Editorial

LOS ÁNGELES – GUILLERMO ALMADA

LOS ÁNGELES

GUILLERMO ALMADA

 

Diego trajo a Nicanor hasta la casa. Yo lo miré bajar del auto y encaminarse despacio, hasta la entrada. Tal vez porque yo ya conocía su condición, veía en sus movimientos una actitud aviaria, aunque podía apostar que cualquiera que lo veía, lo pensaba. Esa manera de peinarse, con raya al medio, pero hacia atrás, el perfil de su nariz, esa leve curvatura de su espalda, y el quiebre de sus cervicales. Caminando siempre con los codos plegados y las manos tomadas por delante de su cuerpo, como rezando.

Yo lo miraba desde la ventana, y lo veía moverse con mucha meticulosidad. Y es que no le quedaba otra. Sus huesos, por naturaleza, eran mucho más livianos que los del resto de los humanos, por lo tanto, debían ser más frágiles. Porque debían contener una mayor cantidad de aire para poder volar; entonces él evitaba esos riesgos. Cuando llegó a la puerta golpeó muy suavemente. El perverso que me habita me hizo pensar en dejarlo golpear dos o tres veces para ver hasta donde llegaba la intensidad de su golpe, hasta donde arriesgaba la resistencia de su mano. Pero, si Laurel estuviera con nosotros, me hubiera condenado a muerte por hacerle eso a su amigo, así que le abrí, sin más.

Ni bien entró me pidió agua, en la casa del señor Diego, me dijo, todas las bebidas tienen alcohol. Le serví un vaso grande, con hielo. Se sentó en el sillón a beberlo, yo corrí una de las sillas del comedor hasta quedar en frente de él, y me senté con la intensión de poder platicar con él.

¿Estás consciente que debemos conocernos más, mucho más, y que, por lo tanto, debemos hablar? Le dije, y él solo asintió con la cabeza. Así que continué. Reconozco y admito que no me caés del todo bien, pero justamente creo que son tus silencios lo que me perturba, o me intranquiliza. Como que no decís porque te guardás cosas. Eso de saber más que los demás y callarlo para correr con ventaja. Salvo tu nombre, tu condición aviaria, y que vivís en Córdoba, no sé nada más de vos.

Quilino, dijo despacito ¿Cómo? Le pregunté. Que yo vivo en Quilino, usted dijo Córdoba, y Quilino está a ciento veintinueve kilómetros al noroeste. Ahí lo interrumpí, yo dije Córdoba por la provincia, Nicanor, no por Córdoba capital. Ah! Dijo, y se volvió a enmudecer.

Decidí no hablarle, pero no dejar de mirarlo, para que se diera cuenta de que yo estaba esperando que él dijera algo.

Después de tres minutos interminables se decidió a decir “usted está enojado conmigo por lo de Laurel, pero si yo hubiera visto o sabido algo, hubiera avisado”. Quise interrumpirlo y levantó la mano interponiéndola entre nuestros rostros, haciéndome callar, y continuó. Yo la conozco a Laurel desde hace muchos años, y sé que ella va a estar bien. Ella sabe como hacerlo, tiene recursos, y estoy seguro de que ella se ha dejado secuestrar para poder ver cómo es la cosa allá. Qué es lo que hay, adonde los ponen, cuál es la entrada más conveniente y directa. Cuando ella tenga respuestas se va a comunicar. Si nos anticipamos puede que sea un fracaso. Todo.

Yo desconozco cómo Nicanor sabía todo eso, y mucho me temo que sus argumentos eran sólidos, por lo menos más sólidos que los nuestros, que no sabíamos nada de nada. Pero lo cierto, también, era que la situación entre él y yo no había cambiado. Él manejaba una cantidad de datos directamente proporcional a mi cantidad de dudas, y eso me ponía mal. Sentí unos deseos irrefrenables de echarlo de casa y que se las arreglara como pudiera. Me paré y fui hasta la puerta de calle. En eso momento recordé algo que me había dicho, alguna vez, Fáthima “Tú te apresura a conjeturar, me dijo, deja de suposiciones y pregunta. Tú puedes suponer mal, no saber algo. No hagas juicios previos, eso hacen los prejuiciosos”. Decidí cambiar de actitud, volví a la silla en donde había estado sentado, y sonriéndole, le dije que nosotros debíamos hacernos amigos, muy amigos, de manera que pudiéramos preguntarnos y contarnos todo, para que ninguno de los dos se viera expuesto a sacar conclusiones que pueden seer erróneas. Él miró para todos lados, como corroborando que no había nadie más, y me interrogó ¿Usted habló con algún ángel? Porque yo sé que lo están cuidando, pero no sabía que también podían hablar.

Nicanor, le repliqué, estás poniendo en juego nuestra incipiente amistad, diciéndome esto ¿Te das cuenta que lo que acabas de preguntarme es toda una locura? A ver, hechiceros, hadas, hombres pájaro, y ahora ángeles. Estoy enloqueciendo, Nicanor.

Ángeles ahora, no. Siempre estuvieron los ángeles, yo creí que usted lo sabía, me dijo, con total naturalidad ¿Quién cree que lo trajo hasta acá?

Evidentemente he estado sumergido en algún lado, y me he perdido un par de capítulos de mi propia vida ¿Qué vendrá ahora?

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