Editorial

EL COMPLEJO DE EURIPIDES – LETRAS SIN FRONTERAS

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EL COMPLEJO DE EURIPIDES

GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

LETRAS SIN FRONTERAS

 

Había sido un cuento muy difícil de contar. Le había tomado casi 5 años. Y ahora que ya estaba terminado había que presentarlo en el concurso. O por lo menos eso pensaba él. Ella no creía en que el mérito de una creación pudiera determinarlo el juicio humano.

Gil sabía exactamente como operaban los jurados porque él lo había sido en varias ocasiones. Si bien era cierto que había personas que trataban de ser justas, la gran mayoría estaban prejuiciadas aunque trataran de aparentar lo contrario. A eso había que añadir los caprichos de la política local e interna.

Cuando lo comenzó, Estrella acababa de cumplir los 20 años. El tenía 24, pero aparentaba menos. Se habían conocido en un bus con ruta al centro. A Estrella, que ya trabajaba en la emisora principal, le había parecido el hombre más extraño de la tierra. Era de un color canela pálido resultado de alguna mezcla indígena. Su pelo lacio de un color indefinido, peinado de lado, pasaba por entre las orejas sin llegar a ser largo. Lo más raro en él era su sonrisa, que no dejaba asomar, tratando de ocultar sus dientes de liebre. A Gil en cambio le había fascinado un no sé qué de la muchacha: Su personalidad, su curiosidad, su frescura, delataban de inmediato que venía de otro mundo.  

El diálogo entre ellos surgió en torno a una revista literaria recién publicada por un intelectual que había vivido en Estados Unidos y había regresado con la mente llena de ideas sobre cómo comercializarlas.

Gil vestía como un desarraigado. No tenía un trabajo fijo y llevaba siempre un libro debajo del brazo.   Era asiduo de la universidad y andaba activo en los círculos culturales. Conocía la vida y obra de los personajes que movían el festival de arte y el concurso literario.

No cabía duda de que Estrella se había inspirado en Gil para describir su personaje. Tituló la historia: El Complejo de Eurípides porque pensó que así debería llamarse su nuevo amigo y desde entonces se refirió a Gil como al personaje de su cuento.

Tratando de redimir su presencia, Gil le presentó a Mario, un compañero de la universidad que estudiaba arte. Tarde se dio cuenta de que había cometido un error pues Estrella se enamoró perdidamente de aquella pequeña réplica de Alain Delon. Para evitar perderla del todo, Gil se convirtió en su sombra.

El cuento tomaba forma. Más que la historia en la que iba convirtiéndose, se trataba de una alegoría, el efecto alienador de la cultura de una ciudad en un individuo. Estrella tuvo que reescribirlo a medida que experimentaba su amistad con Gil y su amor por Mario que a su vez vivía un romance con otra chica.  

Para ganarse, de una vez por todas, la voluntad de Estrella, Gil tramó presentar el cuento en el concurso de ese año. Si ganaba, sería una grata sorpresa. Si no, jamás se enteraría. Para despistar, le pondría como seudónimo su propio nombre: Gil Pérez. Era amigo de la directora del festival de cultura y ella sabía que él no era escritor y el cuento no podía ser suyo. Tenía sus pros y sus contras. A lo mejor decidieran darle el premio a un cuento cuyo proceso al escribirlo merecía contarse aparte.  

El problema era que el cuento no estaba listo. Tendría que arriesgar y presentarlo como estaba. Pero al leerlo, Gil se dio cuenta de la imagen que Estrella tenia de él. En el cuento él era un tipo que se había hecho famoso por su fealdad y su comportamiento excéntrico, compulsivo a quien le decían “hormiga” por su obsesión con esos insectos. Era una especie de Hombre-Elefante con pinta de Gregorio Samsa el personaje Kafkiano. Eurípides se había identificado tanto con el mundo de las hormigas que se aisló totalmente y comenzó a creerse un dios. Organizó hormigueros a su antojo de modo que las hormigas vieron en él a un tirano que había que eliminar. El final no estaba resuelto pero Gil asumía lo obvio. Su muerte no sería nada plácida porque era bien sabido el poder de un hormiguero agresivo. Así que escribió el final, editó el escrito y siguió el protocolo antes de ir a las oficinas a entregarlo.

                                                                    

II

 

Había llegado el día de la elección del mejor cuento. En el salón, reunidos, estaban los miembros del jurado eliminando de entre el grupo de narraciones, los cuentos que no habían sobrevivido la crítica visual: los que no cumplían con las normas del tamaño y color del papel. Aquellos que, era obvio, jamás habían escrito un cuento pues el texto estaba a mano, o era un barullo de letras, que aunque escritas a máquina, no invitaba a su lectura. Los otros fueron eliminados desde el título o el primer párrafo.

“¡Hoy en día cualquiera coge una pluma y escribe!” comentó acremente el viejo escritor, cuya carrera no había encontrado jamás una piedra en el camino ya que su familia era dueña de una editorial y un conglomerado de librerías. Su nombre ya era mantra nacional entre los aspirantes en el universo de las letras y figura obligatoria en el mundillo social.

“Yo ya no boto el papel, lo reciclo” exclamó el crítico literario cuya columna en el periódico más leído en el país hacía y deshacía escritores.

“El número de los participantes se ha reducido a dos por jurado, seleccionen el que van a representar, en diez minutos” anunció el profesor universitario, que se jactaba de poner la bala donde ponía el ojo cuando miraba un texto.

“Yo por lo pronto abriría los sobres para saber quiénes son los sobrevivientes y comprobar si cumplen con la imagen necesaria para ser los finalistas,” dijo otro de los miembros del jurado, de profesión abogado, entre cuyos clientes se contaban pocos intelectuales.

En los minutos que trascurrieron, los jurados leyeron y revisaron textos e información con la que empezar a deliberar. Le dieron la palabra al jurado que era escritor.

“Para mí ninguno de los dos cuentos que me han asignado amerita un premio, pero suponiendo que no haya otro remedio, yo escogería el de este muchacho de 21 años, estudiante universitario que tituló su cuento: “¿ De qué color son las banderas?” Es un tema social muy gracioso. El único problema es que tiende a ser muy de derecha. Su seudónimo, Ralph Lauren, le resta peso a sus ideas y lo delata de snob. Por lo tanto cedo el turno.

“A mí me llama la atención el cuento de seudónimo Eva Tierra y que titula “Las mil y una guerras”. Cuenta el gesto valeroso de un soldado durante una de las tantas guerras civiles en nuestro país. La autora es actriz en el teatro municipal pero su verdadero trabajo es de oficinista.    

“Eso está muy trillado,” opinó el periodista. Los lectores no están ya para esos temas. Ya tenemos con las guerras de verdad. Además, que sabe una mujer de guerras y soldados. Como no sea que haya hecho el papel en el teatro, que no creo, ni que en la oficina se lo permitan! El hombre rio de su propio chiste. “El siguiente! Añadió.

“Y que les parece este: El complejo de Eurípides. El título es interesante. Es como una paradoja. Como no sea el complejo de los matemáticos. ¿No debería ser, El Complejo de Edipo? Aún así me capta. “ dijo el profesor.   Es un cuento dentro de un cuento. La técnica narrativa es original.

“Eso se ha hecho antes. Que novedad aporta?” preguntó el escritor.

“Es entretenido, filosófico…tiene contenido sicológico, fuerza en los personajes.

“En resumen, es un buen cuento” dijo el abogado.

”El profesor abrió el sobre con la información del participante. “Hay un problema”. Los demás lo miraron con expectativa.

“El seudónimo es Gil Pérez, pero su autora es Estrella Franco”.

“La del programa cultural?” preguntó asombrado el abogado.

“Ud. llama a eso, programa cultural? Allí se entrevista a cuanto perro y gato quiere criticar la cultura de nuestra ciudad.”

“¡Cierto! Además, esa mujer no es de esta ciudad, ni siquiera de este departamento. Tengo entendido que lleva en la ciudad menos de cinco años. ¡Si no fuera del país habría que deportarla!

Aparte, la directora del festival está muy enojada con la entrevista que le hizo en la que insinuaba que el festival era muy elitista y que excluía a mucha gente.

¿Y quién es ella para decirlo? Le das el micrófono a una cotorra y después no hay quien la calle.” Los jurados rieron a su ritmo.

“¡En fin, que hay que desestimarlo!” concluyó el abogado.

“Y descalificarlo” afirmó el crítico.

“Es una lástima” opinó el escritor. ”Tenemos que empezar por el principio.”

Hay otro pequeño problema,” anunció el profesor tímidamente.

 

III

 

Estrella no podía creer que su cuento hubiera salido favorecido con el premio. Después de su enojo al enterarse que Gil lo había presentado sin consultar con ella, cuestionaba el resultado:

“¡Pero, si no estaba terminado!, ¡No estaba segura del final!” dijo mirándolo con suspicacia.

“No te preocupes. Lo edité y le di un final de acuerdo a lo que pensé tenías en mente. Seguí fielmente las guías y requisitos para evitar excusas.”

“En ese caso, te debo un por ciento”.

“No me debes nada más que tu amistad.”

Solo Gil sabía cómo había logrado superar los obstáculos que él conocía de memoria y que se tendía en el camino a los creadores en aquella sociedad.

Previniendo, o como decía él, poniendo la cura antes de que saliera el grano, Gil se había encargado de visitar, confidencialmente, al profesor Martinez, uno de los miembros del jurado en el concurso de este año.

Muy calmadamente, Gil le dijo: “Este no es solo uno de los mejores cuentos que he leído sino que pienso que Estrella Franco es una de las aportaciones culturales más importantes de los últimos cinco años a nuestra ciudad. Si yo fuera parte del jurado, le daría el primer premio, como un estímulo.”

“Pero ¿y quién se cree Ud. que es para decidir quién gana o quién pierde?” exclamo el profesor indignado.

“El dios de las hormigas. Contestó Gil sarcásticamente. “He vivido para ser la inspiración de ese cuento. El propósito de mi vida entera está justificado en él. Por eso la suerte de los miembros del jurado depende de que ese cuento salga ganador.”

“¿Es eso una amenaza?” preguntó el profesor escandalizado.

“Nada de eso. Le estoy pidiendo que haga su trabajo legalmente y por primera vez. Como jurado sé que la gran mayoría de los concursantes, sino todos, son novatos. Ningún profesional inteligente se sometería al juicio de personas que saben menos que él. Los concursos, por otra parte, desaniman a los perdedores. El mensaje es claro: no trates otra vez.

A ustedes los he visto operar en el pasado. Los he observado, estudiado y los conozco hasta la saciedad. A usted, por ejemplo, le dieron su trabajo después de que chantajeó al decano por sus asuntos homosexuales con estudiantes. El escritor tiene un negocio con el crítico, que hace posible que sus libros se vendan como pan caliente. El abogado ha sacado de la cárcel a más mafiosos que personas inocentes y ha llenado las celdas de estas, gracias a su hábito de venderse al lado contrario por una jugosa suma de dinero. Por eso le digo que no es una amenaza, es una realidad a la que ustedes han conectado su suerte.

 

IV

Gil no podía acostumbrarse a la ironía. El que pensaba que ganando el concurso, Estrella aprovecharía el minuto de fama que le había comprado, para promoverse como escritora. Que pudiera, tal vez, verlo al él con otros ojos.

Pero era algo que no había considerado, ni siquiera adivinado.

Estrella se marchaba. La breve pausa que había sido su vida en la ciudad, le había servido de respiro para impulsarse y tomar la decisión. Siempre había soñado con irse a Inglaterra. Se iba con Mario, que había terminado sus estudios de arte.

Mario con Estrella. El con el hormiguero. El dios de las hormigas. Las mismas hormigas de siempre.  

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