Editorial

Soy ideático II – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Soy ideático II

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Ya hemos establecido con premura que tendemos a ser demasiado erráticos en algunas actitudes, que definimos de manera anticipada, y en la que nos mantenemos como una especie de ritual importancia. Pero no deja de ser extraño, e incluso, risible. Notar lo mecánico de nuestras acciones es lo interesante, cuestionarlos la manera autómata en el proceder, en el seleccionar, en el desplazarse por los espacios. Y una de estas es la manera en que transcurrimos entre decisiones irrelevantes. En mi caso, el seguir las mismas rutas, casi casi las mismas vueltas y brincos, como delimitados de manera intencional. A eso se expande la rutina del café, del entrenamiento, de cada decisión que podría resultar sorprendentemente variable de una ocasión a otra, pero que no lo es. Mi cerebro, como el de muchos tantos, se regocija en sus cómodas rutinas, dejando tiempo libre para algunas otras actividades; o cuando menos eso espero.

Me he percatado de esas acciones, me he cuestionado los motivos para repetir una y otra vez las acciones, determinar las mismas soluciones a los problemas repetitivos, y la ejecución casi calcada de los protocolos bajo los que se resuelve tal o cual situación. Y aunque termino pensando en lo ridículamente ventajoso que es reconocer que el resultado será el mismo, no deja de ser intrigante que sea un proceso oculto que se sucede a la misma selección lógica, predeterminada, ante las posibles variaciones del espacio y tiempo de una situación, y que extrañamente, terminan dando el mismo resultado. Pare una aberración sobre la idea del destino o el albedrío, aunque se explica de una manera más sencilla, comenzando por la necesidad, o necedad, de que se obtenga cada vez una situación reconocible que derive en un resultado específico. No parece que sea posible dadas las probabilidades, y, sin embargo, la evidencia empírica parece soportar esa hipótesis.

Entonces, porque hacemos lo que hacemos de esa manera tan enérgicamente automática, tan pesadamente rutinaria, reiterativa, y al mismo tiempo, liberadora. Sí, quizá somos víctimas de la duplicación infinita de decisiones irrelevantes, atrapados en esa matriz interminable de pequeñas situaciones, pero al mismo tiempo descansamos del drama de definir un sistema de valores completos, con sus juicios morales y sus maximizaciones de beneficios vs minimización de riesgos, para sortear las cosas de mayor insignificancia en el día a día. Ese pasajero anónimo en nuestro inconsciente replica las decisiones y toma el control en cada circunstancia reconocible para tales fines. Y se agradece no tener que martirizarse por semejantes trivialidades. Pero hay una pequeña duda que queda detrás de estas ideas: ¿qué tan conscientes somos de estas delegaciones sobre las minucias?, ¿y qué tantas decisiones dejamos dentro de esa administración remota y autónoma de la indiferencia?

Al final de cuentas no tengo más opción que dar por bien entrenada esa criatura que va duplicando patrones para dar soluciones satisfactorias, cuando menos en la mínima medida que permitan mantenerse apartado de sus acciones. ¿Pero qué tanto dominio tenemos de ese auto enajenamiento de las decisiones personales? La respuesta breve es que confiamos bastante en nosotros como para dar por válidas y aceptables esas respuestas. Aunque la respuesta más amplia incluiría una auto realización sobre esos supuestos, sobre los principios básicos de nuestras elecciones, y de su valía individual. Son sólo las pequeñas decisiones las que se hacen sin apenas notarnos, o es la ilusión de que nuestra lucha interna para tomar una decisión adecuada valga las restricciones, como legítima. Porque podría ser que incluso muchas veces creemos una complicada trama alrededor de la respuesta preelegida para aceptarla como propia, y no sea más que el simple resultado de la circunstancia sorteada sin miramiento.

La duda permanecerá allí, inscrita en las profundidades de nuestra existencialista desesperación de hallar problemas a los cuales dar solución. ¿Ser consciente de esa fatal entrega de uno mismo a su versión difusa y responsiva, no es otra de esas ilusiones de autoconocimiento, de redención del espíritu frente a la máquina que nos contiene? A la mejor somos como aquellos niños que se sientan frente a la consola pensando que manejan al monito de la pantalla por tener un control en la mano, sin tener en claro si realmente hay un cable que conecte la realidad con nuestra interpretación sobre ella. No vaya a ser que, en una de esas, no seamos los verdaderos artífices de nuestro propio destino.

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