Editorial
Cambios de Piel – Letras Sin Fronteras
Cambios de Piel
Gloria Chávez Vásquez
Letras Sin Fronteras
La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Cicerón
“El poder es el afrodisiaco definitivo”, dijo una vez Henry Kissinger. Estaba siendo demasiado parcial y hasta generoso. La del poder, como cualquier otra adicción, lleva a comportamientos extremos que abusan y ahogan la justicia y por ende la paz de las comunidades. El adicto al poder es por naturaleza violador de los derechos ajenos pues impone sus deseos sobre el bienestar de los demás. En su desesperación por ese “éxtasis”, destruye vidas, incluyendo la suya. Es un ser oscuro al servicio del mal. Es parte de una especie que, como un virus, se propaga en condiciones sociales como las actuales.
El poder es y ha sido la serpiente de paraíso, que tienta y desgracia a todo aquel que se deja seducir. Pero hay un adicto al poder que podríamos llamar “de media tinta”. Es el individuo servil, instrumento del poderoso que, como reptil, actúa agazapado. Es aquel que se beneficia indirectamente, prestándose, muy directamente, a la corrupción y al abuso. No tiene conciencia, ni ética, ni principios morales. Padece de paranoia, porque se ve obligado a esquivar el resplandor de la mirilla inquisitiva que se enfoca en su amo, el poderoso. A este tipo de persona no le interesan la responsabilidad ni la fama que atrae el poder, sino sus beneficios. Su producto más codiciado, aparte del dinero, son las sobras del poder. Y por migajas está dispuesto a mentir, traicionar, difamar y destruir a todo aquel que se atreva a señalar los abusos.
Cuando la corrupción, que como gastada piel de ofidio se seca ante la luz, se hace evidente a los ojos de la verdad, hermana gemela de la justicia, es hora de un cambio de piel en la sociedad.
Como todo fenómeno, el cambio de piel no depende del reptil, en este caso aquel que personifica al poder corrupto, sino del proceso que dictan las leyes naturales: Todo lo que sube, debe bajar. Y bajar, baja, por su propio peso, aquel que hace daño y se enriquece con el producto de las actividades ilícitas, naturalmente acompañadas del crimen.
Abraham Lincoln pensaba que la verdad es como la tierra después de una gran nevada. Permanece cubierta solo hasta que se derrite la nieve. Y derretirse, se derrite, especialmente cuando arrecia el calor de los ánimos. Y es que la corrupción se cuece entre dos fuegos, el de los corruptos que luchan por mantener su fachada de dignidad y el de los afectados, que luchan por exponer sus crímenes. Aunque muchos cínicos piensen lo contrario, la verdad surge, tarde que temprano, como la tierra lista para el abono, después de que la sucia capa de la hipocresía se vuelve líquida para luego evaporarse.
Es posible que el mundo haya conocido alguna vez, lo que se diga, un tiempo de paz o de concordia. Pero el estado natural de sus asuntos sociopolíticos ha sido, salir de una crisis para meterse en otra. Citando otra vez a Kissinger, “Los políticos corruptos hacen que el otro diez por ciento se vea mal”. La especulación, la desinformación y la hipocresía son la norma. Los líderes honestos son vistos con suspicacia y hasta con rencor. En muchas ocasiones y como todo redentor, han sido crucificados.
Durante el cambio de piel o tiempo de crisis, el individuo honrado y trabajador se rebela y abandona su tolerancia ante la complicidad de la mayoría en el estancamiento de la justicia. Lo mueve la esperanza de que se haga justicia, o que por lo menos, se ventile la podredumbre y se denuncie a los que facilitan la impunidad y se han acostumbrado a vivir en concubinato con la delincuencia y la avaricia.
Muy a pesar de la mezquina agenda de gran parte de la maquinaria mediática, la inteligencia colectiva ha comprendido la imperante necesidad de educar, ante el peligro de una ignorancia manipulada por los oscuros. El ciudadano responsable sabe ya, que en una democracia el poder es de todos y no de unos pocos. La hipocresía ya no tiene razón de ser. Es hora de abandonar los extremismos, simples manifestaciones del fanatismo. Decía Winston Churchill que un fanático “es aquel que no puede cambiar de opinión y no cambiará de tema”. Según Ortega y Gasset, decir que se es de izquierda o de derecha solamente, es admitir a una forma de parálisis moral. El punto de vista es absolutamente necesario y parte del panorama.
La gente iluminada reconoce que somos parte de un universo en el que no tenemos que estar a merced de los agentes del mal. Que la víctima cede su poder al victimario cuando permanece en silencio. Que la paz está tan cerca de nosotros como lo están nuestra familia y nuestros vecinos. Que el enemigo no es la crítica sino nosotros mismos cuando nos sentimos responsables de lo que se nos critica.
Que, en fin, si deseamos vivir en paz, debe haber un orden social y nuestra obligación como ciudadanos, es aliarnos con la verdad y la justicia para así recuperar el poder de las garras de los seres oscuros que se esconden detrás de las maquinarias violentas, llámese delincuencia, corrupción, narcotráfico o guerrilla.