Editorial

RAFAEL JOSÉ ÁLVAREZ TRINA Y OTRAS MEMORIAS – CRÓNICAS DEL OLVIDO

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RAFAEL JOSÉ ÁLVAREZ
TRINA Y OTRAS MEMORIAS

ALBERTO HERNÁNDEZ

CRÓNICAS DEL OLVIDO

I

Una elipsis recorre el imaginario de quien repasa con su voz el interior del tiempo. Rafael José Álvarez (1938-2004), el mismo de El gallo y la nube, Oikos y Sagrarios, continúa aferrado a lo que Orlando Barreto llama “acabamiento constructivo”.
El poeta falconiano ordena y compone el universo de sus voces desde la mirada que lo mira, desde los estratos de la memoria, esa tectónica verbal que aguza las imágenes. Memoria compartida, como él mismo se confiesa con Trina, la otra madre, la que lo nació del vientre de la madre biológica. Un personaje que siempre será la imagen de la casa, de los ecos permanentes de la entrada, donde ella es hoy parte de un muro, de una pared relegada, “de concreto con su portón de hierro”. Dos mujeres dialogan durante todo el libro, a través de una escritura que guarda el reconocimiento a Trina y Flor María. A veces por las tardes a la sombra del caujaro, ella hablaba a mi madre de sus primos lejanos…

La liturgia de la soledad, la herencia plena de las palabras como única compañía. Esta vez el poeta íntima con él mismo desde las horas de estos personajes aferrados a los muebles, al olor a café, a las quejas que aún sobreviven en los versos de Rafael José Álvarez.
Trina es tres en dos, o en una que mira a la otra. De allí, Trinidad: “Buenas noches/ Trinidad// la de la arboleda al fondo// la de la lumbre/ en el zaguán// la que enciende/ sus cartas/ y las arroja sobre las granadas.// La del solar que vuelve/ con sus gallos,/ con esa ropa blanca/ que dormita en el terral// la que viene a sentarse en el pretil// la que arranca/ quejidos a los perros// la que se pone a bordar// Buenas noches/ Trinidad”. 
Es tan sola esta Trinidad, que es esplendor en quien la nombra, el poeta, el único que la hace visible en la oscuridad de la casa, en la sombra de su silencio.

II

Trina y otras memorias (Ediciones Poesía, Valencia, 2001) es una biografía de sueños, de manos que palpan los significados de la hora atestiguada por la muerte. Es una casa, como en Sagrarios y Aposentos, albergue de fantasmas y duendes, pero sobre todo de palabras, bonanzas de un idioma litúrgico, una lengua total donde el poema protagoniza la historia en boca de una mujer: “Se aposentó en su labia,/ en la transparencia de unos animales extraviados./ Jugó a divertirme en el poema/ pero no lo sabía./ Ahora en la escritura escarba las paredes/ y no faltan hormigas involuntariamente esquivas/ cuando mi inconsciencia es mediodía”. 

Aquí, al contrario de en Oikos, los sentidos se vuelcan al pasado a registrar el cuerpo y el espíritu de unos duendes benignos que se pasean por la casa y reconstruyen un discurso afectivamente nostálgico, al ritmo de la memoria del poeta. Los reflejos de Trina y Flor María constituyen el mismo sueño, el “pase fugaz” del tiempo.

Confronta Álvarez la voz del poeta que lo asalta con las breves sonoridades de las mujeres del poemario, aunque la más marcado sea la de la soledad, haberse quedado íngrimo con un pequeño país rodeado por un jardín, por la lluvia, la que muda de sitio el sueño y los dolores del cuerpo. Entonces, el aposento se plena del ruido del agua y apaga la luz del texto, “hasta el final de este poema/ que no existe”.
En la poesía de Rafael José Álvarez una constante son las “presencias”, esos habitantes que se asoman en el texto o lo asaltan, no sólo como revelaciones, sueños o invisibilidades, sino con el tono, como afirma Barreto, contrario a los libros anteriores de nuestro autor: “invade los sentidos”.

III

Mítica es la escritura de este libro: el autor, que no se aleja de la tendencia de los anteriores trabajos, más bien profundiza, hace de Trina y Flor María iconos familiares con el mismo poema, porque él las construye, las hace discurso. Así, las dos mujeres que se sitúan en esas páginas, tienen “conciencia” desde el autor de formar parte poética de una aventura del tiempo, hacia el pasado, que se presentiza proteicamente, aviva la idea de texto desde la piel de lo escrito: “Lo no escrito/ retira la vigilia de esa vela./ Porta la llama que se extingue apenas/ a la altura redonda del espejo”. Reflejo circular donde caben todas las miradas, todos los intentos por vigorizar una concepción temática, una biografía ordenada conativamente por los mismos personajes que viajan en sus hojas, en la memoria.
La elipsis rompe la circularidad. El libro comienza y termina, pero siempre vuelve a comenzar, hasta encontrarse con la intimidad de las voces que lo contienen, tanto afuera como adentro del tiempo de su imaginario.

 

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