Editorial

Harriet Hardy y Jhon Stuart Mill sentados debajo de un árbol – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Harriet Hardy y Jhon Stuart Mill sentados debajo de un árbol

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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John Stuart Mill fue un filósofo y pensador económico clásico, dentro de la línea del utilitarismo inglés. De sobra es conocida su obra, su pensamiento, y la enorme influencia que tuvieron sus escritos dentro de los círculos de sus congéneres y para la posteridad, tanto del pensamiento económico como de las humanidades. Poco y mucho se ha hablado de él como referente de la economía política y la filosofía. Sin embargo, también tiene otro atributo que vale la pena recordar, para, como es evidente, amar más su trabajo. Desde los 1800, época en la que vivió, fue parte de esa vena tan propia de la emergente ciencia económica, de reconocer el trabajo de las mujeres como parte vital de la sociedad. En síntesis, distintos pensadores económicos (no los políticos, por naturaleza criaturas despreciables y con incapacidad lectora) enarbolaron lo que se podría llamar un proto feminismo, ya que vislumbraban la existencia de una distorsión fuerte en el equilibrio económico de la sociedad. Sobre esto ya hay libros y artículos, y las conclusiones de algunos lectores de los textos clásicos. Aunque a más de una moderna feminista de redes sociales le va a dar algo al descubrir que el feminismo tiene más de dos siglos de desarrollo. Pero Mill sobre sale por un motivo: el profundo respeto que siempre tuvo a su esposa.

Su esposa, Harriet Hardy, fue un personaje también importante para el feminismo liberal, ya que cultivó la poesía desde temprana edad, y escribió sobre política, pensamiento económico, feminismo y otros temas interesantes relacionados con el desarrollo de derechos de las mujeres y de la sociedad; que a la luz de la moral victoriana eran escandalosos, incluyendo sus relaciones y amistades, que eran también una especie de “agitadores” letrados para la época. Cabe mencionar que su primer esposo fue John Taylor, otro librepensador con una opinión muy favorable de las mujeres, y que ayudó a la formación del pensamiento de su esposa, cuando menos dándole el tan raro trato en la época de igual frente a los suyos. De este ambiente crecería Helen Taylor, quien posteriormente sería una de las primeras feministas reconocidas por hacer una ardua labor para la libertad del trabajo femenino. Pero es con Mill con quien Harriet comenzó a escribir algunos ensayos y otros experimentos de inteligencia, y aunque eran para ojos de su nuevo esposo, algunos lograron ser publicados, incluso al pesar de Harriet. Hay todo un debate sobre la autoría, ya que muchos piensan que sólo respondía a la influencia de Mill, o que la gran mente era el caballero que editaba sus textos. Sería ridículo pensar que no existió esa influencia. Pero lo que no mencionan o olvidan tramposamente, es que la influencia era mutua. Y ese es el tema de estas líneas. Mill amaba a su esposa, y por delante del amor, tenía el respeto a su pensamiento como personas e idealista utilitaria. A continuación, reproduzco impunemente la dedicatoria que dejó Mill a su esposa en la edición de 1859 de “On liberty”, traducido por Josefa Sainz Pulido:

“Dedico este volumen a la querida y llorada memoria de quien fue su inspiradora y autora, en parte, de lo mejor que hay en mis obras; a la memoria de la amiga y de la esposa, cuyo vehemente sentido de la verdad y de la justicia fue mi más vivo apoyo y en cuya aprobación estribaba mi principal recompensa. / Como todo lo que he escrito desde hace muchos años, esta obra es suya tanto como mía, aunque el libro, tal como hoy se presenta, no haya podido contar más que en grado insuficiente con la inestimable ventaja de ser revisado por ella, pues algunas de sus partes más importantes quedaron pendientes de un segundo y más cuidadoso examen que ya no podrán recibir. / Si yo fuera capaz de interpretar la mitad solamente de los grandes pensamientos y de los nobles sentimientos que con ella han sido enterrados, el mundo, con mediación mía, obtendría un fruto mayor que de todo lo que yo pueda escribir sin su inspiración y sin la ayuda de su cordura casi sin rival.”

Para Mill, Harriet no fue una ama de casa, viuda, con hijos de otro hombre, que debía hacer sus papeles de mujer y de guardia de casa. Para Mill, su esposa era su colega, su confesora, su editora principal, su censora, y su faro entre las nebulosas ardides de la mente. Para este economista, su obra estaba incompleta sin las adiciones de su pareja, y no podía concebir lucidez a sus razonamientos si estos no pasaban por las manos de “su mujer”. La idea de la libertad de John Stuart Mill se basa en esta apertura, reconociendo que la sociedad no puede tener ninguna clase de libertad mientras no sea completa, y mucho menos una donde las mujeres fuesen escondidas o mutiladas de la humanidad. Y se encargó de dejarlo asentado a la puerta de uno de sus libros más significativos, donde desde su época escupe con desprecio a quienes han querido minimizar el trabajo de Harriet. Escribo estas líneas pensando en mi compañera (y de refilón en otras mujeres que ha habido en mi vida), coincidiendo con que, sin sus palabras, críticas y correcciones, mis mal habidas palabras tampoco tendrían mérito alguno.

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