Editorial
Cómo sobrevivir como crítico literario sin perder la ética en el intento – Mariel Turrent
Cómo sobrevivir como crítico literario
sin perder la ética en el intento
Mariel Turrent
…asistir invisible en cualquier parte para que nadie pueda disfrazarse
Francisco Mariano Nifo, El duende especulativo
A mí me encanta dejar que los libros me elijan a mí. Me encanta entrar en una librería y sentir cómo su portada me sigue por los pasillos, entre los estantes, haciéndose notar con sus colores, gritando con su tipografía que es a él a quién yo busco; que es él quien ese día se irá a casa conmigo. Pero no solo así llegan los libros a mi vida. También llegan sorpresivamente por recomendación de un amigo, de un noticiero, de un reseñista, bloguero, o youtubero. Sin embargo, en estos casos suelo ser cautelosa y tomarme los comentarios como de quién vienen. El crítico cultural puede tener conflictos de intereses con el libro —o la obra de arte— en cuestión y está en mí saber interpretar la información.
La ética dentro de la crítica cultural es un tema sensible y es muy lógico si pensamos en sus orígenes: durante centurias los sabios pertenecían a la esfera de la Iglesia, lo que convertía el ejercicio de las letras en algo no mercenario ya que los autores sobrevivían mediante sus rentas eclesiásticas y su público era el mismo clero —no tocaremos aquí el tema de las consecuencias en caso de transgredir a dicha institución—. Y es que como dice Álvarez Barrientos, la literatura no puede ser considerara como una actividad independiente, sino subsidiaria de otra más prestigiosa y, por lo general, más lucrativa. La prensa en sus inicios podía desvincularse de otra actividad, sin embargo, hoy en día está influenciada por el sesgo del medio: ya sea con una visión mercadotécnica, que incluya vender algún tipo de producto o servicio, o bien tratar de conseguir adeptos, seguidores políticos o ideológicos. Es decir que de una u otra la prensa al igual que la literatura no ha podido desligarse de algún patrón.
Además, resulta que la paga por lo general es tan mísera y el trabajo tan arduo, que poco tiempo le quedará al escritor para dedicare al conocimiento y a la erudición. Como consecuencia, quien puede darse el lujo del estudio (rubro costosísimo no solo en cuestión monetaria sino en inversión de tiempo) suele pertenecer a una élite —entre la cual además serán pocos los que cuenten con buen juicio y una visión imparcial y madura—, por lo que, citando nuevamente a Álvarez Barrientos, aseguro que el número de candidatos competentes para tan apreciable y codiciado empleo es muy reducido. El crítico debe comer de alguna manera, es decir, sus ingresos los obtiene de alguna fuente que en las más de las veces es quien da el sesgo sobre el cuál debe escribir.
Otro tropiezo ético de la crítica cultural resulta del hecho de que cualquier hijo de vecino puede tener una opinión y publicarla en las redes sociales sin filtro alguno. Esto aunque soluciona el conflicto del patronazgo, puede caer en una opinión subjetiva y falta de erudición. La solución sería que todo aquel que piense publicar una opinión, se informe y lea previamente a los eruditos, porque serán ellos el puente entre lo culto y lo popular, serán el enlace mediante el cual el hombre común eleve su nivel intelectual. La crítica académica por su parte debe acercarse a la gente común y revalorar su estilo —impenetrable—; contemplar una forma de comunicación más permeable que pueda acceder a un mayor público que podría interesarse.
Lo más ético es pertenecer a un medio cuya ideología y políticas comulguen con las del propio escritor, así no se traicionará a sí mismo, no venderá su pluma y podrá ser un profesional con ética a pesar de que el periódico sea en sí una empresa capitalista con un dueño y el redactor reciba un sueldo. El crítico cultural debe alejarse de hacer política literaria, favorecer a los amigos u obtener favores de estos y vengarse de algún otro. Sus opiniones deben ser objetivas, sustentadas en algo, respaldadas por argumentos sólidos, impersonales, deben comprenderse fácil y orillar al lector a la curiosidad, a que busque más, a que se informe y se acerque más a la cultura.
Escandell, en su libro No es web para críticas menciona una frase de Berna González que interpreta diciendo “los críticos periodísticos deben mantener el contacto con su público y olvidarse del intento de sentar cátedra o comunicarse con quienes les leen o escuchan sin pensar en ellos, lo que produce un inevitable fracaso en la posición de mediadores culturales”. Arana Manrique utiliza la expresión <<guardián cultural>> y me parece que exista una élite que tiene la fortuna de poderse dedicar al estudio y que es su obligación fungir como tal. Para concluir puedo decir que aunque el efecto Amazon preocupa a algunos, y otros se sienten ofendidos con el hecho de que cualquiera pueda dar su punto de vista en las redes sociales sobre tal o cual obra, también es cierto que el público debe saber que estas críticas son totalmente subjetivas, el público es cada vez más perspicaz y no se deja engañar, busca opiniones con sustento, fuentes fidedignas. Los crédulos, los flojos que prefieren que alguien más piense por ellos, ahora o antes serán y fueron siempre engañados.