Conjugaciones irregulares
Mariel Turrent
Padecimientos literarios y otras afecciones
Antes, cuando la maestra entraba al salón de clases, las niñas nos levantábamos para saludar: “Buenos días miss Elsita”, decíamos a coro. Después, guardábamos silencio y nos sentábamos. Para platicar en clase los papelitos eran muy socorridos, pero la maestra ya lo sabía, lo había prohibido y estaba muy al pendiente. Por eso, nosotras teníamos el chismógrafo: un cuaderno dónde simulábamos tomar apuntes. El chismógrafo circulaba entre las amigas con comentarios, dibujos, pegotes y todo lo que se nos ocurriera. Es increíble lo creativo que uno se vuelve cuando surgen los deseos de comunicarse en un lugar prohibido. Tampoco se permitía comer en clase. Así que nosotras, con el ingenio de un contrabandista, escondíamos los Cazares con Miguelito bajo el suéter, para pasar la frontera del patio al salón de clases y guardarlos bajo el pupitre. Durante la clase, nos ocultábamos de la miss levantando la tapa sobre la que escribíamos. Hacíamos como si buscáramos un libro y con los dedos, rojos por los colorantes del chile, nos llevábamos a la boca un poco de aquella deliciosa botana.
En ésas estaba yo un día. Tenía entre mis libros una bolsita de Cazares con Miguelito y me llevaba unos cuantos a la boca discretamente, cada vez que la miss se distraía. En el chismógrafo, la opinión popular había declarado a la maestra como amargada, porque era muy enojona y estricta, y lo achacábamos a que no se había casado —ahora pienso: en aquel entonces, la supuesta amargada era una jovencita de no más de 20 años—.
—Verbos irregulares —dijo en voz alta mientras su gis blanquísimo y nuevecito, chilló al resbalar en el pizarrón verde.
Todas murmuramos un “¡Ay!” al sufrir un escalofrío por aquel rechinido.
—Tiempo presente del verbo roer —continuó, ignorando nuestra queja.
¡Uy! Esto va para largo, pensé sonriente. La miss pasaría un buen rato de espaldas, así que más tranquila, comencé a saborear las crujientes frituras.
—Yo ro-o, o yo roi-go o bien yo ro-yo; Tú ro-es, Él ro-e… —repetía mientras iba llenando de conjugaciones el pizarrón.
Todas nos relajamos, yo hasta me atreví a convidarle descaradamente a Patricia, que estaba sentada a mi lado, un poco de mi deliciosa botana.
—Pospretérito: Yo ro-e-rí-a, Tú … ¡Patricia! —le dijo repentinamente a mi compañera— ¿puedes seguir la conjugación?
Patricia tenía la boca llena de Cazares. Imposible articular palabra. Su color sonrojado bajó de tono al lívido, el verbo “roer” nos descubrió y fuimos a dar cada una a un rincón. Nos quitó los Cazares y amenazó con tirarlos a la basura. Conjugó el verbo irregular “avergonzar”, e inmediatamente después sonó la campana para salir al recreo.
Cuando regresamos al salón, alguien notó los dedos rojos de la miss Elsita sosteniendo el blanquísimo gis, y empezó a circular la noticia en el chismógrafo. Los colorantes del chile la delataron y así la opinión popular la ascendió de amargada a amargada y ladrona.