Editorial
A PULSO DE TINTA – EN EL CRÍN DE LOS MARES
A PULSO DE TINTA
EN EL CRÍN DE LOS MARES
GABRIEL AVILÉS
Fotografía: Pedro Tec (Yucatán)
Hable contigo no más de un minuto; añorando las inclemencias del sargazo mientras de tus ojos se despejaban vitrales; añorando los días en que Whitman, un buen jazz y el vino eran nuestros camaradas, y el mar, ese mar poseído por demonios nos hacía embriagarnos hasta perder la tranquilidad para pervertir nuestras aguas.
La charla fue breve, preguntas de cortesía: ¿Cómo va la vida?, ¿Estás bien?, ¿Cuando salimos a tomar un café?
Sabemos bien que sólo son frases de cortesía que inventaron los perdedores para aminorar su autoestima y elevar al máximo el arrepentimiento. Ambos nos cercioramos que ese encuentro se encubra en los muros de la tóxica indiferencia.
¿Por qué?
Ya no añoro el desaire del salitre y menos la superficial dimensión de tus sudores, ahora escribo donde el agua y la podedumbre reconfortan mi corazón aún en brama y los días de semana santa son bacanales del abandono. A ti tampoco te agrada la tempestad en tiempos de marea por eso te erradicaste a una ciudad que se aleja del fétido sudor de los peces repartidos en canastas mientras los riscos en celo lapidan toda frase amorosa concebida por un odio a lo que fuimos.
Dos ebrios descalzos ensayando versos en sábanas de arena mientras repetíamos los poemas de Girondo a contraluz hasta medio morir al amanecer de tanto oír a Aute a Delgadillo, vencidos por la vigilia y Hoy ten miedo de mí que se repetía sin querer hacerlo.
Hoy, mi frialdad es gravitación perpetua, un beso que se mezcla con el aparente deseo de los muertos que degradan tu rostro hasta convertirte en el ónix de la muerte, de todo lo estático y sedentario que se remarca en mis anocheceres, así, tu espectro es el elixir del polvo y sus lamentos.
No nos despedimos, ni siquiera un hasta luego nació de los labios sólo un ademán de nuestras manos nos hicieron comprender que el nunca siempre prevalece en las orillas de las playas que usurpan a los amantes por gaviotas. Los únicos que permanecen en la insensatez de las olas son el buen jazz, algunos versos de Whitman y las garrafas de vino hoy agrias y mañana enfermas de odio y desconsuelo.