Editorial

LEÓNIDAS – A LETRA DE BUEN CUBANO

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LEÓNIDAS

CARLOS GÓMEZ CAMUZZO

A LETRA DE BUEN CUBANO

 

                                                             “A medida que avanza una discusión, retrocede la verdad.”

Anónimo

 

Mis mañanas comienzan grises gracias a mi querida esposa Aliushka. Es la primera en el aseo personal, y me enoja sobremanera la forma en que utiliza la pasta dental. Cada día debo advertirle que debe oprimir el tubo del dentífrico desde abajo e ir empujando la pasta hacia arriba. Como si hablara con el espejo. Parece intrascendente, pero si cada mañana, durante diez años de matrimonio, la situación se repite, uno puede interpretarlo como un acto de perversa rebeldía, y se acumula mucha ira, y nunca es bueno, sobretodo cuando tienes que acudir a una oficina y lidiar con un jefe que te trata como a una piltrafa.

Una mañana, después de una aguda discusión con Aliushka, salí rumbo al trabajo más enojado que otras veces. Todo parece indicar que mi patrón tiene una mujer que tampoco aprieta el tubo de pasta correctamente, porque tan pronto llegué a la oficina comenzó a recriminarme por la tardanza en la entrega de un informe, según él, de máxima urgencia. Le respondí de manera violenta, pero salí despavorido de su oficina cuando lo ví tomar el pisapapeles de forma sospechosa. Creo que su enojo era mayor; lleva más tiempo de casado que yo.

Estoy firmemente convencido que Leónidas, mi jefe, en represalia por nuestra última discusión, decidió enviarme a China para participar en una conferencia sobre nuevas técnicas de reciclaje en la industria de los desechos humanos. ¡Por supuesto, desechos humanos en el culo del mundo! ¡Ah, no! ¡Y ahora resulta que Aliuska lo aprueba! Habla maravillas de mi jefe, ¡Hasta quiere que le dé las gracias en su nombre!

Ella no acepta mis críticas, siempre se defiende atacándome, aduce que soy poco higiénico, que mis pies hieden, que mi aliento es horrible debido al alcohol, que mis gases en la cama la asfixian, y para colmo, que soy ineficiente en mis obligaciones conyugales. Dice que debo primero arreglar mis problemas antes de acosarla por la manera en que aprieta el tubo del dentífrico. ¿Qué se piensa la maldita? Soy como cualquier otro ser humano, la perfección es sólo de Dios.

Reflexionando sobre los hechos que antecedieron al desafortunado encuentro con mi superior, pienso que mi última pelea fue el detonante que me escupió por más de un mes a los confines del planeta. Toda mi iracundia se concentró, como cabe suponer, en la causante de mi infortunio. Su sempiterna tozudez dentífrica, mi e-gestión a China y siete años de toxicidad despertaron mis lobos.

Después de una búsqueda exhaustiva, encontré un artículo publicado en Internet acerca de un veneno que, si se usa adecuadamente, puede matar sin dejar huellas, pues la víctima muere de un infarto y los médicos no sospechan el asesinato. Sonreí en solitario, y ví con enorme claridad cómo arreglaría todo el asunto.

Mi plan no tenía espacio para el error. Con una aguja hipodérmica fui inyectando en diferentes niveles de la pasta dental una pequeña dosis del veneno, mi objetivo era matarla lentamente. Bastaría un leve contacto de sus mucosas con el tóxico y en pocas semanas todo habría concluido.

La mañana de mi partida, tuve la precaución de discutir una vez más sobre el asunto de la opresión del dentífrico para no levantar sospechas. Luego me despedí con la indiferencia de siempre, y ella, también como siempre, no se dignó a seguirme hasta la puerta para desearme buen viaje.

Los chinos parecen hormigas locas, creo que por eso se reproducen tanto, a pesar de las restricciones gubernamentales. El tiempo me pareció extremadamente largo y mis ansias de retornar se hicieron agobiantes. Para colmo, perdí toda comunicación con mi oficina debido al mal tiempo. Pensar en el futuro atenuaba mis angustias y mis desórdenes intestinales; sobre esto último, sospecho que la noche anterior a mi partida los anfitriones me congratularon con carne de perro, de mono o cualquier otra de sus excentricidades culinarias.

Hice un viaje diarreico, y eso fue sólo el comienzo de mi desdicha. Al llegar al aeropuerto, dos agentes aduanales solicitaron mi pasaporte. Fui conducido a una oficina donde tres policías me pidieron que los acompañara luego de colocarme las esposas. Fuera ya del aeropuerto, me introdujeron brutalmente en una camioneta. Imaginé que me confundían con alguien que traficaba opio de China o algo así, lo he visto en las películas de Jackie Chan.

Ya en el buró de investigaciones mis captores me encerraron en un pequeño despacho. Al cabo de una hora entró un oficial, quien se presentó con un nombre que no logré entender. Mis axilas comenzaron a transpirar copiosamente cuando vi que el maldito detective llevaba bajo el brazo mi laptop. Me informó, con un gran desprecio reflejado en su rostro, que había sido acusado de doble asesinato. ¡Hideputas!, lo entendí todo de un golpe cuando el tipo me dijo los nombres de las víctimas… Aliuska y Leónidas.

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