Editorial

Superestrellas y cuestión de números – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Superestrellas y cuestión de números

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Recientemente la revista Forbes, que tiene más polémica que escritores legendarios como lo que alguna vez los caracterizaron, lanzó un comentario sobre que el cantante Bad Buny era el nuevo Rey del Pop, con algo así de 100 millones de reproducciones en Spotify. Anteriormente, el título era de Michael Jackson, que logró varios discos de oro, diamante, platino y el anhelado de uranio, que atravesó por más escándalos de los merecidos, y quien aún hoy en día sigue desatando polémicas tras su muerte y legado. Por otro lado, el Puestoriqueño, tiene bastantes reproducciones, suena en las radios del transporte público y demás. El inicio de la polémica que es que el segundo no pertenece al genero del pop, por lo que ya hay un pequeño error de categorización, y la segunda y más interesante viene de la compensación de establecer puntos de referencia.

Sí, uno tiene una mayor cantidad de reproducciones, pero en un contexto de mayor conexión mediante el internet, a la facilidad de encontrar su catálogo, y de acceder de manera casi gratuita a su obra. El otro, pasó por el proceso de los cambios de soportes físicos, de la exploración en tiendas físicas, y de los bloqueos o gracias de los medios de comunicación. Evidentemente uno es distinto al otro. Valen lo mismo sólo por los números, o éstos deben de ser compensados mucho antes de ponerlos a un lado en cualquier ejercicio. La masificación tiene un valor propio, pero si esta es casi gratuita, quizá no tenga el mismo peso que una que se basa en la recomendación directa de maestros, de amigos, de familiares, de descubrir y de esperar a que se grabará un álbum, a que llegará a estar en nuestras manos. Cuando se habla de las grandes leyendas de la música, hay conciertos, entrevistas, discos específicos que los convirtieron en hitos, mientras los más modernos sólo cuentan con un algoritmo que cuenta las veces que una canción ha pasado de los 11 segundos antes de ser medida, sin importar si se escucha o no, o es un ruido que llena es espacio vacío por la reproducción aleatoria y continua.

Al respecto debería hablar algún especialista técnico que ponga puntos a las ies, y que nos oriente sobre el impacto cultural o técnico en la industria musical. Yo me quedo con la contemplación. Y yendo a otro campo, podemos comparar la impresión de un libro físico en la edad temprana de la modernidad o un libro digital masivo adquirible sólo por contar con acceso a la red. Y no es que uno sea mejor que la otra sólo por el soporte, pero se puede valorar que el que tuvo que atravesar por mecanismos menos masivos tiene un mérito mayor, para sobrevivir o logar su permanencia en la memoria colectiva. O tal vez el pulir una obra para que perdure por décadas en vez de ser un éxito estacionario que pasa con la misma premura con la que llegó. El artista lo es porque se mantiene a pesar del tiempo, y se vuelve un referente sobre su tiempo, contexto o técnica. La pregunta es si cualquiera que es designado con fines comerciales como una figura notoria o no lo es, o debemos esperar a que sea el juicio del tiempo el que asigne su comentario como algo significativo. Los números se mantienen, pero no dejan de ser sólo una cifra en una oración, sin ahondar en el contexto.

Críticas las hubo, desplantes, berrinches, afirmaciones y comunicados (por algo tan banal pero preciado como el chisme). Y no hay menor daño que una opinión soltada con ligereza. Lo que nos queda es el comienzo de la discusión para pensar en mecanismos que nos permitan valorar y comparar a artistas de épocas disimiles en contextos tan heterogéneos. Cada uno que disfrute de las expresiones artísticas y culturales que más prefiera, para eso existe la libertad, de manera que construya su propio imaginario. Lo que sí, es que debe haber cierta preparación o responsabilidad en las opiniones vertidas al mundo, cuando menos con conocimiento de causa. Quizá la parte que más me parece irresponsable es la metodología, no el tema o los personajes, sino el análisis anacrónico de sucesos. La pesadilla de no saber o no considerar que las diferencias tecnológicas, sociopolíticas e históricas en que suceden los eventos que se comparan, son de hecho, gran parte de su explicación. El fiasco de dicha opinión yace en la vulgarización del estudio de la música, y por extensión, del arte, de la historia, de nosotros mismos. Decía Umberto Eco que el internet daría voz a los idiotas, que otrora momento tenía que pasar por el filtro de la competencia, de la dificultad de acceder a espacios donde colocar nuestros pensamientos. Hoy en día, no solo podemos escuchar música de quien sea de manera casi instantánea, sino que podemos soltar diatribas u ocurrencias a diestra uy siniestra por la democratización de los medios de comunicación. Y sí, esta propia columna es un botón de la capacidad que tenemos de opinar gratuitamente sin mayor compromiso con los medios.

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