Hicieron su mayor esfuerzo y se les niega la posibilidad de opinar
En estos tiempos extraños, que nos está tocando descubrir nuestro potencial a base de vencer retos, las porras tienen infinidad de destinatarios: nuestros ángeles de la guarda de la salud, los padres de familia, en especial las mamás a las que se les multiplicaron las tareas de ser maestras, domésticas, provedoras, contenedoras de huracanes, etc., etc., los niños, que siento que han sido los más afectados… pero el día de hoy, quiero pedir un aplauso grande, cariñoso y estimulante a los maestros.
Este año será inolvidable para muchos docentes porque jamás habían vivido una sacudida semejante. Nunca imaginaron cuanta tecnología serian capaces de manejar, que perderían el miedo al ridículo y al qué dirán, para enfrentar las cámaras utilizando herramientas, lo más lúdicas posibles, para enseñar temas que hubo que recuperar y profundizar para conocer mejor y poder compartirlo con mayor facilidad.
Maestros que tuvieron que dar sus clases a pantallas apagadas, porque la imagen se come los datos, y ya de por sí, sus alumnos han padecido los costos de hacerse de aparatos y pagar los gastos de la comunicación.
Maestros de todos los niveles que reciben directrices de sus mandos superiores, muchas de las veces incoherentes que en poco tiempo se transforman y permiten entender que “allá arriba”, tampoco tienen claro cómo es esto de educar a distancia a grupos tan diversos, con facilidades tan desiguales y sobre todo, cuál será el objetivo del año escolar.
Así pues, como ciudadana de a pie, me duele que al final del año la opción ha sido cumplir con las apariencias: la doble moral de que aquí no pasa nada; la consigna: pasar a todos.
Qué desgaste, qué impotencia. Incluso con los que no se tuvo contacto, pasaron con un seis. ¿Serán conscientes de los resultados?
Padres de familia y alumnos aprenden que sus acciones no tienen consecuencias. No comprenden que “pasar” no es estar preparado. Es un vacío en el proceso.
¿Y los maestros? Aquellos que se comprometieron con el reto e hicieron su mayor esfuerzo y se les niega la posibilidad de opinar, se preguntan: Ese que pasamos ¿Está listo para el siguiente grado? ¿Qué hará el maestro que recibe a un alumno con tantas lagunas? ¿Repetirá el año anterior para dejarlo listo?
¿Qué habría pasado, si en lugar de engañarnos, porque sabemos que así fue, hubiéramos aceptado no estar preparados para continuar el proceso de formación por lo que la evaluación tendría que ser repetir el año?
¿Cuándo vamos a aprender a aceptar la realidad para trabajar a partir de ella? Me duelen y aterra pensar en los alumnos que saldrán ávidos de consumir y no tendrán más herramientas que las del dinero fácil.
Aunque claro, hay sus excepciones, a veces con el pase automático se trata de mantener al joven en la escuela. “Perder el año” lanza a la calle a los grupos vulnerables.
¡Uf! Qué difícil. Mi reconocimiento para ustedes, maestros, sigamos haciendo nuestra parte en el acompañamiento de niños y jóvenes que serán los ciudadanos del país que aspiramos.
Edición: Estefanía Cardeña