Editorial
EL Tamaño de la herida: ¿Somos una sociedad enferma? – Gloria Chávez Vásquez
EL Tamaño de la herida: ¿Somos una sociedad enferma?
Gloria Chávez Vásquez
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…”. Mateo 5:6-8
Parece que en el camino hemos perdido la noción de lo que es la justicia. Y por ende su resultado, que es la paz. En nuestra sociedad aún no se entiende el concepto de la sabiduría oriental, de lo que es el karma. De la ley de acción y reacción. Más bien se ha acomodado al canon tradicional cristiano de “carga o cruz que le toca vivir al ser humano”. Eso de que “el que la hace la paga” perdió tracción o nunca la ha tenido. En nuestro mundo el que la hace, posiblemente se salga con la suya. Y lo peor de todo es que lo toleramos. ¿Será por eso de poner la otra mejilla para agradar a un dios que no se cansa de castigarnos? Nos escandalizamos del lema: ojo por ojo y diente por diente, pero contribuimos a que se le saquen los ojos y los dientes a nuestro prójimo.
Es horroroso ver que un asesino viole y destroce a su víctima y con ello condene al sufrimiento, por el resto de sus días, a toda su familia y amistades y los encargados de administrar la justicia o el castigo, fracasen en su misión o se conviertan en cómplices. Y que familia y simpatizantes del victimario ignoren el crimen y se dediquen a desgarrar moralmente a los allegados de la víctima, para interceder por el criminal pidiendo que se elimine el castigo. Si en verdad hay una justicia divina, los cielos claman a Dios ante esa aberración.
¿O es que los seres humanos nos hemos convertido en agentes del Mal? ¿Qué de bueno esperamos? ¿Qué de Paz?, ¿Qué Misericordia?, ¿Qué de Justicia? Si lo que sembramos a diario es la semilla de la vergüenza. Somos participes de la injusticia. Amparamos el crimen, contribuimos con nuestra apatía a la muerte de la inocencia. Delegamos en los ineptos y corruptos la implementación de esa justicia y cuando ellos fallan, nos lavamos las manos. Pasamos página para no incomodarnos. No hay señales de empatía. Por eso no debe sorprendernos el día en que el colectivo se rebele y comiencen los linchamientos y ocasionalmente, paguen justos por pecadores.
Siempre me he preguntado de si el hecho de que de España nos llegaron tantos delincuentes liberados para deshacerse de ellos, lo mismo que hizo Castro cuando el Mariel, no nos habrá ensuciado la herencia con genes malignos. El haber venido a nuevas tierras o tierras ajenas, no convirtió a los canallas, más bien les dio rienda suelta. Fue así como se suscitó la conquista. Somos el producto de una violación en masa. De una injusticia perpetua que nunca se reivindicó. Cinco siglos después, docenas de generaciones más tarde, tenemos en nuestra sociedad el producto genético de la infamia. Guerrillas perennes, dictaduras totalitarias, narcos, corruptos, mentirosos y ladrones. Y una especie humana degenerada por falta de nobleza en la sangre. Y claro, una alcahuetería que nunca termina, que es lo que hace posible la injusticia.
Somos una sociedad violenta, plagada de sociópatas y psicópatas cuyos síntomas más notable son la irresponsabilidad, la envidia y la intolerancia. Individuos que no tienen humildad para escuchar consejos o seguir ejemplos ni la paciencia para educarse. Gente adicta a la satisfacción inmediata de sus apetitos e instintos. Quieren riqueza y poder, sin tener que trabajar el tiempo necesario para lograrlo. Como no tienen punto de referencia moral o ética, atropellan los derechos ajenos y destruyen a quienes se les interpongan en el camino. Son vengativos y grotescos en sus acciones. Carecen de compasión pero son explosivos en su temperamento. Nunca están satisfechos pues la satisfacción es un efecto del trabajo honrado. Del deber cumplido. De saber que lo que se tiene es por lo que se es y ellos, obviamente son matones sin valores espirituales ni amor propio. Su lado oscuro domina y opaca lo poco que hay de luz en él. Por eso trata de comprar o coaccionar la voluntad ajena. Pero en lugar de lealtades, compra hipocresía. Porque los que se venden son hipócritas.
¿Cuál entonces es el tamaño de nuestra herida social y espiritual? ¿Qué se toma para sanarla y con ella por fin vivir en una paz que desconocemos y que es para nosotros una utopía? ¿Es posible encontrar un ser humano en nuestro medio que se comprometa con la justicia sin temer por sus principios ni su vida? ¿Seremos algún día ese tipo de sociedad en donde se respeten los derechos ajenos? ¿O tendremos que resignarnos a vivir en una sociedad enferma, pagando el precio con nuestras vidas y la de nuestros seres queridos?