Editorial
El desbloqueo de D – A Través de la Pluma
El desbloqueo de D
Mariel Turrent
A Través de la Pluma
D petrificada frente al vacío no encontraba musa que la motivara. Miraba la infinidad del mar y la asaltaba la duda de su existencia. ¿Qué sería aquello que necesitaba para entrar en acción? ¿Qué la inspiraba? ¿Cómo mover esas nubes que la tenían bloqueada y no le permitían ver más allá del blanco frente a sus narices? La interrogante la indujo a una expedición, así que se puso en marcha, decidida a encontrar aquello que le impedía crear.
No hizo falta ir muy lejos, ahí mismo, en la playa, se topó con la exigencia y el perfeccionismo. Que venían muy serios luciendo sus tangas. Pretendían que en una tarde produjera una obra perfecta, genial, sin errores, que comunicara de manera original lo que deseaban. Pero D los hizo a un lado, no sin antes increparles que eso raras veces sucede y que no la tomaran en cuenta si de improvisar se trataba. “El arte, al igual que cualquier otra actividad, requiere práctica, ejercicio, repetición, disciplina… ¿o a poco ese abdomen de lavadero lo lograron con tres abdominales diarios?”. Y no queriendo perder más su tiempo, los superó y siguió caminando, dejando que las olas le mojaran los pies.
A los pocos pasos, sintió que su imaginación, antes cohibida y amordazada, empezaba a salir detrás de unas palmeras, quería asegurarse que el par de juzgones se había retirado y al constatarlo, con una seña muda avisó a la creatividad que estaba trepada entre los cocos y empezó a desentumirse, estirando las piernas en su descenso. Ambas, aterradas por el qué dirán, usaban una salida de playa de manga larga que les llegaba a los tobillos. Su inseguridad se había intensificado cuando, días antes, D pretendió exponer sus creaciones ante lo que suponían era un público conocedor en un taller de creatividad. Cohibidas ante el grupo pensaban que todo lo que se les ocurría, no era suficientemente bueno para mostrarlo, y que todos los demás lo harían mejor. Cuando D cayó en cuenta de esto, les dijo que estaban siendo prejuiciosas, y les aseguró que, quién ingresa a un taller artístico, da por entendido que lo que ahí se presenta está inconcluso, inacabado, y por lo tanto es imperfecto. “Además, todos dan por hecho que los participantes quieren ser criticados, lo desean y lo necesitan para crecer. Los asistentes intentamos averiguar lo que nuestra obra detona en los otros, de lo contrario, permaneceríamos varados eternamente en la incertidumbre y el ensimismamiento. ¡Superen esa falsa modestia!” Les dijo. “¡Por dios, quítense esos trapos! Asolén ese cuerpo tan blanco, ¡necesitan vitamina D! Y para que lo sepan, yo compito contra mí misma, no pretendo ganarle a nadie sino desarrollar mi arte cada vez mejor, por eso me tomo bien todos los comentarios, aplico lo que me viene bien y lo demás ¡al caño!”.
Mientras trataba de sacudirlas vio un velero acercarse. Unas chicas vaporosas que se habían descalzado sus tacones rojos y los llevaban en la mano, con una seña los invitaron. Sin pensarlo, D trepo al muelle y subió de un salto. Dudosas la siguieron su creatividad y su imaginación. Se elevó el ancla y sin rumbo fijo a navegaron. Clío, Calíope, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia y Terpsícore los agasajaron con cantos y música, mientras D completamente desinhibida empezó a contarles lo que se proponía hacer con sus dos acompañantes. “No importa que rutas tomes”, le aconsejaron, “poco a poco la imaginación se irá espabilando, la creatividad irá produciendo ideas… pero no les hagas mucho caso, tú sigue, nútrete de lo que más te guste, y sedúcelas ya verás que cómo se van animando”.
Entonces las nubes se esfumaron y aquel blanco, que no la dejaba ver, empezó a abrir el paso a mil colores y D pudo respirarlos diluidos en la brisa marina. Pero también el viento arreció y el velero empezó a saltar casi volando. Las musas, gozosas, reían y retozaban tratando de controlar las velas. En una maniobra audaz, todas ellas, conocedoras de las bromas de Tritón, se agacharon aferrándose a lo primero que tuvieron cerca, pero D y sus acompañantes, al no ser advertidas, salieron disparados por los aires y acuatizaron varios metros atrás. Las musas, encarreradas y divertidas, solo voltearon para asegurarse de que llevaban puestos sus chalecos salva vidas y movieron sus brazos en señal de adiós.