Editorial

Cecilia Carranza – Conversaciones del Taller Malix

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Cecilia Carranza

Conversaciones del Taller Malix

 

Tema 2: Sustancias peligrosas

Parte 11 Cieloinfierno

 

Los nervios me carcomían las entrañas, pero quería probarlo. No era posible que, a mis treinta y cinco años, fuera la única entre mis primas y amigas que no lo hubiera hecho. Doménica y yo entramos al departamento de mi amigo Ramón, con vista a un enorme árbol iluminado que decoraba la ventana. Ramón era un gran DJ, la música chill out que sonaba estaba fregona, sincronizada con luces que cambiaban de colores sobre el árbol. Aventamos nuestras bolsas y chamarras sobre un sofá y pasamos a la sala, donde había otras seis personas, incluida Regina mi prima, que llegó más temprano y otros cuates que tenían cara de ser buena onda. Sin preámbulo alguno, Ramón salió de la cocina con un refractario de pastelitos cortados, diciéndonos:

—¿Quieren probar un pedacito de cielo? La dosis es medio brownie.

Cada una tomamos un cuadrito como de cuatro por cuatro centímetros. Con la ansiedad que estaba sintiendo de tener esa experiencia, más valía que solo tomara media dosis de la que sugirió Ramón; así que me comí una cuarta parte del pastelito. Pastelito, eso me hace recordar los Gansitos Marinela que me comía en primaria. Primero le sacaba todo el relleno y mermelada con el dedo y al final me comía el pan envuelto en chocolate. Doménica y Regina obedientes, se metieron medio brownie. Estaba bien rico y con lo antojadiza que soy, me lo podría haber comido entero, pero no, me tuve que contener para ver qué pasaba. Los amigos de Ramón y Regina se lo bajaron con tequila, Dome con Coca Cola y yo de plano con agua sola. Más valía ir a lo seguro.

Sentado en el piso y súper tranquilo, Ramón armó un cigarro y lo roló por la sala. Ah cómo me gustaba ese hombre, y más con su greña bien armada en un chonguito de pelo. Literalmente me gustaría deschongarlo o, ¡mejor que me deschongara él! No estaría nada mal. A cada uno nos tocó una calada. ¡Casi me atraganto! Por más que me dieran instrucciones para darle el golpe.

—Jaja, ¡te castigo el weed! ¡Esa es la novatada! —dijo uno de los babosos que tenía cara de buena onda, desternillándose de risa, mientras yo seguía tosiendo y Regina me daba golpes en la espalda. Qué oso ser la novata, la apenas iniciada, y peor es que no supiera ni siquiera darle el golpe a un cigarro porque la realidad es que nunca he fumado.

La plática entre todos se puso buena, muy divertida y llena de carcajadas. Se me salían las lágrimas de la risa y me dolían los cachetes. Uno y otro trataba de arrebatar la palabra hablando más y más fuerte. Doménica era especialista en querer llamar la atención. Nos la ganaba a todos.

—¡Yo no siento nada! —gritó Dome y decidió comerse la segunda mitad del brownie.

—¡Yo tampoco! Aunque la verdad es que me lo comí completo —Se unió Regina entre bocados y atragantándose un segundo pedazo de pastelito—. Bueno, el tequila sí que me pone a gusto y el brownie está delicioso. ¡Ándale, Claudia!, no le saques y come más, no te va a pasar nada. Que tu iniciación con la mota sea como debe ser.

Antes de comerme otro cuartito, cerré los ojos para sentir la música; entró en mí en oleadas cálidas mientras cada músculo de mi cuerpo se iba relajando. Sentí cómo me hundía en el sofá mullido.  ¡Guau! Unas rosas rojas se abrían en mi pecho y me llenaban con su aroma.

—Ramoncito, ¿dónde están tus flores? Huelen delicioso y se sienten mejor —dije, o ¿creí decir?

Un celular sonó, al mismo tiempo que el teléfono fijo y el interfono en la cocina. Los escuché, pero algo lejos. Alcancé a percibir que Ramón se levantaba del piso, respondía de forma seca su celular, molesto contestó el teléfono y colgó con fuerza el interfono. ¿Cómo le hacía para contestar todo al mismo tiempo? Era como un pulpo multitask, me reí solita de imaginar sus tentáculos. No estaría nada mal sentirlos sobre mi cuerpecito que estaba bien floreado y aromático. ¡Ah caray! ¿Qué pasó con la música? ¡Súbanle! En ese momento desapareció el aroma de las rosas, se me empezaron a secar adentro de mi pecho y se deshojaron desapareciendo.

—Por favor, bájenle un poco a la voz porque ya se quejaron mis vecinos. ¡Me cagan la madre! No ustedes ¿eh? Alucino a mis vecinos —escuché decir a Ramón.

—¿Qué vecinos? ¿Dónde están? ¡Seguro que son peligrosos! ¿Vienen por nosotros? ¿Nos están persiguiendo? —dijo Regina mirando a uno y otro lado del departamento, con las pupilas dilatadas. Yo me quería quedar mirando a sus ojos y esas pupilas que estaban súper grandes, pero se dio la vuelta en cámara lenta y ya no me dejó verla.    Doménica bailaba con los ojos cerrados y los brazos en lo alto. Los amigos de Ramón estaban perdidos mirándola, como idiotas hipnotizados.  Yo pensé… sentí… o… creí… que estaría bien pararme a bailar con ella, pero algo más se me atravesó que era sumamente importante, era una idea chingona para el proyecto creativo en el que estaba trabajando. De hecho ¡era una súper idea! Apenas la aterrizara, me pararía a bailar con ella. Necesitaba contársela a alguien, con urgencia. Voltee a ver a Regina que estaba a mi derecha, pero ella estaba hecha bolita sobre el sofá. Estaba respirando agitada y balbuceando algo ininteligible, creo que también estaba llorando. Se agarró la cabeza y pude ver clarito cómo los pensamientos de persecución la atormentan como si fueran flechas heladas disparadas hacia su cabeza. ¡Ay, pobre! Pero qué hueva, que se encargara ella solita de sus demonios mentales. Luego se levantó, corrió al baño y se encerró en él. ¡Guácala! los ruidos del vómito se escuchaban por toda la sala. Eso le pasó por tragarse dos pedazos y bajarlos con tequila, ahora que pagara su penitencia. Salió tambaleándose, apoyada en las paredes y regresó al sofá para beber agua. Me miró con cara de ¿y tú qué? Un poco grosera y mala onda. Mi grandiosa idea creativa, así como llegó, así se fue la canija. No me dio chance de aterrizarla, ya no me acuerdo qué era. Qué hambre tenía, lo bueno es que Ramoncito llenó la mesa con platones de Doritos, papitas Ruffles, cacahuates japoneses y Choco Chips. Ahí no me dio nada de pena, porque solo era una de los ocho, que empecé a comer vorazmente junto con una Coca Cola Zero que le pedí a Ramón. Los munchies empezaron a desaparecer de la mesa de centro. Regina le pidió un suero y un par de Alka Seltzers reclamándole por la intensidad del brownie y el ingrediente mágico que nos dio. Ya no era una novata.

—Yo se los advertí —nos dijo Ramón—en la dosis viene un cielo o un infierno, cada uno escogió, ¿para qué tragan de más? Y no me la armen de pedo, que suficiente tengo con mis vecinos quejándose.

—Y, ya que eres una adulta a punto de casarte, te puedo contar que así fue como me enamoré de tu papá, hija.

 

 

 

Cecilia Carranza, Psicoterapeuta Gestalt. Certificada en Learning Love Institute. Capacitadora en Meditación y Trance en India. Se inició en la escritura en los talleres de Alicia Ferreira.  El journaling que surge de la meditación y el silencio interior son su nueva manera de expresión escrita, es una orgullosa integrante de Malix. Sus cuentos han sido publicados en diversos medios y actualmente escribe una novela.

 

 

 

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