Editorial
La Intertextualidad – A Través de la Pluma
La Intertextualidad
Mariel Turrent
A Través de la Pluma
¿Qué es la intertextualidad? ¿Alguna vez has leído algo que te hace pensar en otra cosa? Seguramente se debe a la intertextualidad. La intertextualidad es un recurso —no solo usado en literatura— con el que el autor se vincula a otro texto ya sea por oposición, o para implicarlo y complicarlo, para hacerse cómplice del otro autor o bien para criticarlo. La intertextualidad puede hacerse visible o tratar de ocultarse, a veces detrás de un personaje que lleva consigo un significado y proyecta una historia de todos conocida —puede ser Edipo, Narciso, don Juan, la Celestina— también, por qué no, lugares —como a la isla de Tomás Moro, Utopía— , situaciones, y cualquier otra cosa que se les pueda ocurrir.
Un ejemplo de intertextualidad sumamente creativo es el capítulo 34 de Rayuela. En este, Julio Cortazar va intercalando, renglón a renglón una novela que lee la Maga, con lo que piensa Horacio Oliveira. Tomando este último como ejemplo, me propuse escribir algo igual utilizando el relato de Juan José Arreola, El mapa de las cosas perdidas, intenté intercalarlo con el texto que fui inventando renglón a renglón —Reencuentro—, tratando de utilizar las mismas palabras, pero el efecto no me gustó. Entonces, recordé un texto que escribí hace más de diez años —llamado Sexto sentido pero que cambié el título por La pérdida—
y decidí utilizar a los mismos personajes, para lo que tuve que escribir ya entre líneas el tercer texto llamado Desencuentro. Aquí va lo que dio como resultado.
Encuentro y pérdida en cuatro historias
I Reencuentro
Después de años de no saber de él, Elena había regresado con su antiguo novio, el inventor, y del modo más extraño. Lo había visto de paso, en la calle, parecía un indigente, común y corriente, y pensó que le pediría dinero. Había tratado de deshacerse de él a toda costa, pero una demostración de afecto la hizo notar algo curioso y entonces, reconoció las facciones de Domingo. Tenía mucho qué hacer, pero nada le importó pues lo notó enfermo. Él, triste, le mostró un mapa con el que estaba obsesionado y por el que, incluso, había abandonado su trabajo. Queriendo comprobar lo que le decía, pidió una demostración, y haciendo uso del mapa, tirada por ahí encontraron su peineta de celuloide, color rosa, llena de menudas piedrecillas, que hacía tiempo había perdido. Él le explicó que vivía analizando el significado de cada hallazgo, sobreviviendo con algunas monedas deparadas por el mapa. Elena abandonó la peineta asustada y lo llevó a su casa, le dio de comer y lo hizo tomar un baño. Después, forzándolo a vender el mapa a otro hombre, lo había librado de su obsesiva preocupación.
Unos meses después, María Esther, su cuñada desapareció, y Elena animó a Rogelio a buscar al nuevo dueño del mapa para encontrarla.
II El mapa de las cosas perdidas*
III Desencuentro
El hombre qué le vendió el mapa no tenía nada de extraño. Un tipo común y corriente, un
La mujer que lo contactó meses después se llamaba Elena, dijo ser la novia del hombre
poco enfermo tal vez. Lo abordó sencillamente, como esos vendedores que nos salen al paso
que le vendió el mapa: “Le presento a Rogelio, es mi hermano y necesita su ayuda”, le dijo.
en la calle. Pidió muy poco dinero por su mapa: quería deshacerse de él a toda costa. Cuando
María Esther, su esposa, había desaparecido y pretendía que él la encontrara con aquel
le ofreció una demostración aceptó curioso porque era domingo y no tenía qué hacer.
mapa que su novio le había vendido. Aunque él inmediatamente comprendió todo, hizo el
Fueron a un sitio cercano para buscar el triste objeto que tal vez él mismo habría tirado allí,
intento, sus intenciones no eran malas. Sin embargo, sucedió lo que se temía, el mapa no
seguro de que nadie iba a recogerlo: una peineta de celuloide, color de rosa, llena de
mostró ni rastro de María Esther. Elena sugirió que buscara algún objeto que le
menudas piedrecillas. La guarda todavía entre docenas de baratijas semejantes y le tiene
perteneciera, algo que pudiera haber perdido, y Rogelio recordó que el último día que la vio,
especial cariño porque fue el primer eslabón de la cadena. Lamenta que no le acompañen las
llevaba puesto un chal de lana color crema, y un bolso vino; recordó la marca de sus gafas y el
cosas vendidas y las monedas gastadas. Desde entonces vive de los hallazgos deparados por
modelo de su móvil. Él sonrió, pero no les dio esperanzas. Después ya cansado les aseguró
el mapa. Vida bastante miserable, es cierto, pero que le ha librado para siempre de toda
que aquel mapa no mostraría jamás el rastro de alguien que no quería regresar. Pero ocultó
preocupación. Y a veces, de tiempo en tiempo, aparece en el mapa alguna mujer perdida que
que alguna vez en el mapa había aparecido María Esther, que la conocía bien y no era de las
se aviene misteriosamente a sus modestos recursos.
suelen perder sus cosas.
IV La pérdida
Rogelio por las noches llegaba cansado, escurriendo objetos a su paso. Su presencia cambiaba por completo la pulcritud que María Esther había procurado durante el día. Después comenzaba a interrumpirle sus telenovelas, preguntando si no se acordaba dónde había dejado esto o dónde estaba lo otro; no porque María Esther se ocupase de clasificar los objetos en la casa, sino porque Rogelio había escuchado que las mujeres tienen un sexto sentido y creyó que sólo servía para encontrar lo perdido.
El día en que María Esther se fue, comenzaron a acumularse los objetos en los rincones. Las camisas sobre las camas, los sacos sobre las sillas, los zapatos cubrieron el piso. Las mesas se llenaron de prendas; chicles, cigarros, recibos, mentas y cerillos de diferentes restaurantes.
Los ceniceros desbordaron colillas, pues no sólo él contribuía al caos, los hijos de María Esther y Rogelio también desconocían que los armarios se hicieron con un propósito. Sin embargo, llegó el día en que supieron que María Esther no regresaría. Se había ido para siempre sin dejar rastro. Poco a poco, Rogelio fue levantando el desorden y trapeando sus lágrimas. Las camas volvieron a estar tendidas, los platos limpios, no hubo más pasta de dientes chorreada en el lavabo. En aquella pulcritud que renacía, Rogelio lloró la imagen de María Esther.
¡Cómo quisiera haber tenido su sexto sentido, para poder encontrarla!
* El mapa de las cosas perdidas, Juan José Arreola.