Editorial
SECUESTRADO EL MOVIMIENTO GAY – LETRAS SIN FRONTERAS
SECUESTRADO EL MOVIMIENTO GAY
GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ
LETRAS SIN FRONTERAS
¿Cómo es que las víctimas de la intolerancia desde tiempo inmemorial, se alían con sus opresores?¿Por qué buscan ahora promover estilos de vida extremos como la pedofilia o imponer la disfuncionalidad en la sociedad?¿Perderá el movimiento gay sus logros como resultado?
Hace unos meses, la representante y cofundadora de Vox, el nuevo partido de derecha en España, Rocío Monasterio, advirtió que la izquierda había secuestrado el movimiento gay en su afán de avanzar una peligrosa agenda. Ese secuestro político y mental ya ha ocurrido a nivel internacional, por supuesto. Y es así como las víctimas de un extremismo que ha arruinado a gran parte del planeta con gente y todo, se alían con los líderes radicales para que continúen con sus infamias. Como ayudar a cavar su propia tumba. Habría que inventar un nuevo término a esa condición, equivalente al Síndrome de Estocolmo, porque los “secuestrados” se dejan subyugar voluntariamente.
Es un hecho que la comunidad homosexual ha sido, históricamente, la víctima favorita de los déspotas, las dictaduras y los regímenes. Y es que a la hora de la verdad, muchos de los verdugos han resultado homosexuales reprimidos. En una forma sadomasoquista de controlar a una población que la inseguridad y la ignorancia social consideran despreciable. Aun hoy en día, en países que aun padecen de fanatismo y carecen de educación como los islámicos, se les aísla, golpea, apedrea, tortura y confina para culminar la crueldad en exterminio. Conocemos bien las historias de los campamentos nazis, los gulags soviéticos, la UMAP cubana, por mencionar solo unos pocos casos.
Por eso resulta más que curioso, sospechoso, el que los activistas gay se estén dejando manipular por una izquierda que no puede limpiar sus manos de los innumerables crímenes cometidos contra los homosexuales. El catálogo de denuncias al respecto ocupa ya varios volúmenes. En Europa y América Latina es bien conocida la obra del escritor cubano Reinaldo Arenas, la cual detalla la persecución sin tregua a que han sido sometidos los intelectuales gay por parte del régimen castrista. Solo aquellos que han fingido sumisión y han sido utilizados como propaganda, han podido sobrevivir, no sin pagar un alto precio de conciencia. Aun así, cuando el artista o intelectual, o deportista cae en desgracia por diferencia de gestos u opinión, el régimen le cobra con creces su osadía.
El dilema es entonces que un movimiento que lucha por validar los derechos de su comunidad y establecer el respeto a su presencia social, busque imponer una agenda dictada por organizaciones políticas ajenas a sus intereses; que acepte sumisamente el que se trate de asociar la disfuncionalidad mental con su identidad sexual, una mancha de la que solo se prescindió médica y sicológicamente hace solo pocos años. Y lo peor de todo es que sus líderes más radicales, en su estampida hacia el abismo, arrastren consigo a la mayoría de miembros de esa comunidad que funciona en armonía con la sociedad.
¿Por qué querría alguien normalizar la disfuncionalidad mental, como la confusión de género, o la sexual como la pedofilia, como no sea que, como dijo Monasterio, ese movimiento ha sido infiltrado y secuestrado por los radicales al servicio de una agenda interesada en destruir. Aquellos “lideres” que buscan la degradación como norma y con ello la destrucción de un movimiento que, se supone, protege los derechos humanos de sus miembros. Para que esto suceda, la izquierda ha ofrecido la ilusión de libertad ilimitada o libertinaje a los radicales LGTB y como el depredador, atraerlos al redil para luego usarlos y manipularlos a su antojo. Una vez dividida la comunidad, separados en grupo de la sociedad, convertidos en parias y agentes del desorden, perdidos sus recién adquiridos derechos, convencidos de que nadie más les ofrece simpatía, hacer por el nuevo amo lo que este les pida. Y cuando ya no sirvan o se desvíen de la agenda, convertirlos en desechables.
La lucha social por el derecho y el respeto no ha sido diferente entre los grupos humanos por su color, raza, religión, política u opinión. ¿Cuándo concluye el objetivo de una causa? Hasta hace poco pensábamos que la respuesta era muy obvia: hasta que se lograra ese respeto. Yo con mi vida y tú con la tuya y ambos amigos. Y así van marchando los movimientos. Lo demás es mantener ese respeto y vigilar que no se violen los derechos adquiridos. Educar al prójimo más joven y sobre todo dar ejemplo de civismo y demostrar que sabemos vivir en concordia con la sociedad. Ese no ha sido el caso de movimientos que han cruzado la raya y se han politizado, adoptando en muchos casos en el papel de víctima o en otros peores, en el papel de victimarios. Y aquí es cuando llegamos a la segunda década del siglo XXI con unos movimientos halando cada vez más hacia la extrema izquierda, disfrazada de tabla de salvación: en lugar de nadar, seguir pataleando para no ahogarse y en el proceso, ahogar a todo el que quiere salvarnos.
Los radicales gay que se prestan a promover la agenda de confusión de géneros, de imponérsela a los niños, de pretender legalizar la pedofilia, están cometiendo abusos que incitan a una sociedad que se rige por la moral y el orden y por ende causan que los derechos ganados hasta ahora por los homosexuales se vayan perdiendo por exceso. La ley del equilibrio dicta que si un lado hala o empuja hacia un extremo, automáticamente el otro extremo ejerce igual presión en dirección contraria. En el caso del movimiento gay, es de esperar que el mismo individuo que busca respeto a su intimidad y protección de su identidad termine siendo la víctima de aquellos que agitan por imponer estilos de vida extremos o sus confusiones sexuales. Y el movimiento conformado por radicales que imponen el desorden social, no está siendo responsable ni por los derechos de su comunidad ni por los del individuo que pretende representar. Por el contrario, está atacando a la sociedad entera. Han adoptado las aberraciones y enfermedades mentales como parte de su identidad.