LA MARCA DE CAÍN
Gloria Chávez Vásquez
“La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Génesis 4,10)
La alegoría de Caín y Abel, es una de las más ricas en simbolismos en la literatura universal. Es además una de las mas explicativas de los conflictos entre los pueblos desde los orígenes de la Humanidad. De ahí que sea objeto de numerosos estudios. ¿Como afecta y a quienes, la herencia genética de Caín? Para responder a esta pregunta, debemos, primeramente, ahondar en la composición psicológica del fratricida e identificar los rasgos psicológicos de sus descendientes.
En el exquisito análisis de Francesc Ramis Darder (1958) en su página digital Biblia y Oriente Antiguo, el teólogo español advierte, que la asociación del nombre de Caín con “el envidioso”, se debe a su conducta moral como asesino de su hermano. Según la tradición hebrea documentada en el Tárgum, la perversidad de Caín es producto de su vil origen. Cuando Adán se unió a Eva, esta llevaba ya en su seno un hijo de Sammael, uno de los ángeles caídos, engañoso y venenoso, capaz de transmutarse en serpiente. La herencia genética de Caín no es, pues, poca cosa. Su naturaleza ilegitima lo convierte en el resentido por excelencia.
Caín, para los que no conocen el relato bíblico, fue el hijo mayor de Adán y Eva. Adán encarga a Abel, de naturaleza más noble, a pastorear los rebaños. A Caín le da a cuidar los campos, como agricultor. No solo desempeña Abel su labor a conciencia, sino que, en sus sacrificios, se presenta a Dios con humildad. Sus ofrendas son sinceras, mientras que Caín, orgulloso y rebelde, lo hace con despotismo porque detesta la autoridad divina. Su ofrenda es más un insulto y cuando Dios expresa beneplácito por el juicio de Abel, Caín se muerde los codos de la envidia. Por eso resuelve eliminar a su hermano. En su insensatez piensa que nadie se dará cuenta, y por eso miente cuando Dios lo cuestiona. ¿Acaso soy el guarda de mi hermano? Su misma arrogancia lo delata. Su odio está gravado en todos y cada uno de sus gestos. Su respiración es agitada, su voz altisonante. Su ira es desproporcionada.
Dios lo condena a trashumar por el mundo sin rumbo fijo. Sus hijos y descendientes llevaran en su frente, en su rostro, en su alma, la marca de Caín, señal de la insatisfacción eterna. Sus portadores son, desde entonces, aquella mitad de la humanidad que cree que la otra mitad le debe resarcimiento. No tienen la habilidad de conciliar porque no les interesa. Viven en una realidad distinta, ajena a los demás.
Caín vivirá una existencia nómada, en busca de un oasis donde reposar; sus descendientes arrebatarán tierras, iniciarán pleitos y rencillas, que, con el tiempo, se convertirán en guerras. Desde su óptica, los quenitas (tribus de los descendientes de Caín) concluirán que para construir hay que destruir, invadiendo y ajusticiando, construyendo sobre víctimas y ruinas. Quizás, piensan ellos, con la muerte de sus congéneres, puedan también borrar su pasado y el de su ancestro. Su ideología es la utopía, un paraíso propio. Sin Dios ni ley.
Pero la suya es una historia escrita en sus genes. Cada cierto tiempo, los descendientes de Caín buscan redimirse. Pero como la del primer fratricida, su motivación está arraigada en el odio y la venganza. No creen en la solidaridad ni en la reconciliación porque su naturaleza es violenta y divisiva. Su memoria está envenenada por la amargura. No reconocen ninguna autoridad, material o espiritual; desconocen la lealtad y el respeto a los padres y familia; quieren hacerles sufrir lo mismo que ellos han padecido. No solo tienen complejo de inferioridad, exacerbado por su mala fe, sino que a este se ha añadido el de la culpa, cuyo peso, en su conciencia, deben aligerar achacándosela a los demás. Adoptan entonces el papel de víctimas. Su alma se regodea en la impaciencia como castigo a su desatino.
En su libro “El síndrome de Caín” el escritor y conferenciante estadounidense, Daniel Badillo, narra como “La desaprobación de la ofrenda de Caín engendra en él la rebeldía, la desconfianza espiritual y la inmoralidad. El resultado es una especie de angustia existencial. Badillo identifica además el odio, la venganza y el resentimiento como la causa de su infelicidad. Cíclicamente deben buscar responsables de su mal. No entienden que la satisfacción depende de una conciencia tranquila y por ende su felicidad es elusiva.
Según la leyenda, Caín llega a establecer ciudades, pero estas devienen en inmoralidad y decadencia. Su cultura está plagada de mala conducta y conflictos sociales, políticos y religiosos. Los hijos de Caín son irredimibles, no porque no tengan oportunidades, sino porque en su falta de humildad, no acatan las reglas ni aceptan responsabilidad en los eventos en los que participan. No aceptan que su desdicha sea de su propia hechura. El filósofo Philo de Alejandría, observa que un espíritu errante como Caín no puede haber construido ciudades. No era lo suyo. La naturaleza de Caín es la del desequilibrio. Su vida se debate entre el escepticismo y la desesperanza; a diario culpa a Dios, a su hermano, a sus padres, de su desventura.
La humanidad ha vivido episodios de la descarnada venganza de los hijos de Caín en las inquisiciones, revoluciones, conflictos locales y mundiales. Crímenes motivados por la sed de venganza y el hambre de poder. El del siglo XX fue un mundo sometido por la inhumanidad de los Caines, cuya locura inmisericorde es epitome de la crueldad. A estos se añadieron los dictadores y déspotas que destruyeron naciones enteras y esclavizaron a sus compatriotas con sus alucinantes regímenes. Mas recientemente, convertidos en los nuevos amos del desorden mundial los hijos de Caín no vacilan en censurar, reprimir, castigar, y violar derechos para alcanzar sus fines. Los modernos hijos de Caín son también las masas, ignorantes, ególatras y depredadores que pretenden moldear al mundo a su imagen y semejanza. Han destruido y continúan destruyendo culturas y robando libertades, abusando derechos individuales y colectivos.
En la psiquiatría actual, Caín es el arquetipo del sociópata, como Judas lo es del traidor. En su mente no existen mecanismos inhibidores para evitar hacer daño a los demás. Sus viles actos son fríamente calculados. Los hijos de Caín trabajan desde la corrupción, el engaño, la mentira. Se disfrazan y se infiltran, para destruir, las instituciones creadas por aquellos que buscaban soluciones a la miseria humana.
Según la historia, Caín murió a los 730 años, aplastado por las piedras cuando se derrumbó su casa. (Con una piedra había cegado la vida de Abel). Dejaba atrás la horda de sus corruptos descendientes esparciendo el mal sobre la tierra.
En un exhaustivo análisis de la psicodinámica del crimen de Caín, James L. Knoll, director de Psiquiatría forense de la Universidad de Syracuse en Nueva York, dice que Caín podía muy bien ser uno de esos asesinos en serie o terroristas que azotan actualmente la humanidad. “Arrogantes, resentidos, amargados, que pierden el control cuando en su narcisismo sienten que no han sido reconocidos como se merecen” dice Knoll. “Como Caín, se toman la ‘justicia salvaje’ en sus manos. Estos individuos que se sienten rechazados, que necesitan la atención y la aprobación ajena, creen que sus viles acciones están justificadas. Atacan a los demás para probar lo que valen”.
“En su incapacidad para aceptar la realidad”, afirma Dr. Knoll, “el moderno Caín funciona dentro de sus parámetros, asignando significado a su lucha criminal contra la vida misma. De manera trágica y egoísta opta por destruir la realidad que percibe injusta. Y ve en el ‘sacrificio’ final de vidas inocentes, la protesta contra el ser mismo. Cree que tiene un mejor plan, pero se siente agraviado y atormentado así que acaba con la estructura de la vida”.
La criminóloga brasileña, Anna Chavez, PhD, nos explica que hay una diferencia entre enfermedad mental y perturbación mental. “Esta última permea y está inherente en la esencia y existencia humana, en mayor o menor grado presente en un individuo sin que sea una enfermedad mental”.
El crimen más grande de Caín, aparte de haber matado a su hermano es que destruyó la posibilidad de un mejor linaje, privando así a la humanidad de la progenie de Abel. Rechazó además el último beneficio que le otorgaba Dios al marcar su frente: la protección contra el mal. En su resentimiento, optó por hacer daño a los demás.
Algunos descendientes de Caín se reivindicaron. Según la tradición bíblica, la protección divina sobre Caín se perpetuó sobre su descendencia. La Escritura certifica que Caleb, su descendiente, “adoraba al Señor”; igualmente, Otoniel, su hermano, experimentó como “el espíritu del Señor” se posaba en él. Ambos hermanos participaron en la conquista de la tierra prometida.
Tampoco abandonó el Señor a Adán y Eva y por ende al resto de sus descendientes. Tras la muerte de Abel y la partida de Caín, los primeros padres quedaron solos, pero Yahvé permitió que engendraran un hijo. El nombre de Set significa “aquel con quien de nuevo comienza la historia”, y con él se inicia un nuevo linaje, del que descienden Abraham y muchos de los justos que anuncian la llegada de Jesús y su mensaje de amor al prójimo.