Aviso nocturno
Mariel Turrent
Padecimientos literarios y otras afecciones
Sé que es un lugar común bastante choteado escribir algo irreal, o descabellado y terminarlo con que todo fue un sueño. Por lo mismo, yo aclararé que todo lo que estoy escribiendo, incluso estas mismas palabras, son parte de un sueño. Nada es real. Ni mis motivos para escribirlo ni mis palabras, ni la historia, ni el desenlace.
Sucede que me acosté temprano —llevo una disciplina inquebrantable— y me desperté a media noche. Como ya no tenía sueño y he escuchado que de nada sirve dar vueltas en la cama, decidí levantarme y dirigirme inmediatamente y sin perder más tiempo al Cocobongo —el mejor antro de Cancún—. Debo aclarar que esto es bastante extraño viniendo de mí, que no soporto el ruido tan alto ni los amontonamientos como los que se dan ahí; además, si voy a tomar algo, que me gusta sentarme y no beber de pie. En fin, nadie me hubiera imaginado en un lugar como ese.
Después de haber pedido la cerveza, no recuerdo más; no sé qué pasó ni cómo fui a terminar tirado en el piso. Cuando desperté, inmediatamente me dirigí a mi camioneta y me sorprendí al ver que la puerta estaba abierta. Me tranquilizó ver a algunos de mis compañeros de trabajo (mis subordinados). Se alegraron al verme y me comentaron que me estaban buscando pues mi esposa, preocupada por mi desaparición, había llamado a todos para que me buscaran. Les agradecí que me hubieran ido a buscar y me dirigí de inmediato a mi casa. Encontré a mi esposa despierta. Ya eran casi las siete de la mañana. No parecía nada alterada. Eso me alivió. Supongo que se debía a que ya alguien le habría avisado que todo estaba bien y yo iba en camino. Platicamos muy cordialmente de lo sucedido y ella, muy tranquila, tuvo una idea maravillosa: “Por qué no implementamos un aviso nocturno”, me dijo, “así cuando uno de los dos no pueda dormir, coloca sobre su almohada el aviso. Si el otro se despierta, sabrá que no podía dormir y salió a dar un paseo”.