Editorial

Crónicas del Olvido – DE “LOS DÍAS ENMASCARADOS” A “EL ESPEJO ENTERRADO”

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Crónicas del Olvido

DE “LOS DÍAS ENMASCARADOS” A “EL ESPEJO ENTERRADO”

Alberto Hernández

“¿Conservabas tu carne en cada hueso?”

Ramón López Velarde

 

1.-

No dejó de imaginar el poeta de “La suave patria”, al escribir sobre piedra mexicana estas palabras: “Soñé que la ciudad estaba dentro / del más bien muerto de los mares muertos”, y con la destreza de su fervoroso legado literario dejó abierta la puerta para que aquella tierra pariera los nombres de Octavio Paz, Juan Rulfo, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Efraín Huerta, Juan José Arreola o Carlos Pellicer, pero más, hincado por la historia y sus más delirantes asuntos, Carlos Fuentes, quien ya le rindió cuentas a las más antiguas voces del pasado. Y así, Velarde, descubierto por la sombra que aún cubre el lago de los mexicas, le añadió un ser humano común y corriente, asistido por esa “región” que aún lleva luz en su carne temporal al reconocer que: “Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo / que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo”, mientras el tiempo ocurría en el barro “más transparente” que Fuentes convertiría en monumental edificio literario.

Y la imaginación corrió sobre el papel desde aquella oración pronunciada por Humboldt, que marcó para siempre a la capital mexicana: “Viajero, has llegado a la región más transparente del aire”, y que más tarde don Alfonso Reyes hizo parte de su “Palinodia del polvo”. Desde esos instantes, hasta la aparición de la novela “La región más transparente” (1958), la historia de ese país se hizo más intensa, más extensa, más interna pero también más universal. Supimos de México y lo sufrimos y reconocimos a través de Ixca Cienfuegos, Froilán Reyero, Estévez, el marxólogo López Wilson, entre otros que reconstruyeron el imaginario que Carlos Fuentes regó por el mundo con sus ensayos, novelas, cuentos, obras de teatro y declaraciones públicas.

2.-

Un poco antes, en 1954, un más joven Carlos Fuentes entregó “Los días enmascarados”. Un libro de relatos que ya dejaban ver a quién sería el gran escritor que murió a los 83 años. Se trata de un libro donde se conjugan el mito aborigen en “Chac Mool”, los aparecidos de otras horas entre las ruinas de una poderosa cultura en “Tlactocatzine, del jardín de Flandes”, texto de orígenes, juego de abalorios y de símbolos, sonrisa amarga oculta en “En defensa de la Trigolibia”. Es decir, se trata de un libro de relatos cortos donde Fuentes inicia el viaje hacia sus adentros culturales, bañado por las influencias del surrealismo, la magia y la ingenuidad reveladas por la humedad del tiempo. Desde ese momento, pasadas todas las páginas de su bibliografía, el escritor azteca no dejó de verse en el reflejo de una identidad que borrosa y hasta resquebrajada sigue siendo motivo de tesis, estudios y reflexiones. Pero más, México, en la mirada de Fuentes y otros autores, visto como una tragedia, como el germen de una permanencia. México como problema, como doble fondo: las dos caras de una nacionalidad densa, a la vez oculta tras la máscara de los diversos acentos y asuntos de un pueblo sepultado en el eco de su historia, de una patria “suave”, dura, sangrienta, cristera, revolucionada, violenta, poética, conservadora, relatora, fuente de maravillas precolombinas y sobresaltos coloniales. Todo eso es Carlos Fuentes en su destreza literaria, en su comportamiento ciudadano.

3

México nunca estuvo fuera de la obra de Fuentes. Cada página, cada novela, cada cuento, cada ensayo era México. En el prólogo de “Cuerpos y ofrendas” (Alianza Editorial, España 1972), compendio que recoge parte de la obra corta o fragmentada del narrador mexicano, Octavio Paz señala que el primer libro de Fuentes “prefigura la dirección de su obra posterior. Alude a los cinco días finales del año azteca, los nemontani: “cinco enmascarados / con pencas de maguey”, había dicho el poeta Tablada. Cinco días sin nombre, días vacíos durante los cuales se suspendía toda actividad (…). El vaso de sangre del sacrificio prehispánico, el sabor de la pólvora de la madrugada del fusilamiento, el agujero negro del sexo…”. Libro extraño, dice Paz, y en verdad se trata de una experiencia donde el miedo, las sombras y fantasmas se hacen palabras, imágenes y sospechas.

Más adelante, el autor de “El arco y la lira” precisó que Fuentes ha publicado “cinco novelas, dos nouvelles macabras y perfectas a un tiempo…”. La nota de Paz está fechada en 1972, la misma fecha de la edición de “Cuerpos y ofrendas”. Por supuesto, se ha quedado atrás esa afirmación, toda vez que han aparecido muchas novelas más, más libros y tesis que han hecho de Fuentes un polígrafo, un monumento literario de nuestra cultura en español.

La lista es larga:

Aura, La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Zona sagrada, Cambio de piel, Terra nostra, Los años de Laura Díaz, Instinto de Inez, La silla del Águila, Inquieta compañía, etc. Por supuesto, la cronología es arbitraria y los títulos se quedan cortos. En 1998, “El espejo enterrado” (Taurus Bolsillo, México) descose el tiempo ocurrido: entonces la metáfora de “Los días enterrados” vuelve a flotar en la memoria de los lectores. La primera experiencia fue narrativa. Ésta, una de las últimas, ensayística, pero con el mismo fondo: los mexica, la cultura prehispánica, la conquista, la reconquista, el Nuevo Mundo, el Siglo de Oro, Goya, Simón Bolívar y José de San Martín, tiempo de tiranos, la Independencia… hasta el hoy que nos domina.

El espejo enterrado es el rostro que no vemos, las máscaras de la cotidianidad mexicana. El ocultamiento de nuestra realidad. El mismo Fuentes lo dice: “Los espejos simbolizan la realidad, el sol, la Tierra y sus cuatro direcciones, la superficie y la hondura terrenales, y todos los hombres y mujeres que la habitamos”. El adjetivo le da un contenido que implica novedad, “escondijo”. Paz: “…los espejos cuelgan ahora de los cuerpos de los más humildes celebrantes en el altiplano peruano o en los carnavales indios de México, donde el pueblo baila vestido con tijeras o reflejando el mundo en los fragmentos de vidrio de sus tocados. El espejo salva una identidad más preciosa que el oro que los indígenas le dieron, en canje, a los europeos”.

La metáfora es más redonda: de trozos de oro material y espejitos a un legado que hoy conforma páginas y más páginas, costumbres y tradiciones, idiomas regionales vivos y reveladores, un idioma heredado más rico cada día. América sigue siendo un continente enmascarado, también un espejo que, desenterrado, deslumbra y se hace más vigoroso. Reflejamos el mundo y éste nos refleja. Nuestra vieja carne sigue pegada a los huesos de un ataviado esqueleto que danza bajo el sol.

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