Mariel Turrent
Padecimientos literarios y otras afecciones
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Un bache abismal
Apareció una grieta en el pavimento mal reparado del Boulevard Kukulcán, después otra y otra y otra. Llegó la temporada de lluvias y las fue aflojando. Los coches incansablemente pasaron y pasaron y pasaron. Los bordes de las grietas se desgastaron cada vez más y se fueron formando pequeños baches. El peso de los camiones y los autos los golpeaban sin pausa y fueron creciendo. Tratabas de esquivarlos, no siempre con suerte. De vez en cuando, caías y un chipote aparecía en el neumático de tu auto, o los rines se doblaban. Después, una mujer distraída te aboyó la carrocería por tu insistencia de esquivarlos. El Boulevard empezaba a adquirir un aspecto selénico y llegaste a pensar que resultaba imposible reparar aquellos agujeros, pues succionaban todo, tragando los fondos municipales, la maquinaria pesada, los obreros y cuanto se acercara a la orilla.
Finalmente te alcanzó el día trece y te levantaste precisamente a las trece y trece con el pie erróneo. Te llamó tu exmujer, quien ofensiva e indirectamente te recordó a tu madre —y que no la has llamado— y te espetó, sin razón alguna, que no podrás ver a tu hijo este fin de semana, ni el que sigue, ni el que sigue, ni el que sigue. Te llega un citatorio: la mujer que golpeó tu coche levantó una demanda en tu contra. La casera irrumpe y te exige la renta. Tendrás que atravesar la ciudad, acudir al citatorio, hablar con tu abogado para que puedas ver al niño y hacer fila de pago a proveedores en cinco hoteles, con la esperanza de que salga algún cheque y te libre de otra pesadilla con la casera.
Te aventuras a entrar al Boulevard, ya intransitable, doblas los rines, ponchas las llantas y finalmente caes en un bache abismal, como un heroico astronauta al que succiona el vacío.