Editorial
Crónicas del Olvido – ESTOS DÍAS TAN PESADOS
Crónicas del Olvido
ESTOS DÍAS TAN PESADOS
Alberto Hernández
I
Días de abulia, días de carga sobre los hombros. El país se nos deshace en el interior, en los espasmos del diarismo. Días pesados, piedras atadas a los pies. El clima se niega y sus efectos conservan la desesperanza: las lluvias son sólo un anuncio de su poquedad. Las calles, sucias y abrumadas por la miseria, nos encaran y gritan desde una esquina. Nadie ha salido ileso de estos largos días de ingrata realidad. Unos, agitados por la planificación ojerosa del poder, se cimbran con una mochila que los apoca frente al mundo. Otros, desnudos por la necedad, fabrican el destino con cortos mensajes clandestinos.
Los días naufragan frente a nuestros ojos. Entonces resuelvo encontrarme en un poema de Beverly Pérez Rego, para no olvidar la infancia que tantas veces fue una hoja de libro, o el polvo de una alacena oscura. “No intentes, niña, mirarte en la faz del fondo insondable. No busques el origen e esas tristes voces. No desnudes tanto. Eres atrevida, niña mía; sonríes a los espectros y esperas ser perdonada. Se hace tarde . Obedece. Devuelve tus muñecas al sepulcro…”. Amarga esa infancia, ese recuerdo duro, denso en los huesos.
II
Los días siguen su curso entre la algarabía, las aves desplumadas de un país irredento. La ciudad, la que a diario nos tropieza, abre los ojos y nos emplaza con un texto de Leonardo Padrón: “Todas las tardes me dedico a deambular por esta bella ciudad de mierda/ sin mayor orden ni concierto que recoger tickets de lavandería del suelo,/ y contar toda la chatarra que consigo a mis pies/ desagües, ancianos, naranjas,/ adolescentes narcotizados,/ talleres mecánicos, Dientes cariados,/ ojos eléctricos,/ ex boxeadores orinando la fachada de las iglesias/ vendedores de fritangas y fresas oscuras/ recitales de poesía en idiomas imprevistos/ niñas líquidas que exhiben su ombligo de cristal/ donde yo juego a encajar una esfera que no es el amor…”.
Me evito renegar de cuanta especie bípeda me mire a los ojos. En todo caso, soy el que me mira, el que me irrita con la oscura premura de su descripción. Soy un sujeto, sólo eso. Una parte de la oración que no ejerce acción alguna. Sólo camina y se revisa los dientes en el reflejo de una vidriera.
La ciudad, los días, la perversión del sol sobre nuestras infamias. De reconocernos, podríamos desatar arengas para que nadie nos oiga. Un cansancio invertebrado se pasea triunfante sobre el silencio de los que regresan a la casa luego de una larga jornada de trabajo.
III
Y en ese mismo ardor, la tristeza se anuncia sobre el pesimismo. Aturdidos divagamos con los ojos puestos en lo que nos hace trastabillar. “Por nada me dan ganas de llorar/ a veces/ Si al amanecer un pájaro pasa/ Y yo sentado en ese escalón escascarañado/ Recuerdo y fumo y olvido/ Si tu mirada de pronto en un espejismo/ Y está lo imposible de un beso/ Si en la neblina te prefiguro lejana/ En la madrugada cuando regreso/ Si después sobre la cama y en el espejo…”. Adolfo Segundo Medina regresa del resplandor rojo del aire para decirnos eso, lo que acabamos de dejar en las líneas de arriba, las que nos hacen recientes y tardíos.
A veces nos ponemos de acuerdo para amarnos. O para odiarnos. La ciudad nos arranca los ojos. Nos hace perros, insectos en los bares, en los cafés donde el país nos hinca la piel. Dicen que retornamos y siempre llegamos. Que somos distintos. Que nos han dividido. Que el día sigue siendo aciago, tortuoso, curvo.
Son pesados estos días, amiga. Tanto, que te busco y sólo la sombra animal de un árbol atestigua la desazón, la muerte de puntillas.
El peso sigue sobre los hombros. Un dolor agudo tiraniza los huesos planetarios.
Fardo de las horas. Los poemas sólo son un momento, un regalo de algún dios aturdido bajo el calor de la ciudad.
La noche se instala felizmente. Queda en nuestros oídos el sabor de los textos. Mientras la ciudad duerme, alguien levanta el codo y celebra, a sabiendas de que el día siguiente volverá a instalarse en la pesadumbre.