Editorial
EL ESPEJO – CRÓNICAS DEL OLVIDO
EL ESPEJO
CRÓNICAS DEL OLVIDO
ALBERTO HERNÁNDEZ
El término narcisismo procede de la descripción clínica,
y fue elegido en 1899 por Paul Nacke para designar aquellos
casos en los que el individuo toma como objeto sexual
su propio cuerpo y lo contempla con agrado, lo acaricia
y lo besa, hasta llegar a una completa satisfacción.
Freud
1.-
-¿Para qué le sirve un espejo a alguien que se desmaya frente a su inutilidad? El espejo es fuerza inequívoca de un cuento de hadas, de esos de brujas y narcisos. En un espejo también se borra el mundo. Pero ¿cómo haría X para desentenderse de él si no puede dejarlo a un lado, en clara competencia con Y, quien al descubrir una cámara de TV muestra los dientes y se acomoda mejor en el sitio que ocupa? ¿Qué hay en la realidad de quien de cerca o de lejos se encuentra con un espejo?
La realidad, esa cosa que suda con el personaje, tan legítimamente incómoda, tan filosofía griega, no tiene por qué molestar a los que en la altura de su agonía o felicidad se dicen el reflejo de todos, porque ¿qué es un espejo? Pues, un objeto que repite “una” realidad, que refleja lo que sentimos o creemos feo, bello, gracioso o trágico.
“Todo gesto es una réplica, un desahogo, un intento por descifrar lo que somos, lo que reflejamos. Pero que no es la realidad. Entonces, ¿por qué razón la voz se queja cuando esas enmiendas -cualidades o errores- aparecen en escena. Ah, claro, la realidad, la discutida realidad, la forzosamente concreción filosófica materialista, la desfigurada por el yo, es decir, la tan ontológicamente arrugada y luego estirada por la cirugía plástica de la ideología. O la emergente y maquillada para el momento del show. Todo gesto revelado público–o mejor, todo rostro- apuesta al disimulo”.
2.-
-A la orilla de cualquier reflexión, yerra quien acude a la realidad para reafirmarse: el crimen lo hace visible. Es decir, se hace excesiva la realidad, que es el caso de una ficción, de una obra de teatro que sufrimos a diario en la calle, por TV u oímos por radio. Para los que estamos al margen de la acción y la oralidad impertinentes, los que no formamos parte de esta parodia, somos un accidente mediático. Una concesión divina. Una bula ideológica. Una encíclica epistemológica.
El que se refleja y quien dice escribir esta nota se trata de un invento, una febril iniciación, porque hay que estar demente para aceptar eternizar tanta venganza de dioses constipados. En esta escena puede entrar, sin mucho esfuerzo, Aristófanes y hacernos papilla. La conciencia regresa y se lanza al vacío.
“Pero no se trata de apagar las luces y vacilarnos a Marlos Brando en Nido de Ratas. No; no aspiremos a tanto: un sindicato de obreros da para mucho, y si se multiplican aparecerá un Lenin montado en una tarima, como en “No será la tierra”, la novela de Jorge Volpi. El diagnóstico es menos traumático. Un tipo sentado a la intemperie con un paisaje llanero de fondo, con eso nos basta. De allí en adelante, entre tragos de café, bromas y consignas, avanzamos. Mientras tanto, el espejo se ha roto por efecto de los gritos”.
3.-
-En el espejo hay un rostro. Fuera de él, otro. El que se mira descubre la mirada honda del padre, las cicatrices del tiempo, los regaños, las imposturas. Se impone silencio. No se le
puede discutir al padre. No se le puede llevar la contraria. Cuando habla, todos callan. Complejo atávico. Falta de la macha figura mientras la madre se revienta el lomo en una película que aún no termina.
-La puesta en escena de esta parodia cuenta con muy buenos actores. Basta pasar la mirada por los gestos. Basta repasar la sintaxis de la adulancia, la geometría de la imagen para entender que aquí, en estas líneas también cabe el rostro redondo de quien exprime la realidad, la hace ficción con el dolor ajeno.
“Las acciones probablemente queden como una anécdota. Pero lo que si no se podrá recoger será la desvalorización de la hombría. El espejo nos remite a la frágil virilidad del reflejo. Pasadas las décadas, confirmaremos con lujo de detalles que todo era parte de una revelación momentánea. Que alguien en el azogue nos regaló un abismo para hacerlo parte de nuestra felicidad”.