Editorial
No salvemos a Quetzal Noa – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
No salvemos a Quetzal Noa
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir
Tristemente, las palabras Quetzal Noa son conocidas en el mundillo de la ‘literatura’ contemporánea -entre comillas de por medio- más que nada, por chafa. Es uno de esos autores fast-food que abundan en redes sociales, y que, a base de su propio trabajo, se ha dado a conocer. Lectores tiene, esos que buscan textos simples, poco retadores, pero que aparentan ser de una banal profundidad que se pueda publicar en el perfil personal de la plataforma en moda. No hay delito en ello, creo, ya que muchos de sus detractores son pesados estudiantes de letras o aspirantes a críticos, que se basan más en lo que les cuesta trabajo asimilar que en un genuino esfuerzo por la educación colectiva o la memoria del consumo social de su tiempo. Además. Quién tienen los tamaños de decir qué es o no válido para leer, para disfrutar o para divulgar. Que cada quien disfrute lo que quiera, o bien, lo que pueda.
Peeero, ese no es el motivo principal de esta columna, que tiene de todo, menos de aspiraciones a la relevancia; idem del tópico central. Recientemente se hizo pública la denuncia de la escritora Gilraen Eärfalas de ser víctima de acoso, violencia de género, y más aún, de una indeseable relación de conocidos con el personaje antes mencionado. Y es que el tema importante no es el directo entre los dimes y diretes, pero sí abordar la terrible y abundante violencia de género en el mundillo de la literatura en México. Casos de sobra conocemos, casos de degradación y de denuncias, también. Muchas veces, los círculos se centran alrededor de sus favoritos, porque conocen a quien lanza la piedra y al que señala, y queda esa duda de quién dice la verdad y quién busca la venganza. Tal vez por eso, cuando casos como estos surgen, uno se mantiene al margen, ya que no puede confiar ni del señalado (normalmente hombre) ni de la acusante (normalmente mujer), porque la desazón ya nos ha dado en el hocico algunos periódicazos, donde la simpatía o el género son simplemente una carta de relaciones públicas; sí, también aquí llegó el #MeToo, y también las falsas acusaciones, las vendettas y las poco racionales disputas en redes sociales para ver quien capitaliza mejor el papel de víctima (como siempre, afectando a las personas que sí han sido agredidas y vulneradas).
Sin embargo, el problema persiste, y es real. Aunque es más bien una relación de poder: quien ya ha logrado un renombre, ya ocupa una posición, ya tiene su hueso raído, contra el becario, el aspirante, el soñador. Hombres y mujeres acosan, maltratan y agreden, y lo he visto en muchos foros, en muchas tertulias, en muchas charlas. El problema de fondo es eso, me parece. Y en este caso, la evidencia empírica apunta a que el presunto escritor, sería responsable. El problema de ello son los efectos. Muchas colectivas, como se hacen llamar, guardaron silencio y sólo removieron los re-post en sus perfiles personales, y poco menos que eso hicieron. La presunta víctima, por su parte, recibió apoyo de sus lectores, y una suerte de respaldo de los detractores del yucateco, que, viendo el árbol caído, corrieron a hacer lo que mejor saben hacer las redes sociales y las juventudes sobradas de tiempo libre.
En lo personal, el tema me resulta desagradable, la frivolidad de su desarrollo menos que irritante, y tristemente anecdótico. Pero el silencio se hizo, aparentemente también en las denuncias, y después el fingir que nada ocurrió (de la parte acusada, evidentemente). Yo ni tengo vela en el entierro, ni tengo intereses de por medio, pero me parece prudente dejar asentado en una modesta columna aquel suceso, por si acaso, o por si algún joven en el futuro se acerca a estos terribles depredadores que creen que tienen pequeños reinos para sus pequeñas audiencias, donde ejercer sus pequeños dramas en base a sus pequeños y minúsculos dones. Nunca he leído a ninguno de los dos, más esperando no decepcionarme que por falta de tiempo. Sigo la corriente, voy con los jóvenes en su mar de comentarios, y disfruto de los chistes fáciles y el drama ajeno.
Y en la de mientras, el reconocimiento de los hechos, donde la violencia es cotidiana en ese mundillo, donde se trata de abusar del arte para meter temas de alcoba, donde se recurre a la figura del bohemio o de la transgresora, para violentar. A veces, también para herir desde la otra trinchera. Son bien conocidos los hechos de que personajes de las instituciones públicas relacionadas a la cultura, heterosexuales y homosexuales, parecen creerse poseedores de los recursos y obligar a los jóvenes a acostarse con ellos por los reflectores. También los hay quienes editorial en mano, tratan de seducir para otorgar espacios del sueño de la primera publicación. O quienes llanamente abusan de la amistad para entablar diálogos no pedidos, o de lleno violentar en vivo y directo a la contraparte de interés carnal. Supongo que lo culto no quita ni lo vulgar ni lo despreciable.