Editorial

Dune y su mensaje – NORMA SALAZAR

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RADIOGRAFÍAS

Dune y su mensaje

NORMA SALAZAR

Dune o también podría nombrarse El Mesías de Dune es una película con una moraleja definida en  ésta segunda entrega de la saga refleja testimonios; la explotación de los recursos a costas de la humanidad, la codicia, la alta corrupción del poder. Asimismo es muy coral para Timothée Chamalet su personaje Paul Atreides  se vuelve más complejo donde las circunstancias que observamos en el filme son de un protagonista nada ingenuo, mientras que en la trama de ficción la mayoría de las mujeres lucha por conseguir un poder en un mundo incompatible.

La mística y la filosofía ocupan un paralelismo muy presente entre los Fremen con (los musulmanes y muy dentro de ellos)  con los fundamentalistas, es evidente que Herbert Villeuve pulió detalles  entre mujeres y hombres, referente a las relaciones igualitarias. Los Fremen están firmes y decididos de llevar la misión con su potencial bélico, el Mahdi (Mesías), los llevará al paraíso de aguas abundantes, no es más que una invención de las Bene Gesserit, las creadoras de la religión que utilizan para observar y poder llevar su poder para gobernar a los seres humanos y por supuesto al Imperio. Dune segunda parte se engrandece impresionantemente porque sus tomas son como un cuadro para lucir en una pared, la atención a sus detalles en cada fotograma, vestuario y accesorios son una obra de arte, el sonido en cada nota musical es relevante, es decir, Space Opera más emblemática de Frank Herbert, una obra que redefine el género con su meticuloso universo y profunda exploración en los temas como el poder y la ecología.

Ahora bien, el genocidio de los Atreides se realizó en nombre del Emperador un personaje ausente en la primera parte, pero tuvo presencia viva en la segunda  a cargo del inigualable Christopher Walken, en la novela Herbert este personaje no tiene según una gran relevancia en la película, pero es todo lo contrario, solo su presencia es bastante suficiente para que encaje sin el mínimo esfuerzo con una gran autoridad digna de la realeza. Paul Atreides comienza una guerra santa intergaláctica, haciendo que sus guerreros Fremen difundan su mensaje en todo el universo conocido a cualquiera que rechace su gobierno.

El espectáculo visual que Villeneuve muestra es imperativo, ha visto mucho cine. Déjeme ser enfática atento lector, parte de otras películas se alcanzan a percibir en esta y, de forma no menor aunque sólo viable para los instruidos, Dune nonato de Alejandro Jodorowski. Es inadmisible apartar de la mente en ciertas escenas, el barroquismo lisérgico que pretendió Jodorowski; Salvador Dalí como emperador valdría como símbolo de la película, aunque tiene más fuerza el contraste entre mundos.

La sórdida pulcritud minimalista y a la vez barroca de los Harkonnen las coreografías que concibió Albert Speer para el III Reich transportadas a Giedi Prime, Feyd-Rautha (Sting en la versión de David Lynch, Austin Butler ahora) y sus concubinas antropófagas, la bestialidad de Glossu Rabban, acentos oscuros y algún gesto a Star Wars, el asombro de  luz del desierto y la axioma de que en la elaboración de la película se vio mucho  a Lawrence de Arabia

Otro protagonista es el desierto. Un desierto nítido de arenas deslumbrantes de fulgor que sugiere un calor que a veces traslada la pantalla. Sombras polvorientas, interiores de la Arabia profunda hábilmente podríamos  notar un documental, aguas tan ocultas como las afluencias que ocupan un lugar hipotéticamente inhabitable y primeros planos de rostros que expresan que quieren creer. Villeneuve ha logrado con éxito esta segunda entrega.

Ambos mundos se localizan en unas escenas de acción de retorno muy bien creadas en las que a la manera de la tradición de Flash Gordon hay láseres existen armas atómicas, formidables y letales máquinas de guerra y ornitópteros, pero la batalla decisiva se hace a espada y cuchillo. Habrá que excusar por inevitable que las aterradoras legiones Sardaukar como todos los ejércitos que luchan contra las ‘resistencias’, acaben dominados. Pero también hay que valorar que son derrotados en la batalla final, por poderíos superiores y cuando chocan ante lo que pueden conocer, una horda con armas blancas, plantan talante. Una escena sobre todo está intensamente lograda: bien podria pertenecer a la destrucción de Troya que recordemos que los Atreides son los Átridas.

Termino ávidos lectores en palabras contundentes del autor Frank Herber “no confiar ciegamente en los líderes”

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