Editorial

El eurocentrismo académico – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

El eurocentrismo académico

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Recuerdo que en una página de memes literarios, que creo que ya ni existe, sobre un meme sobre el gurú espiritual y escritor Rajneesh, mejor conocido por la banduki como Osho, uno de los administradores de dicha página mencionaba algo así como que ese autor “no estaba al nivel de la tradición griega”. De su comentario se asomaban dos cosas. Uno, seguramente era un estudiante de la carrera de letras, por la presuntuosidad de su respuesta. Y dos, probablemente nunca hubiera leído más allá de las lecturas que le daban en la universidad, lo que asomaba de su catálogo de referencias. ¿Cómo se puede llegar a tan banal descubrimiento? Es simple. A pesar de Osho, o sus desastrosas aventuras políticas, su trabajo deviene de una larga lista de gurús y pensadores indios, que a lo largo de siglos han decantado para bien o para mal la forma en que ven el mundo. Osho en sí es poco relevante, pero lo que sí se debe recatar es la pobre visión de quien se atreve a hacer un meme sobre el tema; y que hoy en día tiene más impacto que muchos artículos científicos, sic. La idea detrás del meme no era mala, pero sí pobre. Y lo peor fue la respuesta al comparar una cultura con otra, con casi el triple de tiempo en existencia como imperio; la cual, obviamente desconocía en absoluto.

En la academia, la científica y la de ciencias sociales (que es rara), hay una marcada tendencia a repetir lo que se aprende. Eso es normal, pienso. Acompañado de ello viene también una cerrada formación bajo la lupa de los profesores, lo que no me parece malo de primera entrada. Y peor aún, una notable pereza por salir de eso, de ir más allá, de aprender lo que no está en las listas oficiales. Eso es lo terrible. He visto que muchos colegas y conocidos recitan y reciclan ideas y conceptos poco más que caducos, pero que son los que tuvieron que estudiar para pasar sus materias. Ante lo nuevo, o lo que no fue parte de su canon, se quedan atónitos, estupefactos, ciegos. Incluso, hasta el grado de defender con violencia sus ideas, que no son propias, sino heredadas; no las del pensador, sino la del maestro, que deglutió, procesó y regurgitó su versión respecto a (en el mejor de los casos). Del lado de la academia, quienes fungen de maestros parecieran muy cómodos en sus oficinas, repitiendo año tras año una secuencia de enseñanzas a las que le cambian la fecha, pero que pocas veces actualizan o cuestionan. Creo que yo haría lo mismo, siendo francamente humano y perezoso. Claramente hay sus excepciones, y hay profesores que van aprendiendo e incorporando nuevas lecturas y técnicas, al grado de ir en una verdadera vanguardia conceptual y metodológica. Pero en general, podemos agarrar un plan de estudios de hace 30 años y notar que poco ha cambiado con respecto a los actuales, sino es que sólo en las fechas y sellos, casi como si fuera cierto que el mundo no avanzó en absoluto. Por eso se dice que en nuestro país llevamos un retraso de 50 años, no por no poder acceder a esos conocimientos, sino porque nos empeñamos en enseñar cosas que dejaron de ser útiles hace mucho. El maestro aprendió, el maestro enseña, como pericos.

Osho puede ser cuestionable, pero es una ventana fuera de la casa. Y en nuestro canon latinoamericano, sólo lo europeo cuenta. No existe la literatura asiática ni africana, no sabemos nada de la filosofía rusa o japonesa, no tenemos mayores ideales estéticos que el catolicismo judeocristiano y la ligereza griega, con un toque romano. Más allá no existe nada, no hay, no se puede. Ahí está el santo evangelio según san canon. Si no nos fue enseñado en el sistema, simplemente se reduce a un chisme o rebeldía, ya que somos portadores de la verdad absoluta, y esa, nos la dieron a mamar quienes formaron nuestra forma de pensar, los conquistadores. Y resulta además chistosos, ya que la mayoría de los revoltosos que se santiguan con las culturas endémicas como bandera, son los que más desconocen de otras culturas, de otras visiones, que no sean la europea. Con nuestros vecinos del norte pasa lo mismo, pero somos más fieles al evangelio de hace un par de siglos.

Tampoco está mal, ni es un llamado contra lo europeo y su rica tradición de pensadores. Es más bien un pequeño llamado a salir de nuestra confortable cajita de rumeo de lo mismo, de esa pereza de descubrir al maravilloso mundo que hay allá fuera de nuestras casas, de nuestras instituciones, de nuestras facultades y carreras. Si no es parte de la academia, tal vez podríamos ser un poco más autodidactas y gestionar nuestro conocimiento más allá de lo mínimo exigido por el sistema. Quizá si aprendiéramos a aprender podríamos tener un debate más nutrido y sustancioso, de manera que no terminemos administrando chistes en una página de Facebook pensando que nadie nos va a poder exponer por nuestras tan pobres lecturas del mundo.

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