Agenda cultural de ocio
para un fin de semana lluvioso
en confinamiento
Mariel Turrent
LITERATURA: Tenebroso, el último inmortal de Juvenal Acosta
La Ópera es una de las cantinas más antiguas e importantes de la Ciudad de México, famosa porque el caudillo revolucionario Pancho Villa tiró un balazo al aire justo ahí. Entro acompañada del conde Tenebroso Acosta, con quien he decidido pasar el fin de semana. Ahí, mientras él da sorbitos a su tequila, empieza a sonar Carmen el vals que Juventino Rosas compuso en honor a la esposa de Porfirio Díaz. Dicho en las palabras poéticas del conde, “las notas perfuman con un aroma hecho de nostalgia” sus memorias y las mías —distantes y distintas—. Él me cuenta de sus abuelos y otras historias más de aquellos tiempos civilizados. Después de forma súbita e inesperada entra el Itermezzo, de Manuel M. Ponce y una inexplicable llovizna interna de adolescente decimonónica empieza a humedecer mis calles internas. La ciudad que me habita se va inundando hasta que, por esas ventanas que son mis ojos, empieza a escurrir sigilosa el agua.
MUSICA: Bachianas Brasileiras No. 5 de Villa-Lobos – Barbara Hannigan
La música es el detonante meteorológico de mi universo romántico. A veces de forma inexplicable, toca fibras que provocan desde una ligera lluvia, hasta furiosos huracanes. Me disculpo con el conde y salgo conmovida a despejarme. Decido caminar un poco, y mientras lo hago, comparto aquel arrobo con un alma sensible; le mando la música por Whatsapp sin palabras. Unas horas más tarde, recibo por respuesta un link a Youtube: Bachianas Brasileiras No. 5 de Villa-Lobos – Barbara Hannigan. Trato de escucharla mientras camino por la calle, pero se interrumpe en cuanto se duerme la pantalla de mi celular, así que la busco en Apple music para agregarla a una lista de reproducción. Me sorprende ver lo que aparece: el disco del soundtrack de 50 sombras de Grey los prejuicios que tengo hacia esa obra que ni siquiera he hojeado, me invaden y me hacen pensar en las razones que tuvo para enviármelo. Pasan muchas ideas por mi cabeza, pero prevalece la idea de que es una persona culta y refinada, por lo mismo creo que debo pasar por alto aquel detalle. A través de Google solicito la intervención directa del compositor Heitor Villa-Lobos, pero sale a mi encuentro Valadares Correia quien me recita los versos de su autoría —mismos que canta la soprano Barbara Hannigan—, y después cuando me encuentro a Villa-Lobos contesta a mi pregunta sobre en qué se inspiró para escribir dicha pieza así: «No creo en la música como cultura, educación, ni siquiera como artificio para la diversión o para calmar los nervios, sino como algo de efecto más potente, místico y profundo. No sé lo que significa la palabra inspiración. Yo creo música por necesidad, necesidad biológica. Escribo porque no lo puedo remediar. No sigo ningún estilo ni moda. Mi credo artístico es la libertad absoluta. Cuando escribo, es de acuerdo con el estilo de Villa-Lobos». Olvidado el prejuicio me dispongo a disfrutar de aquella música el resto del fin de semana.
CINE: Abre los ojos de Alejandro Amenábar
Sigo leyendo Tenebroso, el capítulo titulado: La edad. La acertada narración sobre los efectos del paso de los años, me provoca la siguiente reflexión: “En la pandemia todo se detuvo a vernos envejecer. Día con día, parece que nada cambia, me levanto y miro el paso del tiempo en el espejo”.
Para distraerme busco la película que me recomendó mi amigo el escritor Luis Fernando Redondo: Abre los ojos. Un argumento alucinante que añade más leña, al fuego que había iniciado Tenebroso hablando de la edad. Pero no solo flipo con el argumento, lo que más me impacta es ver a Penélope Cruz, Eduardo Noriega y Najwa Nimri tan jóvenes. Aquí caigo en cuenta de lo implacable que es el tiempo, que va arrasando con todo y con todos.
Regreso al Itermezzo, de Manuel M. Ponce y una inexplicable llovizna de adolescente romántica, empieza a humedecer mis calles internas. Poco a poco me va inundando; por mis ojos, lentamente, va escurriendo sigilosa la nostalgia.