Editorial

Mariel Turrent – Padecimientos literarios y otras afecciones

Mariel Turrent

Padecimientos literarios y otras afecciones

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 Cómplices de un sueño

Joel me había sido indiferente hasta esa noche. En sueños discutí con una mujer y le grité cosas horribles. La mujer escuchaba mis frases hirientes sin decir nada. Después, con una mirada cínica se me acercó intentando abrazarme a toda costa. La bilis me hervía por dentro y la tomé del cuello para sacudirla como a una muñeca de trapo. Entonces apareció Joel y me contuvo en sus brazos. Me sentí protegida, aliviada. Rodeé su cuello con mis brazos y caprichosa escondí la cara en su pecho como si fuera el refugio que había perdido junto con la infancia. Él, conmovido, me llevó cargada a un sillón y veló mi sueño hasta que desperté.

Como siempre, lo seguí viendo en la oficina, sentado tras su escritorio. Y aunque pocas veces cruzábamos un buenos días o buenas tardes, cuando coincidíamos en el elevador, no podía evitar recordarlo como a aquel amante de mi sueño cuya ternura me desarmó. Seguramente él empezó a notar algo raro en mi mirada, la devoción que se tiene por los inmortales. Tal vez en mis ojos se transparentaba la percepción que tenía yo de él, ese profundo sentimiento de perfección con el que lo había inventado.

Una tarde, terminada la jornada, coincidimos en el elevador y nos quedamos encerrados. Como ninguno se atrevía a articular palabra, para romper el hielo le conté mi sueño. Él sonrió nervioso, en el preciso instante en el que se abrió la puerta y desahogados salimos. Sin embargo, el sueño nos hizo cómplices y siempre que nos cruzamos en las horas laborales, un sentimiento, blanco como la luz, ilumina nuestro día y con sus brillos borra las imperfecciones de nuestros propios paisajes.

 

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