Editorial

¡ÁNDALE! – A TRAVÉS DE LA PLUMA

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¡ÁNDALE! 

MARIEL TURRENT 

A TRAVÉS DE LA PLUMA

 

En casa, tengo prohibido usar la palabra “¡ándale!”. Mi hija se molesta cada vez que la uso para apurarla y me ha pedido, de una y mil maneras, que use otra. Puedo decirle “¡apúrate!”, “¡vamos!”, o cualquier otra menos “¡ándale!”. Y yo he tenido mucha dificultad para erradicarlo pues ni cuenta me había dado de cuánto lo usaba hasta que mi hija lo señaló y empecé a observarlo e hice conciencia de que mi madre me lo dice constantemente. “Hija, —le dije— si quieres que deje de decirte “ándale” tendrás que ser paciente, es una palabra que heredé y tengo cincuenta años escuchando y usando, no pretendas que me deshaga de ella de la noche a la mañana.”

Después ella misma me fue haciendo ver cómo hay palabras que usamos en la familia, y que debíamos cambiar por otras más “apropiadas”. Por ejemplo, quiere que mi madre deje de decir que un coche “machucó” a un peatón y en su lugar use “atropelló”. Nada de brincar la “reata”, mi hija quiere que digamos la “cuerda”. Y así otra tantas han ido saliendo a colación y no me queda otra más que reír porque nunca había hecho conciencia de ello y del significado que arrastra cada una de estas palabras.

 Y es que ahora un tema novedoso son las herencias no materiales. Es decir, se habla de que todos hemos heredado no solamente algunos rasgos físicos de nuestros ancestros sino emociones de las que, de no hacerlas conscientes, no nos podremos desprender. Hace algunas semanas, acudí a una terapia de sanación biomagnética donde me comentaron que tenía tres emociones heredadas, aunque yo no había escuchado hablar de eso, con todo este tema me hizo sentido, pues si heredamos talentos o enfermedades, ¿por qué no heredaríamos también algunas emociones? ¡Peor aún, hemos heredado palabras con grandes cargas emotivas y emociones ligadas a palabras!

Consultando entre mis libros algo sobre el uso de fonético de las palabras y sus connotaciones, me reencontré con el libro La seducción de las Palabras de Álex Grijelmo. Ahí volví a encontrar este tema de las herencias y específicamente de las palabras. De cómo heredamos no solo el lenguaje, sino sus significados. Las palabras las vamos escuchando y así nos vamos enterando que nuestra madre usa este o aquel sonido para comunicarnos algo. Si embargo, lo que no sabemos es que ese sonido llamado palabra, trae consigo una semilla de herencia cultural que nos trasciende. Como dice Grijelmo, las palabras viven en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria.

 Así entiendo que “ándale” aunque en el diccionario de la lengua diga que es una expresión coloquial mexicana para animar a alguien a hacer algo, mis padres lo dicen muchas veces de forma un tanto demandante, autoritaria, exigente, razón por la que me imagino a mi hija no le gusta. Me doy ahora cuenta de que incluso se usa junto con un periódico enrollado para presionar al perro a que se meta a la casa cuando pretende huir, o para que se salga al jardín si ha hecho algún destrozo.

Podemos buscar en el diccionario el significado de una palabra, pero sabemos, que lo que ahí se asienta no es más que la punta de un iceberg: cada palabra tiene una herencia inmensa y maravillosa que se nos escapa, pues no se ve a simple vista en la superficialidad de su definición. Aunado a esto, es decir, a la historia de cada palabra, a su genealogía, a sus raíces, a sus usos a través de los tiempos, nosotros heredamos las palabras con más significados: lo que significaron para nuestros abuelos y lo comunicaron a nuestros padres y estos a nosotros que, a su vez, en base a nuestras propias vivencias, le vamos agregando más connotaciones ocultas a nuestra razón.

De una simple palabra como “madre”, cada uno de nosotros podrá tener una definición distinta. Se podría escribir un libro distinto bajo su significado, hablar sobre su color, su aroma, su textura, y desataría una gama policromática de emociones y sentimientos no siempre exultantes. Dice Grijelmo que la palabra tiene dos valores: el primero es personal y va ligado a la vida del individuo; el segundo se inserta en él pero alcanza a toda la colectividad y conquista un campo inmenso de sensaciones.

 La cuestión es que no hay que erradicar (como desea mi hija) ninguna de estas palabras. Debemos seguirlas transmitiendo de padres a hijos, enriqueciendo nuestro lenguaje. Nuestros hijos deben saber que pueden decir cuerda, pero también reata, y nosotros estar conscientes que al decir “machucar” estamos dando una imagen gráfica horripilante de un suceso, pues el significado de la palabra es: machacar, golpear algo para deformarlo, aplastarlo o reducirlo a fragmentos pequeños sin llegar a triturarlo. Atropellar, sin embargo, significa alcanzar violentamente a una persona o a un animal y causarle daños.

En fin, cada palabra puede ser usada según el contexto y de manera más exacta dependiendo de lo que queremos expresar, en vez de simplemente sustituir una por otra, será mejor que aprendamos a usar la que mejor convenga.

Por eso lejos de enojarme porque mi hija me pide eliminar la palabra ¡ándale!, me esfuerzo para que mi mente busque cada vez una palabra más adecuada a la ocasión y cuando quiero que se apure le digo “apúrate”; cuando quiero animarla le digo “anímate” o “vamos” y así un sinfín de sinónimos que me gusta desempolvar.

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