Editorial
Crónicas del Olvido – “OJOS BIEN ABIERTOS Y OTROS POEMAS”, DE SAM HAMILL
Crónicas del Olvido
“OJOS BIEN ABIERTOS Y OTROS POEMAS”, DE SAM HAMILL
Alberto Hernández
“El alma debe aprender a perdonar aquello que la boca canta”.
S.H.
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Sam Hamill es un hombre de fuertes pasos, de sonrisa fácil e inglés sonoramente firme. Su pronunciación alberga una pasión casi impulsiva. Se trata de un poeta norteamericano que no cree en las políticas de su país. Se trata de un poeta cuestionador, que canta sus experiencias desde la dureza de la realidad y desde un espíritu afectivo que tiene raíz en su condición de budista. Se trata de un poeta profundamente humano tocado por la orfandad, por el dromómano afán de ser universal, mundano y enemigo del odio y la muerte, ocasionados por la guerra.
Sam Hamill se aproxima desde el reflejo de sus anteojos, con los párpados casi cerrados para evitar el relámpago del trópico o la luz criminal de una bomba en el corazón de una ciudad indefensa. Y digo del trópico por mi experiencia con él en Valencia durante el X Encuentro Internacional de Poesía de la Universidad de Carabobo (2012) en el que coincidimos y nos conocimos brevemente. Y digo de las bombas por su rechazo absoluto a las guerras, escrito en sus poemas y en la piel de sus palabras, por sus críticas rotundas contra la administración Bush y contra todo lo que huela a pólvora y metralla. De modo que es un poeta militante, un poeta vigoroso, un hombre entregado a la vida, a las letras, a la disidencia, al mundo. Después de oírlo y mirarlo, queda el sonido, el estruendo de su pronunciación, el verbo encendido de sus versos, algunos reunidos en el libro “Ojos abiertos y otros poemas”, publicado por la Colección El Cuervo del Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo, en 2006, con traducción del también poeta, el argentino Esteban Moore.
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El primer poema de este libro —suerte de anzuelo— pesca a quien lo lee. El lector es un pez invisible. “Las redes” anima la imagen de un pescador que recoge y desenreda las cabuyas de una atarraya. La metáfora aproxima nuestra lectura al deseo, al espejismo del agua y a la sangre que brota de los dedos del hombre de mar. Es un poema donde el tiempo y la distancia elaboran la presencia de un ser humano frente al universo, frente al océano. “Las pesadas redes del deseo…”, instancia que encierra el pensamiento y también los sonidos que contiene el mundo. Un hombre solo desenreda las horas de su silencio.
Una página más adelante nos aborda con “Viejos huesos”, un texto dividido en tres partes en los que Hamill recuerda a algunos poetas cercanos a él: Snyder, Pound y Lu Chi aparecen mientras el poeta que habla modela el mango de un hacha. Luego, Hui Neng protagoniza el segundo texto desde el polvo de sus huesos. El tercero recuerda a Basho y la fábula del agua y la rana. Es decir, Hamill resume la paz del mundo en pocas líneas: tiempo y memoria, espacio y sonidos retraídos hacen posible este hermoso instante verbal.
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“Un dragón en las nubes”, “El don de lenguas”, “El ganado de Dresden”, “Dos pinos”, “Montañas y ríos sin fin”, “Lo que sabe el agua”, “Perdido en la traducción”, “La flor de la orquídea”, “Discurso inaugural ante la asamblea legislativa, 2003” y “El poema de Nueva York” abren la puerta de acceso al extenso texto “Un canto pisano”, donde Hamill se pasea por diferentes instancias de su vida, su ideología, sus gustos por las culturas clásicas, la griega y la latina, y su paso por la china y japonesa, sus viajes bajo la luz de los Cantos pisanos de Ezra Pound. Pisa es la escenografía por donde ocurren las palabras del autor. Un poema de largo aliento que le hace decir: “Yo no soy Odiseo, sólo un monje en una orden de poetas, / un viajero hacia la Toscana, un turista en Venecia..”. Nombra y dice de los poetas maltratados Akhmatova, Hikmet, Tu Fu, presos y exiliados. Un canto dolido que también tiene en el tao, “un camino a seguir. / Mis colegas poetas lo sostienen, / he apuntalado mis muros / he invitado a mis barricadas / a aquellos que abrazan la tradición”.
En otro lugar del poema asiste y canta: “Kannon, Kannon, / perdonar es una cosa, / olvidar otra”. Se pasea por los campos de concentración, por los bombardeos contemporáneos, por el acento de Confucio… hasta llegar al poema, a la pulpa del poema como músculo y aire, como humano proceder: “El templo de las palabras, / el poema es el amo. / El poema. Únicamente. / El poema. // Es el sendero a la iluminación (…) allí donde todo es música, / todo es luz”. Largo viaje por el cuerpo sonoro de este hombre que ha sabido sobrevivir.
“La flor de la orquídea” se queda flotando en la memoria. Un poema donde Sam Hamill ha dejado parte de su vida: una flor que pasa por la vida, una flor que muere. Este poema tiene que ver con el fallecimiento de su esposa. La lectura nos obliga a citar: “En el instante en que me pregunto / si la orquídea va a morir / ella florece // …abriéndose en el apogeo del verano / pequeña, perfecta en su plenitud // Incluso para un poeta / de cabellos blancos y rostro curtido, / ella es en su pureza, erótica, // …Ella es erótica / porque en el corazón del nacimiento / la muerte afirma su existencia. Un poco más adelante, remata: quien a cada momento se vuelve más bella / simplemente porque uno de nosotros ha de morir”. Un poema en el que Hamill aguanta la respiración un rato y mira alrededor del mundo que lo estrecha.
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El poema que le da título al libro, “Ojos bien abiertos”, insiste en el mismo viaje, en el mismo tema: un canto desde una joven mujer para entrar en su historia japonesa en Okinawa, donde fue marine norteamericano. Y habla de su niñez, de su llanto nocturno, de Homero y los muertos, de El arte de la guerra de Sun Tzu. Todo dicho “con tus ojos bien abiertos”. Y así, agudo en la denuncia, escribe “Sobre la muerte de James Oscco Anamaría”, en el que desnuda la aventura de un crimen cometido por la mano de un poder desconocido, aunque se presume de una sigla que siempre ha metido las suyas en ámbitos ajenos.
“Cuando hallaron su cuerpo / en el basural / cerca del puente Pachachaca / en Abancay, // nadie pudo decir / quién fue el que / le arrancó / las uñas de los dedos, // quién le rompió las piernas / quién le extirpó el ojo / o quién finalmente lo degolló…” Es un poema desnudo, duro, amargo, pero también amoroso. Oscco Anamaría era un poeta joven quien “sabía / que la poesía es amor, / y en este mundo/ el amor es cosa peligrosa”.
En “A partir de Borges”, el poeta Hamill descarga toda su batería crítica contra el poder, contra el abuso del pasado, contra quienes se creen que son “la madre patria”. Y escribe: “No, no hay héroes, excepto aquellos / que despiertan para saludar al amanecer con las manos vacías / y el corazón agobiado en un tiempo brutal. Más adelante: Ésta no podrá ser hallada en la grandilocuencia / de los pomposos imbéciles del pueblo que aspiran a cargos públicos / sólo porque desean el poder”. Muy claro para advertir que estamos en un presente parecido.
Al final, “Paseando por la calle Florida”, Sam Hamill lee los árboles, la cara de la gente, los pasos que Neruda y García Lorca dieron por Buenos Aires, por la rúa donde “Alfonsina se encontró / con su antiguo amante”. Calle-mercado de paquetes e ilusiones, de nombres, de Borges y sus Obras completas, de Perón, de la Plaza de Mayo, de la bienvenida a todos aquellos que la visitan.
Este libro de Hamill, el poeta de la orfandad, el poeta viajero y traductor, nos encuentra con los “ojos bien abiertos” mientras otros poemas van y vienen en la imaginación de un hombre que sabe que el mundo seguirá siendo redondo pese a las pestes que la habitan.