Editorial

RADIOGRAFÍAS – La seducción de las musas y Fedro

RADIOGRAFÍAS

La seducción de las musas y Fedro

NORMA SALAZAR

La obra literaria que hoy nos invade es Fedro (Φαίδρος) de Platón, un notable libro en el ámbito literario universal, donde cavilamos en estos tiempos contemporáneos a una de las más admirables poéticas en fundación, esencial por sus delineaciones del enamoramiento, habla de la expresión emotiva y su relación con la memoria. Los dioses y las divinidades cumplen principalmente una interlocución en relación a su partición con los hombres.

El diálogo emprende con el discurso de Sócrates a Fedro:

“Sócrates: —Puedes hablar.

Fedro: —Por cierto, Sócrates, que lo que vas a oír es algo que te concierne, pues el tema sobre el que departimos estaba relacionado, no sé de qué manera, con el amor”.

Nos comenta acerca del enamoramiento, a esto, Sócrates objeta enunciando que hablar del enamoramiento o el amor en sentido negativo va en contra de los dioses, ya que el amor es una divinidad (Afrodita y Eros) y si es una divinidad no puede ser maléfico sino bueno. Estos dioses en armonía son quienes logran estar en la mira de las ideas en la tierra supra-celeste y las almas de los entes deben perseguir e imitar si quieren diferenciar lo que infaliblemente es un filósofo. “En efecto, ha representado Lisias en un escrito a un bello mancebo requerido de amores, pero no por un enamorado; que en esto mismo reside la sutileza de su composición, puesto que no está enamorado con preferencia al que lo está”.

Ahora bien, coexiste una divinidad que ha sido ojeada a un papel secundario y que es discrepancia visiblemente de las demás, de hecho efectúa un rol casi de personaje que es origen significativo en la producción de discursos y de la música (mousike), la Musa.

En la poesía homérica se honraba a las Musas diosas que vivían en el Olimpo, su poder se les atribuía con reiteración el de implantar en la mente del poeta mortal los sucesos que tenía que relatar, así como conferir el don del canto y darle galanura a lo que recitaba. Los poetas obtenían su poder de las musas, aunque las vieran como las demás ninfas, es decir, divinidades virginales. Homero Odisea I. “Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos”.

En el Fedro la musa tiene muchos rostros y está trenzada íntegramente en el escenario donde Sócrates y Fedro principian los diferentes lógo sobre el amor y sus discursos. En uno de los pasajes más mencionados por la crítica para debatir el papel del poeta en el discurso en cuestión, se localiza en el hábitat de la inspiración poética-contemplativa animada por la musa, este tipo de moción es una de las conveniencias de contribución de la divinidad que permite mayores bienes al hombre y se da cuando las Musas se conciben con un alma tierna e impecable. “Pues aquél que sin la locura de las Musas llegue a las puertas de la poesía/ convencido de que por los recursos del arte habrá de ser un poeta eminente,/ será uno imperfecto, y su creación poética, la de un hombre cuerdo,/ quedará oscurecida por la de los enloquecidos”.

Por otro lado que las divinidades y las musas no todas florecen en discursos o diálogos que implican una acción o una inspiración poética, ejemplo claro William Shakespeare. Prólogo de Enrique V. “Quién me diera una musa de fuego que os transporte al Cielo más brillante/ de la imaginación; príncipes por actores, un reino por teatro, y reyes/ que contemplen esta escena pomposa”.

Y qué decir de las musas sin ternura para algunos poetas como John Milton en El paraíso perdido I. “Canta, celeste Musa, la primera desobediencia del hombre. Y el fruto de aquel/ árbol prohibido cuyo funesto manjar trajo la muerte al mundo y todos nuestros/ males con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande, reconquistó/ para nosotros la mansión bienaventurada”.

Este breve análisis de la obra de Fedro principio de inspiración para varios autores, etimológicamente hablando, y una de las Musas más representativas como lo fue Calíope, la Voz más bella que no debemos olvidar cuando Platón usa el superlativo Kallístos no está exponiendo sólo la belleza o un goce estético, sino el valor moral y de la verdad. La Musa por medio de la seducción y su belleza puede aportar una persuasión, por ende, cuando se entrega se conoce la Verdad y puede trasladar el Alma del que la escucha mejor.

Sí, las Musas prevalecieron en el territorio de la Hélade, para ser idolatradas estas nueve Musas cuyos nombres emblemáticos fueron: Calíope, Erato, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsicore, Clío, Urania y Polimnia, déjeme ser enfática, el culto a la Musas se realizaba en los territorios de Tracia y Beocia fue de suma importancia para la Antigua Grecia, a la par con su desarrollo artístico. Con el resurgimiento del cristianismo durante la Edad Media la adoración para ellas llegó a su fin, teniendo por consecuencia el destierro o la pena de muerte. Melpómene, la Musa que personificó la música de la tragedia, la podemos mirar con un cuchillo en una mano y la máscara trágica en la otra.

Termino ávidos lectores, la Fe, la Justicia, la Razón y la Inspiración artística (o poética), alinean los cuatro compendios del Temple de la Mente humana un epítome de las esencias humanísticas y cristianas más colmadas de sus valores universales inspirados en la filosofía Neoplatónica cristiana que exaltaba y glorificaba las ideas de la Verdad, el Bien y por supuesto la Belleza. Asimismo Fedro metafóricamente hablando, le encantaba conversar en silencio con los árboles pero se veía obligado a dialogar con una retórica, mientras que Sócrates no lo logró nunca. Sí, la atracción de Sócrates y de Fedro respecto al lugar arbóreo en ambos les fascinó la belleza del lugar, por ende, los alcanza desde su propia traza una retórica que sólo consiguieron por el medio del lógos con sus concernientes arengas los compartieron en el thíasos, Fedro y Sócrates corrieron el riesgo de quedar hipnotizados por las Musas con una vocación que excedió, acogió la beldad que les ofrecieron los dioses, no dudaron en acceder por los embrujos y encantamientos de las miradas purificadas entre ambos descubrieron un autoconocimiento puro y bello.

Fedro: “¡Por Hera! ¡Qué lugar más bello para dar una vuelta! Pues este plátano es realmente muy corpulento y elevado. Y este sauzgatillo, es grande y prodigiosamente umbroso, y como está en el apogeo de su florecimiento, puede dejar el lugar impregnado de su fragancia. Y también, el encanto sin igual de la fuente que mana debajo del plátano, y su agua, que hiela de espanto, tal como mi pie se encarga de atestiguar. A alguna ninfa o al Aqueloo, a juzgar por esas estatuillas e imágenes de dioses, debe estar indudablemente consagrada. Y fíjate también, si quieres, en el aire que hay aquí, ¿no es envidiable y sumamente delicioso? ¡Una clara melodía estival que se hace eco del coro de las cigarras! Pero lo más refinado de todo es el césped, porque en la suave pendiente que crece es apropiado tener la cabeza hermosamente reclinada”

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