero toma tiempo y valor revivir la tortura y los recuerdos. Es un acto de coraje el querer despertar a un mundo cada vez más enajenado.

La escritora, exiliada en Francia, narra los eventos en tercera persona, aunque su voz está siempre presente, buscando hacer más objetivo el relato. De igual modo retrata a los personajes en su lenguaje, totalmente liberado, en libertad verbal absoluta: La del pensamiento y los sentimientos. Las imágenes surgen crudas, impactantes; los protagonistas, estoicos, mezclan su rebeldía con los blues, el feeling y el rock. Es la música de fondo y las notas de la superficie con las que pueden respirar.

Zoé nos cuenta sobre las experiencias de la juventud cubana durante la década de los 70s cuando entró el jipismo de contrabando a la isla y capturó la imaginación de los jóvenes, necesitados de un aire fresco en la música y el estilo de vida que el mundo experimentaba y vivía a plenitud. Ya los Beatles habían ido y venido y los muchachos con más carácter que los que se dejaban arrastrar por los eufemismos revolucionarios y la promesa del “hombre nuevo”, se atrevían a trasgredir la ridiculez de esos lemas. Que no era más que la sumisión al régimen; como la de los troveros que se prestaban a la propaganda castrista.  Por estas razones hubo adolescentes enviados a campamentos de trabajo forzado y otros “reclutados” por el ejército para luego servir en las guerras comunistas en otros países, como Angola. Luego regresaban, traumatizados, si acaso, o como cadáveres.

Eva, alias Flower Lilitú, es una adolescente que, junto con sus amigas Bada y Pilzy deducen su oxígeno de la música, el baile y el “artistaje”, un mundo lírico e intelectual. Debido a las restricciones y escasez de su entorno, apelan a “los prestados” e intercambios: vestidos, zapatos y aderezos, modernizando los de sus madres y abuelas para poder lucir en las fiestas juveniles. Las experiencias de las muchachas, desvelan la persecución del rock y su eliminación por obra y gracia de la tiranía. Los jóvenes en quienes la autora vuelca su narrativa (en parte autobiográfica) son espiados, vejados, humillados y violados por los agentes de la Seguridad del Estado por el solo hecho de cantar temas de Led Zeppelin, Janis Joplin o Los Cowsills.

La jipangá, el nombre que se le dio a los hippies en Cuba, experimenta la represión de manera brutal, víctima, como la disidencia y la homosexualidad, del sadismo aberrante exhibido por los cómplices de un régimen absurdo. “No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”. Es la frase de George Orwell en su obra 1984 que la autora cita con acierto en la presentación de su libro.

Mijito Frankenstein, “de fulgurante fealdad y abominable belleza”, (personaje inspirado en la vida real), es un musico exuberante a quien la autora rinde homenaje por su habilidad de vivir en una nube propia, evadiendo así la siniestra sombra del régimen. Es Mijito quien alimenta el escapismo de sus amigas y quien las conecta con los jipis y frikis de “la Jipangá” en la Habana. Es él, además, quien les enseña a sintonizar en su radio portátil ruso, las emisoras occidentales que transmiten la música prohibida.

Como en un anuncio de “Dior no lo quiera”

En La Habana nunca hace frio la novelista cubana continúa alimentando sus raíces: Su lenguaje y estilo literario, hacen gala del cáustico y acentuado sentido del humor, así como de la esencia y el sabor caribeño. En columna reciente en El Debate titulado Mas de lo mismo, Zoé Valdés la periodista, explica la razón del por qué, los cubanos se ríen de todo y por todo:  

 En Cuba es un problema de idiosincrasia. También los esclavos cantaban, bailaban y reían después de ser azotados y de haber salido del bocabajo en los barracones. El comunismo ha añadido esa nueva modalidad deforme de doble personalidad, sobre todo frente a los extranjeros. El comunismo tiene eso, mientras te vacía la despensa te tritura las tripas, con una mano cuelga medallas y con la otra fusila; sí, puede ser muy gracioso, inclusive hilarante.

Y narra la decepción de un turista amigo suyo de la raza negra, después de ser golpeado y encarcelado, creyéndolo delincuente: “Lo dejaron también medio trastornado, o sea, real/maravillado a golpe de tranca limpia –démosle ese toque literario a lo Alejo Carpentier …”

Y como Fidel Castro “que ya anciano y con la dentadura floja bailándole en la boca, sembraba una mata de no sé qué en medio de un intrincado monte. Le aclaré que eso lo hacía una vez por año, que en su juventud lo filmaban a diario fingiendo que cortaba caña en un cañaveral; en cuanto los adocenados camarógrafos conseguían las imágenes ideales del Máximo Líder impoluto y sin una huella de sol en su rostro junto a los macheteros vanguardias todos tiznados y requemados por el «indio» (sol en argot), Castro se volteaba y fuera de cámara cargaba en brazos a la actriz italiana Gina Lollobrígida o a la periodista americana tonta del momento, y a gozar la papeleta. La gente también se reía en derredor, y se siguen riendo hoy, de cualquier bobaliconería que les provoque la carcajada que es la vía más fácil para el olvido, o para que la risotada embaraje el ruido del traqueteo de tripas en los estómagos resecos pegados al espinazo”.

En reciente entrevista con la prensa, Zoé describe la naturaleza del exilio: “Cuando estás en el exilio tienes que enfrentarte a gente muy obtusa, que no te cree, que te niega lo que tú has vivido, que te dice que eso es falso, que eso es mentira. El exilio es una ofrenda muy dolorosa. El exilio, además, hay que ganárselo a pulso porque no todo el mundo está preparado para ser exiliado… la mayoría claudica, y una manera de claudicar es, por ejemplo, llegar aquí y, y volver a votar por la misma tendencia política que te destruyó la vida”.

“La música de Rock en Cuba nació fuerte pero fugaz- nos cuenta Zoé. La libertad se coartó. La música se desvirtuó. Quedó estancada en el conformismo. En cuanto a los músicos y los intérpretes, los que no terminaron en las cárceles o campos de concentración se fosilizaron o entraron por el aro, pues la música se controló y se oficializó”.

La música cubana sobrevive y evoluciona en el anhelo de libertad, perdura en la  música emblemática de los exiliados como Celia Cruz, La Lupe y Willie Chirino y la generación de músicos cubanoamericanos en Miami con Camila Cabello y en New York con King Klavé  En cuanto a la literatura, si la de Virgilio Piñeira autor de Aire Frio y Cuentos Fríos, es una obra alegórica del sufrimiento de los isleños ante la dictadura que los ha azotado por casi siete décadas, la de Zoé Valdés es un himno al país que busca sacudirse del yugo impuesto por una ideología que nunca le ha sido afín. nI lo será, pues es completamente opuesta, no solo a la idiosincrasia de los cubanos, sino a la naturaleza humana.

Zoé Valdés es defensora de los derechos humanos en el mundo. La autora ha sido galardonada por Te di la vida entera, Lobas de mar y La mujer que llora. Su primera novela, La Nada Cotidiana se ha traducido a 43 idiomas.

Gloria Chávez Vásquez http://www.gloriachavez-vasquez.com

https://www.hablemosescritoras.com/

 

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