Editorial
Terror mediático I, X (Twitter) y la violencia – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Terror mediático I, X (Twitter) y la violencia
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Hace un par de años, disfrutando de la noche temprana, es decir, sin hacer nada digno de mención, un peculiar fenómeno se apodero de una de las redes sociales de mayor expansión en años recientes en México: Twitter (ahora X, pero XD, somos chavos). Por la tarde se comenzó a filtrar en diversos medios de comunicación, incluyendo teléfonos, chismes y breves notas, fragmentos muy dispersos sobre lo que había ocurrido ese mismo día en el municipio de Chicoloapan, Edomex. Las noticias que llegaban con rapidez hablaban de un enfrentamiento entre dos grupos que se disputaban una concesión pública. Se trataba del grupo parapolítico Antorcha Campesina, alerón mexiquense de choque del PRI, y de un grupo de mototaxistas que se dice (lo dicen los mismos revoltosos del grupo contrario) están afiliados a un grupo del PRD que opera en esa zona. Por el momento no es relevante quién dijo qué, o cómo sucedieron los hechos, ya ni siquiera la persona que falleció por supuesta “ejecución”, que verdaderamente es lamentable, -aunque sabemos que si Antorcha se encuentra inmiscuido lo más certero es creer lo contrario de lo que ellos digan, me han dicho-. Lo que es interesante es abordar el fenómeno en sí que se dio en las redes sociales, desprendidos de aquel 9 de septiembre (2012). Se trata del poder del chisme.
Después de los enfrentamientos dados por la tarde en el oriente del Estado de México, la violencia se extendió a los municipios vecinos de Chimalhuacán y Cd. Nezahualcóyotl, que además de ser bastiones del grupo Antorchista -en las zonas altamente marginadas- cuentan con un largo historial de terror social: son comunidades violentas, víctimas de la marginalidad y de la miseria en general -más allá de la novedosa ola de violencia del Narco, es una violencia existencial-. Esos tres municipios conforman un laberinto urbano que es vulnerable a la locura colectiva por razones históricamente justificadas. En estas condiciones comenzó a circular por la red, principalmente, que había grupos armados que se dirigían a esos municipios a asaltar y violentar a quien encontraran en la calle. Es difícil creer que un grupo, el que fuere, tuviera tanto interés en demostrar su salvajismo agrediendo de manera tan ineficiente a toda una zona del área metropolitana sólo por despecho, pero ya fuera por prudencia o por la frecuencia en que se comenzaban a reportar mensajes de celular, llamadas, rumores de la vecina, códigos medio desencriptados de los taxistas, etc., los pobladores se fueron recogiendo al interior de sus moradas. Más aún hubo locales en los que se decidió de buena gana cerrar las cortinas con todas las personas que se encontraban dentro; lo mismo ocurrió en algunas escuelas o puntos comunales de reunión. Lo que no pasa desapercibido, y es también un rumor, es el hecho de que uno de esos tempranos medios de difusión fue la policía local, que patrullaba por las avenidas advirtiendo del peligro. Se puede decir que esa es una de sus funciones, proteger a la gente, y por eso mismo es curioso pensar la manera tan civilizada de deslindarse de ir a contener a los virtuales delincuentes. El sospechosismo de uno se le trepa a la cabeza sólo de plantearse esos detalles.
Más allá de que sí en verdad hubo o no una serie de atentados en contra de la paz social de esos municipios, armados, protegidos, y teledirigidos por intereses ocultos que siguen alguna de esas tramas cochambrosas de la vida política mexicana, el factor de difusión de terror colectivos me es de particular interés. Alguna vez escuché la frase popular que dice: tanto peca el que mata a la vaca, como el que le jala la pata. Y en esa noche de terror mexiquense -y un par de días posteriores-, Twitter ayudó a jalarle las patas a la vaca. Todos agradecemos la libertad y la capacidad de transmisión de información de las redes sociales, que puede ser una herramienta genuina en la lucha por la libertad comunicativa, que es sumamente viral, pero tenemos una actitud ciertamente ingenua frente a los peligros que puede significar el uso planificado de la inexperiencia social. ¿Qué ocurre sí alguien trata de usar la capacidad viral de un medio autónomo para paralizar o manipular a grupos sociales enteros? Puede parecer pura paranoia, pero es esa paranoia la que evita que uno ponga mirada de tarugo cuando se descubre el hilo de una buena trama política-económica.
El escenario es simple. Alguien, en algún lado, por algún motivo, quiere que cierta parte de una población sufra el desmembramiento coordinativo del miedo. Lo único que requiere es contar con los medios suficientes para causar focos de alerta, y esperar que el instinto de autoprotección del chisme haga de las suyas, incluso si no son reales. Hay que recordar las cartas de Ántrax en los E.E. U.U., y las consecuencias en el servicio postal -por meses- en aquel país. Las consecuencias de la difusión inocente de información -y de un par de buenos chistes- para prevenir a los prójimos que tanto amamos significó un toque de queda en la Cd. Nezahualcóyotl. En cualquier ciudad de nuestros vecinos del norte, el descuido más baboso de una maleta, paquete o bolsa sellada, significa la parafernalia del desquicio social, mediático y policial. Twitter fue en Ciudad Neza -y más tarde Facebook, por mencionar dos plataformas populares- el medio con el que la población estaba obteniendo información de lo que ocurría en otras zonas de la ciudad. El asunto es que no pasó de rumores. Más allá de los confiables testimonios de la gente de a pie que puede tanto decir “vi Antorchistas armados” como “te juro que el OVNI aterrizo en la casa de Mausan”, no hay medios audiovisuales que confirmen lo que se dijo que sucedió. Por eso este ejercicio de la imaginación: sólo se requieren rumores, un medio de difusión volátil, y tienes a una población arrinconada en los fragmentos de información a los que puede acceder. De nueva cuenta viene la literatura a darle cachetadas a los tecnócratas que la suponen innecesaria: H. G. Wells, accidentalmente, descubrió ese fenómeno de manipulación, cuando inocentemente transmitió por radio (el Twitter de los abuelos) su novela de La Guerra de los Mundos. Pero acá hablamos de una posibilidad más oscura, perversa y aterradora.