Editorial

Elízabeth Ortiz – Conversaciones del Taller Malix

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Elízabeth Ortiz

Conversaciones del Taller Malix

 

Tema 2: Sustancias peligrosas

Parte 9 Al final de cuentas

 

Solo buscaba ganarle la apuesta a Julia; odiaba ser llamada cobarde, aunque lo fuera. Decidí ir a bailar cerca de Ernesto y así comenzamos a charlar. Me inventé que estudiaba en la UNAM, no en la Ibero; era claro que me mandaría al diablo si descubría la verdad. Salimos a fumar. Él me ofreció un porro. En esos fugaces instantes, todas las advertencias y sermones de mis padres sobre el consumo drogas cruzaron mi mente, pero ¿qué más daba uno y ya? No me arrepiento en absoluto; la pasamos muy bien y terminamos en la cama.

Para mí, la noche había sido perfecta, pero eso era todo; lo que realmente me importaba era simplemente superar el reto propuesto por mi amiga. Sin embargo, él insistió en volver a vernos. Encontró una pluma y anotó su número en mi pierna. No pude ducharme hasta haberlo apuntado en un trozo de papel, por si acaso.

Intentaba apartarlo de mis pensamientos, pero resultaba imposible, no sabía por qué. Nunca había salido con un chico de barrio, como diría mi mamá. La pasábamos genial, aunque me incomodaba evitar que nos vieran. Tenía que hacerlo dada la trayectoria de mi padre en diversos cargos públicos y su constante exposición a la prensa, en mi familia habíamos adoptado el hábito de comportarnos de manera ejemplar para evitar escándalos. Yo adoraba a mi papá y lo último que deseaba era perjudicar su imagen.

Para verme con Ernesto, Julia me prestaba un pequeño departamento amueblado, de los muchos que rentaba. Llevé algo de ropa para fingir que vivía ahí. Así pudimos conocernos mejor y compartir cosas íntimas como los poemas que escribía; se notaba su falta de destreza con las letras, pero de cada frase surgía algo fascinante y único. Me sumergí tanto en esta relación que perdí la cabeza al grado de olvidar por completo mi planeado viaje de intercambio a Milán. Me había enamorado muchas veces antes, pero jamás había sentido una conexión como esa. Sin embargo, como suele suceder, había un gran problema: mi novio no solo fumaba marihuana, sino que se ganaba la vida vendiéndola. No sabía cómo manejar la situación. No deseaba decepcionar a mi padre.

De repente, Ernesto cortó toda comunicación, dejando de responder mis llamadas y mensajes. ¡Me sentí tan estúpida! Todos mis novios hacían lo mismo, se distanciaban sin dar ninguna explicación. Me cuestionaba qué era lo que estaba haciendo mal. Estaba completamente desanimada, ni siquiera tenía ganas de comer o salir. Mis días transcurrían en pijama. Finalmente, tomé la decisión de seguir adelante con mis planes de irme de intercambio. ¡Maldito Ernesto!

Un año después, regresé a México. En mi fiesta de bienvenida, papá me presentó a Manuel. Estuvimos saliendo durante tres años. No fue un romance apasionado, pero sí bastante cómodo, sin conflictos. Todos decían que éramos la pareja perfecta, así que decidimos casarnos.

La semana pasada fui a una despedida de soltera de una de mis amigas de la Ibero. Todas manoseaban al stripper, excepto yo. En ese momento, Julia, visiblemente pasada de copas; comenzó a contarles sobre la apuesta de hace años diciendo que yo no era una santa como todo el mundo creía. Me tomó de ambas manos y las puso sobre las nalgas del muchacho. Me dijo riéndose que Ernesto me había dejado una carta en el departamento en la que decía había estado en la cárcel. “¡Pobre idiota!”, remató.

He pasado todos estos días pensando en Ernesto intentado convencerme de que lo que pasó fue lo mejor. ¿Cómo hubiera sido vivir juntos? El amor posiblemente se habría esfumado en poco tiempo, y yo solo habría sacrificado el cariño de mi padre. En cambio, ahora disfrutaba de una vida sin dificultades. Mi papá se entiende muy bien con su yerno. Yo solo debo simular que me tragué su sermón sobre las drogas, pero al final de cuentas, pareciera que mi destino estaba predestinado: viviría con alguien vinculado al tráfico. La única diferencia es que Manuel se dedica a vender cocaína y, además, es el proveedor de mi papá.

 

Elizabeth Ortiz, Ciudad de México en 1975. Orgullosamente Cancunense desde el año 2000. Licenciada en Contaduría Pública se desempeña como Agente de seguros. Tiene obra publicada en las memorias colectivas Ladro, luego escribo de 2019 y 2022 y es una feliz Tallerista Malix gracias a la escritura a ha descubierto habilidades desconocidas y grandes amigos.

lizortizrios@gmail.com

 

 

 

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