Editorial

EL TALISMÁN – GUILLERMO ALMADA

EL TALISMÁN

GUILLERMO ALMADA

 

Estaba repasando mis apuntes en la mesa del comedor de la casa, me había preparado un mate. Finalmente conseguí un lugar adonde comprar yerba. Mi intención era ordenar los papeles como para ir armando una historia, cuando escuché que llamaban a la puerta. Fáthima normalmente se anunciaba tocando su bocina, incluso, me anticipaba su arribo por whatsapp. Diego hubiera entrado directamente, así que no se me ocurría quién podría ser. Y hay una actitud mía, en esos casos, que yo reconozco estúpida. Me quedo quieto, sin hacer el menor ruido, esperando… Y no sé qué espero. Así que cuando volvieron a golpear la puerta, reaccioné y fui a abrir. Era el padre Anselmo.

Lo invité a pasar, y le ofrecí de lo que yo estaba bebiendo, dudoso de que aceptara, pero lo hizo con gusto. Él ya conocía el mate, había estado en el sur de Brasil, y allí tuvo oportunidad de probarlo.

Estaba curioso por saber si habíamos logrado avanzar en algo con la investigación que habíamos encarado con Fáthima, pero, lamentablemente debía esperar a la comunicación con la señora Carlota, que me llamaría cuando el árabe estuviera en su casa. Hizo silencio. Sin embargo, su actitud comenzó a inquietarme. Se miraba las manos y estiraba sus dedos como quien se saca secretos de entre ellos. Así que le pregunté si había algo que debiera decirme. Y su respuesta fue una pregunta ¿Demorará mucho, este amigo tuyo, el árabe, en comunicarse con esa mujer? Intentando que entendiera la situación, le expliqué que el árabe es un personaje poco convencional, trabaja de calígrafo, es decir que, escribe, en su idioma original, frases románticas, en pequeñas cartulinas de colores, que luego, en una esquina, reparte a las damas que deben detenerse en el semáforo, a cambio de lo que deseen darle. Y eso conforma su ingreso.

¿Es un indigente? Preguntó asombrado, el padre Anselmo. No -le dije – no se equivoque, padre. Él cree que los bienes materiales, sean estos cuáles fueran, son demasiado pesados, y no permiten elevarse, por lo cual él, no quiere estar atado a nada ¿Se entiende? Pregunté. Me dijo que sí, pero dudo que haya podido entender al árabe. Antes creo, que solamente comprendió mi explicación. Por alguna razón, para mí desconocida, se lo veía preocupado, así que le insistí con la pregunta de si estaba todo bien, o necesitaba decirme algo.

 ¿Eres creyente? –me preguntó –porque no quiero que te lleves una mala impresión con lo que voy a decirte. Y ahí comenzó a contarme el verdadero motivo que lo había traído a casa. Soñó que lo visitaban tres ángeles, y le pedían que me cuidara, para que pudiera cumplirse lo predestinado. Se imaginarán ustedes el laberinto de preguntas que se había formado en mi cabeza. Hombres pájaros, ángeles visitadores, una hechicera hermosa con un deportivo, alguien, a quien desconozco, que sabía de mi llegada, y me había preparado adonde vivir sin tener que pagar un solo peso, una encomienda con un libro que es toda una revelación divina. O yo estaba rodeado de situaciones esotéricas, o era un imán de locos ¡Es mucho para mí! –le dije al cura –mi idea era venir a intentar hablar con una niña vidente para poder escribir una historia con fundamentos reales, y estoy viviendo adentro de un crucigrama, padre, y no tengo ganas de pensar en resolverlo.

 Anselmo sacó de su bolsillo una pieza, como un llavero o algo así, y me la dio. Es un talismán, me dijo, consérvalo sin hacer preguntas, y resuelve ese crucigrama. No puedo, padre, es muy difícil, enserio, prefiero perder, le repliqué. El cura me miró y me dijo que en los crucigramas no se gana ni se pierde, son como un acertijo, el que lo hizo, desea que sea resuelto, y si no lo lograba, no perdía, solamente me estancaba. “Y no creo que tú quieras estancarte acá, en Mérida –me dijo -Resuélvelo, no estás solo, y ahora, además, tienes el talismán. Estás elegido”.

 ¿Elegido en qué? Pensé, y metí la cabeza entre las manos. Cuando la levanté, estaba nuevamente solo.

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