Editorial
-ando, -endo, -mente – Ernesto Adair Zepeda Villarreal
-ando, -endo, -mente
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir
Editar un texto es en términos simples, revisar la estructura de un documento, de manera que sea clara, legible, significante, y bella, todo eso al mismo tiempo. Pero requiere de un esfuerzo importante para que cada pequeño ladrillo caiga en el sitio adecuado, que cada pulso sea métricamente correcto, que cada fonema se descubra agradable para el posible lector, y que, además, tenga una belleza implícita no sólo en sus andamiajes, sino en sus conceptos, sus propuestas lingüísticas. Es decir, editar un texto, implica tener un conocimiento concentrado en cómo se ejecuta el mensaje desde su elaboración. Aunque, reclama de una constancia relevante, de una activa participación del escritor en el proceso. Y aunque pudiera parecer que es obvio, no es el caso. Vivimos tiempos interesantes, se suele decir. Y en estos tiempos en especial, muchos autores no se toman la mínima molestia como para revisar lo que han escrito; tal vez siempre haya sido as, y el costo de semejante barbaridad sea la intrascendencia en el tiempo. Curioso, cuando menos.
Pereza, incompetencia, o flojera. No importa. Los vicios son muchos, desde las cacofonías, las inconsistencias, las incoherencias narrativas, y media caterva adicional de partículas necesarísimas para que un texto funcione. Una de ellas, como bien se sabe, es el abuso de los gerundios, de las errantes conjugaciones de la acción verbal. Y no sólo se trata del sonido que genera, sino de la idea de la continuidad interminable de las acciones, de la inmediatez de los tiempos, de la permanencia de las acciones. El gerundio que no puede borrarse es necesario, vital tal vez, ya sea por falta de pericia en el acervo del lenguaje, o por economía del mensaje. No obstante, la mayoría de los casos rebosa por su innecesaria aparición en los documentos. Incluso hay quienes consideran que su uso es elegante, y que adiciona al texto una extraña sensación de temporalidad presente que acompaña al resto del texto. No lo sé, tal vez un lingüista profesional tenga mayor claridad al respecto, pero como lector no pareciera justificable.
Y es ese uno de los puntos más curiosos de la escritura de estos tiempos (la que puedo crucificar debido a que conozco a algunos miembros de la comunidad literaria), donde existe la vana idea de que el escritor está desarticulado por completo de sus lectores (¿o será: completamente?), y que no debe ninguna valoración de calidad. Porque el creador es un genio incomprendido, un espíritu que no puede limitarse so pena de aniquilarlo, o algo así. El otro extremo tampoco es funcional, al escribir más para un desconocido lector idealizado que por motivación. Cuando menos, ele ejercicio vale la pena. En algunos de los no-publicados proyectos que he construido con el tiempo, agrupando por temas, por fechas, por el rosario terno del cambio de opinión, descubro con cierta sorna la cantidad abundante, excesiva, delirante, de sufijos terminado en ‘ando’, ‘endo’ y ‘mente’. Vaya chapuza. O pereza. O incompetencia. Me gusta el ejercicio, marcar las líneas, ver colorarse por completo las páginas, y pensar si acaso tengo la menor idea de lo que hago, o soy apenas el asnito gentil soplando en la rama con agujeros que algún dios primitivo colocó en mis manos.
No quiero ser pretencioso, menos pedante. Es un ejercicio de salud mental más que de dignidad editorial. Cuando menos esta revisión de textos suma una sonoridad menos inintencional. Tal vez algún lector que desconozca semejantes dramas no lo descubra jamás, pero disfrute alguna línea escrita por mí. Se sostendrá ese edificio a cuenta propia, y a lo mejor, alguna trascendencia. Quizá algún académico tenga mejores nociones sobre el tema, y pueda ilustrarnos de manera contundente el proceso escritural en distintas épocas, escuelas, venas artísticas, y no dé una explicación de los análisis y metaanálisis que se pueden hacer de los documentos. Pienso que el parte del arte de construir un texto es resanar con tanto cuidado un texto que no se note ese trabajo, porque se ignora en el sitio, no es identificable. Un buen trabajo implica a veces ni siquiera notar que fue hecho, como una reparación o la calibración de un modelo matemático. A eso aspiro, mientras me dedico a buscar las mismas letras concatenadas en las oraciones que abarrotan las páginas. Tampoco es una dictadura, ni una recomendación, y quedará en manos de cada cual la mejor forma de escribir posible, de ser leído. Cuando menos, aspiro, que futuros literatos tengan la capacidad mínima de explicar la manera en que hacen las cosas, para que la improvisación de respuestas no sea tan cómica (o patética), En al de mientras, escribo, reviso, edito, me angustio y libero, y jugando ando circunstancialmente.