Editorial

Miguel Ignacio Miranda – Conversaciones del Taller Malix

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Miguel Ignacio Miranda

Conversaciones del Taller Malix

 

Tema 2: Sustancias peligrosas

Parte 6 Ese Lunes

 

Su cuerpo obeso estaba desparramado en el sofá. Una pierna recargada en uno de los brazos del mueble y la otra hacía tierra, con el pie descalzo. Una sandalia aquí y la otra allá.  Su rostro, desmadejado, denotaba que había pasado por diversos estadios a lo largo del día: tenía el rímel corrido y los labios con rastros de lápiz labial añejo. El pelo revuelto y la blusa jalada dejaba ver un roto en la axila y un trozo del brasier negro, de encaje barato, donde sus pechos enormes se desbordaban sin recato asomándose por un intersticio donde faltaba un botón. Un hilo de baba emanaba por su boca. En el suelo, un bolso de charol con ositos de tela lucía desmadejado, diversos objetos de mujer naufragaban en un océano alfombrado. Un celular estrellado y muerto. El brazo derecho colgaba inerte y sus dedos apuntaban a una fila de carritos a escala. Habían sido colocados como en un gran embotellamiento, como si el Aston Martin fuera el primero de la fila en una hora pico, atrás estaban un Ferrari, el camión de bomberos y el pace car del 57, un pequeño perro de peluche era seguido por todos los Hot Wheels de mi colección. Al final, un Mario Bros de plástico parecía engatusarlos.

Caminé por la sala, la aspiradora estaba conectada y se usó hasta el momento en que algo sucedió. La mesa del comedor explicaba otra narrativa, más literaria que automovilística. Me acerqué lentamente para contemplar una pila de libros dispuesta de varias maneras. Los ronquidos de la durmiente señalaban actividades extenuantes, como tratar de disponer de los volúmenes como un juego de Jenga. También se encontraban varias botellas de licor que podrían ser las principales sospechosas del comportamiento de la implicada; las revisé bien, el tequila estaba con el gollete intacto, lo mismo que la botella de Coñac, sin embargo, el vidrio verde opaco mostraba las huellas regordetas de sus manos, pero era evidente que no hubo consumo de aquella sustancia. Comencé a visualizar mi propia imaginación: la gorda pasó un día entero en el parque de diversiones de la mente alterada.

Bob se había entretenido en el estacionamiento con un vecino, así que tenía tiempo para seguir explorando la escena del crimen, a saber de los ronquidos sincopados que continuaban precisos, desde la sala. Fui a la mesita de la entrada donde usualmente poníamos el pago de la gorda; una semana Bob, la siguiente yo. El dinero permanecía intacto: tres billetes con Sor Juanas de sonrisas enigmáticas. Mis sospechas comenzaban a cuadrar. Me dirigí a la cocina. El tiradero era una oda a la desgracia: el techo estaba pringado de licuado de fresa, azúcar tirada por doquier. Una bolsa de papas Sabritas atacada por una manada de lobos hambrientos. Pedazos desgarrados de jamón, muchos vasos de agua formados en una fila que me hizo recordar el embotellamiento de los Hot Wheels. Había que invocar a San Monchis, pensaba, cuando al salir de la cocina vi a Bob, con su maletín y su saco colgado de un dedo, como lo hacía Paul Anka cuando cantaba Lonely Boy. Le hice una seña con el dedo llevándomelo a la boca, para advertirle que no fuera a despertarla, pero en ese momento a ella se le atravesó un ronquido junto con ganas de toser y despertó. Bob seguía petrificado, ahora parecía Paul Anka cuando le avisaron su deuda con el fisco. Yo intenté decir algo, pero la mente de doña Maru ecualizó lo sucedido, tomó conciencia de los dos mirones, se recompuso la ropa, tomó su bolso del piso echando todos los objetos dentro de un manazo y salió por la puerta sin tomar el dinero de su paga.

Bob seguía con cara de Paul Anka.

No vaya a probar el pastel, doña Maru, le dijimos apurados cuando salimos a trabajar esa mañana. Coma todo lo que quiera del refri, menos el pastel.

 

Miguel I. Miranda es cofundador de Malix Editores, diseñador editorial y profesor universitario, coleccionador de entelequias y apasionado lector. Estudió diseño gráfico y ejerce en todos los terrenos de la creatividad y la comunicación. Desde hace algunos años publica reseñas literarias, cuentos y otras divagaciones en diversos medios y tiene un libro de cuentos publicado Antología de nada.

 

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