Editorial

Mi problema con la crítica – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Mi problema con la crítica

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul

 

Mi problema con la crítica es su ausencia. Se tenía que decir y se dijo. Algo pasa en nuestro país (amén de otros), que nos es terriblemente difícil lidiar con la crítica. Quizá algo tenga que ver el carácter envidioso de nuestra era, donde es más sencillo demostrar que admitir que alguien más está haciendo algo positivo; en especial si no es de nuestra banda o grupo. Aprendemos a odiar desde niños, cuando vemos que en la misma mesa de la casa se puede y valida, comenzar a hablar a espaldas de la persona ausente o de quien se levanta de la mesa. Aunque se preste al chiste, no es algo exclusivo de las mujeres, sino que todos nos regodeamos en hacer ese juego del cuchicheo para demeritar a los demás. De sobra está mencionar el “Laberinto de la soledad” de Paz en este punto. Sí, hay una ponzoña en criticonear a los demás. Y tal vez sea por eso que tenemos un talón tan delgado para recibir la crítica. No sabemos como reaccionar ante algo que no sea el elogio, tan primitivos e infantes. La crítica válida es aquella que nos da el premio de confirmar nuestras sospechas de estar bien. Pero si hay un asoma de duda, espacio de mejora, o “yo lo haría de otra forma”, se abre una batalla campal contra el nuevo enemigo mortal.

El problema es que culturalmente no estamos educados para no recibir con las entrañas las palabras de las demás personas, esos complicados “los otros”. Somos muy viscerales. Y en el mundo del quehacer cultural, donde la refinación y la educación nos parece tan evidente y presumible, es incluso peor. Cualquier comentario es una afrenta irremediable porque no nos enseñaron a controlar el ego, y no hay espacios neutros donde converger para establecer una media de lo que estamos haciendo hoy en día. Resulta más simple crear nuestro propio espacio seguro (donde también la autocomplacencia es un problema adicional, ya que no sabemos lidiar con nuestra propia vanidad), y ahí ser los meros meros, los del sabor ranchero. Eso nos está haciendo un daño terrible. En primer lugar, explica la sobre oferta de obras de mediana a mala calidad (no es exclusivo de la literatura, aclaro), pero a mi parecer su principal daño se nos regresa como un bumerang: no alcanzamos a ser la obra que podrías crear. Desde mi perspectiva, la ausencia de crítica nos está quitando la posibilidad de que ese poema medianón o esa pintura-boceto alcancen un grado superior de pulimiento, donde reflexionemos no sólo en nosotros, sino en la sociedad reaccionado ante ello para generar versiones adultas de nuestro arte. Nos privamos de lo que podríamos ser para no salir heridos o para no hacer sentir mal a nuestros conocidos.

Naturalmente, la crítica requiere un grado mayor de especialización, donde la preparación técnica y la experiencia, pese a ser subjetivas, adicionan un contraste que se evalúa como una visión distinta de lo que hacemos. No se trata de opinar porque tenemos boca nomás. La crítica nos demandaría saber de lo que hablamos, naturalmente. Tal vez sea por eso que en nuestro país es tan difícil lograrlo, porque requiere ese doble compromiso: del que la recibe para aprender a manejar sus inseguridades y vanidad, y del que la emite para fundamentar su razonamiento. Es duro saber que lo que hacemos no es perfecto, pero está bien, porque es humano. La crítica que necesitamos vendrá en algún momento, quizá con la democratización de más espacios, donde sea menos lo político y lo sentimental lo que nos mueva a compartir con otros. Naturalmente, la crítica tampoco implica ceder o destruir nuestras ideas para agradarle a los demás, pero es un trampolín para asegurar por qué hacemos lo que hacemos, porque queremos polemizar o explorar materiales, porque lo que damos al mundo un fragmento de nuestras almas. La crítica debe ser una herramienta de crecimiento personal, y no una saeta venenosa para hacer menos a los demás.

Necesitamos urgentemente separar lo emocional de lo creativo para crecer como artistas y pensadores. Pero antes de eso, quizá debamos aprender a ser menos nefastos con los demás, recaer en sus ideas antes que en su ropa, o en su propuesta antes que su origen. Porque la falta de crítica me parece es un síntoma adicional de la gran enfermedad de nuestra cultura: el enmascaramiento de nuestro clasismo, de nuestra misoginia, de nuestro racismo. Porque después de todo, ¿Qué nos orilla a hablar mal de las personas que no están en estos momentos en nuestra mesa? ¿Será que son tan malas en lo que hacen, o tendremos unas raíces podridas más adentro de las que no hablamos en público, pero si se asoman para desvalorar a los demás?

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