Editorial

Se me metió un Andrés Roemer en el ojo – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Se me metió un Andrés Roemer en el ojo

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Antes que nada, quiero decir que no pienso hacer leña del árbol caído. Tampoco voy a llenarme las letras de sofismas posmodernos de la deconstrucción para impresionar a nadie. Pero el tema me parece digno de una curiosidad intelectual y de un auténtico ejercicio de conciencia. El académico, escritor y comunicador, y hasta hace poco popular Andrés Roemer, enfrenta actualmente una complicada lista de más de 60 acusaciones de acoso y violencia de género. No queda en mí saber si son genuinas, si son procedentes o no. Eso lo sabrá la ley, y los encargados de desenredar esa pesada madeja que se cierne sobre el periodista, en pos de la verdad y de la reparación de los posibles agravios, si estos existen. Sin embargo, las preguntas subyacentes son muy relevantes. ¿La inteligencia exime de la capacidad de violentar?, y más aún, ¿es la comunidad literaria (redacción-edición) necesariamente violenta? Reitero, no quiero ni defender ni apalear a nadie. Me surge esta idea de mis propias experiencias.

Alguna vez, platicando con una poeta, hacíamos el comentario jocoso de que en las convocatorias siempre se hacía una cuota sobre los conocidos, en especial de las conocidas (por ser hombre, obvio). Entre bromas, esta escritora, mujer, se refería a las “becarias”, que eran “consentidas” del “editor”. Comenzamos fuerte, porque el problema lo es. Nunca le escuché un comentario así sobre los hombres, ni ninguna broma comparable. Más allá de la alegre charla, lo que queda es una profunda idea de la valoración que hacemos de los demás, de los otros, por su origen. No quiero pecar al exagerar el comentario, pero el que una mujer considere que otras escritoras (o aprendices del oficio) sean parte de los proyectos sólo por ser amigas o cercanas a los comités de selección, es una amarga consideración. Me reservo mencionar que es una autodeclarada feminista.

En mi experiencia, como hombre (y sus posibles sesgos), jamás he tenido un acercamiento ni personal ni de otro tipo a ningún proyecto. Como es de esperarse, he sido aceptado y rechazado por igual (lo normal es lo último), y no me queda la duda de que hay un juicio estético sobre esas elecciones; lo que no me parece el fin del mundo tampoco. Tampoco he sabido de personas a las que conozco que les sea imputable una actitud así. Lo que sí me queda en claro es que hay una primera línea de comunicación con las personas que conocemos, a quienes invitamos de primera instancia a sumarse o a mandar sus manuscritos. Me parece hasta natural, por simple relación social. Pero no necesariamente condiciona los espacios. En el caso de personas, y especialmente mujeres, que se han acercado a los proyectos de los que he sido parte, nunca he visto que se haga una imposición o que se haga de lado a alguien por su identidad; tampoco afirmaría que no ha ocurrido, sólo no me consta. Lo demás puede ser una cuestión de calidad o profesionalismo, pero no por lo que tiene o no entre las piernas. Sin embargo, hay ruido al respecto, y los rumores se dejan escuchar por distintas regiones.

Sin embargo, la violencia existe, y es palpable. En más de una presentación se puede ver a una figura central tocando de manera directa a otras, o incluso haciendo insinuaciones, cuando pueden ser evitables. Yo he visto tanto a hombres como mujeres caer en estas actitudes. En otros casos, la performance de una lectora o presentadora se centran en el lucimiento de su cuerpo, en la hipersexualización de su voz o la sugerencia de la cosificación de su obra. Si hay oferta, también hay demanda. El hilo es muy delgado. Por una parte, tenemos a un grupo de potentados que desde su posición institucional saben que pueden someter o presionar a otras personas para acceder a recursos y oportunidades, y por otra tenemos a muchas más personas que facilitan estás dinámicas de la sexualización del proceso creativo o que hacen gala de su astucia y sex appeal para hacerse notar (como escuché decir a una escritora en legítima defensa de su metodología de divulgación). Tanto quienes ofertan como quienes demandan atención, caricias o incluso chistes, son parte de actitudes que a mi parecer pueden ser evitables. Sin embargo, en su alegre participación terminan diciendo que es “cultural”, “que es la libertad”, y que “no dañan a nadie” . Hasta que alguien les denuncia, claro.

Aquí es donde me pregunto: ¿qué piensa Andrés Roemer al respecto?; ¿la violencia es bidireccional, está condicionada a la oportunidad, o es una estrategia de marketing?; ¿cuándo el juego de “poder/seducción” o la “astucia de abrirse paso” dejan de ser tan inocentes y comienzan a dañar a personas reales?; ¿está mal si consumo pornografía, pero está bien si la produzco como una libertad de mi cuerpo?; ¿puedo disfrutar del juego si me da dividendos, pero denunciarlo cuando ya no es efectivo? Me parece muy complicado distinguir las fronteras entre unos y otros. No creo que existan polos de buenos o malos, sino una ciénega de grises terrible de explorar. Las víctimas son un segmento totalmente aparte, personas, mayormente jovencitas, que se ven orilladas a aceptar o entrar en juegos muy específicos a cambio de oportunidades de publicación o de presentación. Sus testimonios deben ser escuchados, pero deben ir acompañados de pruebas objetivas y claras a las instancias legalmente adecuadas. Todo lo queremos justificar como parte de la cultura si nos es conveniente, pero todo lo queremos satanizar si nos deja de convenir. Quizá necesitamos comenzar a dejar de lado algunas de nuestras más arraigadas costumbres en la interacción cultural, para centrarnos es una ética de la convivencia mínima, donde nos dejemos de comportar como changuitos con las manos sobre el sexo.

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