Editorial

Litro de a litro – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Litro de a litro

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Como mexicanos, casi nada nos sorprende ya. Vivimos de un desastre de economía desde hace décadas, enfrascado en la politiquería del autoengaño, en la paráfrasis de la vulgaridad medio improvisada, llenos de rencores extraños que alimentan nuestras pasiones desnudadas en equipos de futbol, facciones de partidos políticos, provincias inventadas al interior de las colonias, el auge y caída de los parlanchines merolicos del poder o las recurrentes mentiras de la inocencia de los cantos directamente iracundos. Un pueblo extraño que ha maravillado a los eruditos, a los sociólogos, a Paz, y que parece tan poco comprensible desde otras culturas, incluso con esa marcha de hierro que nos gusta blandir por algún motivo de culturas latinas. El mexicano es surrealista, es mágico a su manera, complejo en rituales y dichos, en efervescencias del alma y rituales, y sorpresas, y mentiras autoproclamadas, en ambiciones y verdades bajo la mesa que se usan discrecionalmente. Y un ejemplo extravagante de todo esto son los llamados ‘Litros de a litro’. Más allá de cualquier disputa lingüística u ontológica, como nacionales de la serpiente y el águila, esa herencia de los dogmas del viejo continente y de la fantasía casi infantil del nuevo se conjugan en la hilaridad ante la barbarie. Permanecemos allí porque podemos.

Los litros de a litro son una clara manifestación de la mercadotécnica, ya que presume de buenas prácticas en una transferencia, donde se da lo justo por lo justo. Y es también el cinismo de buscar dentro de las costillas de nuestra identidad nacional que ya no tenemos miedo a nada, que nos parece poco cuanto podemos obtener (porque el costo sube en una espiral indescifrable de variaciones), o que damos suficiente espacio para las grises interpretaciones de la necesidad. Hemos aprendido a ser charlatanes para sobrevivir a los cambios, dicharacheros para sujetar las hernias en el alma, una nación de polvo y vinagre que simula su destino, y también la sorpresa por los evidentes resultados. No quedará al final nada, e incluso entonces nos levantaremos de entre los muertos para darnos una última oportunidad para ser quienes siempre fuimos. El litro de a litro expone la saga sobre las malas prácticas comerciales, la necedad para no dejar de lado los infortunios del carácter, sobre la apestosa política de mentir permanentemente por todo y para todo, o el descaro de no buscar mejorar de verdad permanentemente, sino trozos que se puedan armar arbitrariamente sobre la mesa. La frase en sí redondea todo lo que es una cultura, el sostén de una patria, y la semilla y el último clavo en la tierra indiferente y helada.

Por otra parte, es el reflejo de la picardía, esas ganas de querer ser el más inteligente, el que todas las gana, el rudo, el macho, el fregón, el campeón del barrio por derecho propio, porque es más allá que los demás, tratando de salir impunes en cada pelea; aunque muy rara vez pasa algo parecido. La frase sintetiza lo que funda nuestra economía, lo que administra nuestras leyes, la manera en que construimos las casas, el sincretismo de contar de regreso el cambio, lo que se mueve bajo la grasosa piel de los jueces y de los directores de área, lo que se junta con firmas en los centros de investigación y que se entrega en cajas a la Cámara de Diputados, lo que conviene a las sectas, los grupos, la pequeña pandilla de los semejantes que construyen pequeños bastionen para llamarlos propios, y son felices, somos tan erróneamente felices. Los litros de a litro son un dogma en la espina (la dorsal) de la mexicanidad, una mueca en el rostro que se adopta, como la espina deformada de ciclos de incesto, una rara estrategia por mantenerse dentro del mundo desentendido. Ya hí andamos, como si nada. Esta picardía es parte de una identidad global infantilizada, una mentira impuesta a base de la repetición, la redondez de la o, entre juegos ilusorios que nos mueven hacia adelante y se repiten a modo de dogma en los canales de televisión más populares.

Al mismo tiempo, también significa que se aprende a sobrellevar cualquier cosa, y que por gruesa que sea la capa de lodo que cubra al ave que cruza por el pantano, mantiene su vuelo, se extiende con singular trayectoria. Significa continuar pese a cualquier condición, ante las aflicciones de los demás, en esa perpetua crisis de buscar su camino con el dolo de los restantes pares de ojos en la distancia. Lo que somos, tanto lo aparente como lo genuino, se desdobla en el cómico cinismo de quien se reinventa contantemente. Al otro lado de los significados claros llega la duda de cuánto implica ser quienes somos, la cultura de la estafa simple, la elocuencia de la pretensión en una sala de espejos opacos, la deleznable y abrumadora estadía entre los mentirosos patológicos y los genios. Quizá por eso la comedia nos es natural, sino no habría manera de sobrellevar a cuestas semejante carga. Aunque no es un juicio de valor, ni una sentencia, ni la espada colgando sobre nuestras cabezas. Es apenas una más de las capas de esa virtuosa distención de la conciencia que nos hace hijos del mismo padre y la misma madre. Somos el pueblo de las derrotas y las confesiones, de los prometidos litros de a litro.

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