Editorial

EL ESPEJO – MANSALVA

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EL ESPEJO

FRANCISCO PAYRÓ

MANSALVA

www.franciscopayro.com

 

Estoy parado aquí,

frente a la imagen que de mí el espejo despide.

Estoy solo (como hay que estarlo siempre

que se trate de llamarse a cuentas a uno mismo).

Veo allí mi rostro.

Su silueta alargada y su cansancio

(que es lo más cercano a un cansancio prematuro).

Hay una débil línea que va de la meseta extendida

debajo de mis ojos hacia mis mejillas.

Hay un cielo entrecerrado que se abre

cuando mis ojos ven la luz y se colman de ella.

El cielo se termina cuando —miradas adentro—

me interno en oquedades fundidas al sueño,

a sus profundidades inasibles.

Algo me dice que frente al espejo,

lo mejor es sonreír, mostrar la mejor cara

a la materia que por excelencia nos refleja.

Sonrío, pues.

El hombre alegre que parezco me sonríe.

Si levanto una mano, él levanta una mano

inconfundiblemente mía, pero también suya

(extrañamente ajena).

Si le lanzo una mueca, la mueca vuelve a mí

como un venablo del que no tengo escapatoria.

He llegado a pensar que, de algún modo,

soy el que está parado aquí mientras contempla

y el que –mirado bien– también se asoma

al vértigo de cuanto ocurre a quien, de este lado,

cree hallarse a salvo de las miradas del otro.

Qué soledad la de ese ser constreñido.

Qué soledad la de quien lo contempla.

La imagen que soy en el espejo me señala

con el espasmo aislado de sus ojos.

Un día ha de llamarme a cuentas.

Un día tendré que responder por esa soledad

en la que, cercado en ese infame marco por

donde se asoma el mundo, desde siempre

lo he tenido.

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