Crónicas del Olvido
K E R Y G M A
Alberto Hernández
1.-
Poesía mística, mítica, misteriosa. Poesía de caídas y alzadas. Preguntas, respuestas. La Biblia como voz de quien clama en el desierto, de quien llena la página en blanco y escribe “Kerigma”, “quien proclama”, el que ora desde el Gran Libro y fundamenta las buenas nuevas.
Una doctrina que ha recorrido la fe desde la muerte de Jesús, el crucificado. Desde su último aliento, pero igual desde su nacimiento con las noticias que darían esperanza al mundo.
La poesía recoge estas “kerygmas” en la voz de José Miguel Villarroel París, quien prosa este tomo en dos estancias: “Caídas y exilios” y “Salmos y resurrecciones”.
Un anuncio: la venida de Jesús, escrita en los Hechos, en Timoteo o en Hebreos. Así como anunciado Mesías y su ministerio en Galilea, la muerte en la cruz, la resurrección, el día de Pentecostés, el envío del Espíritu Santo para formar iglesia. Éstas, entre otras, forman parte de algunas de las proclamaciones bíblicas, que se hacen poesía en este libro editado por la Universidad de Carabobo/ Dirección de Cultura, 1974.
La primera persona funda esta prosa en lenguaje de sombras y misterios. El autor se instala en él mismo para pregonar estas noticias, pero igual tocado por el conocimiento de quien intentó alcanzar la cima: Sísifo. Esta combinación devela el deseo de que todo lo que se dice forma parte de la osadía humana.
Dice: “Todos mis pasos son vanos”, “Mi vida es un continuo caer deambular y pensar cosas magníficas”, y un poco más atrás la figura mítica de quien cuyo hígado es mordido por las águilas.
2.-
“No me convenzo ¿no! De otra vida. Este será el viacrucis
que en su mitad ya he cumplido. Caeré y mis cartas dobla-
rán la sonrisa del condenado al momento de la sentencia.
Debo resistir el juego de las manipulaciones en mi vida
de pájaro.
Dirán de mí que fui un místico. La piedad guarda formas
Peyorativas para los caídos. Caeré, es inevitable, los sé por
Los augurios de mi maga de turno”.
El poema es una instalación: el que lo elabora enfrenta la caída, el momento en que el fin se acerca. Saber de antemano que todo ocurrirá, que una voz interior se lo dice, es obra del poema. Quien vive en poesía arrastra muchas voces. Villarroel París se entrega a estas voces e ingresa al mundo de los místicos, de aquellos que han pasado por todas las páginas leídas, por las oraciones ofrecidas a Dios o a algún propósito metafísico. Caer, levantarse. Escribir para que la caída no sea permanente.
Una agonía que avisa del destino. ¿Cuál destino? El hombre se confiesa. Dice sus secretos. Se dice él mismo ante “el amor y el desprecio”, y sigue a paso la decisión de ser un “rebelde existencial”.
La fe es una previsión. Un correlato que advierte de Dios y su presencia, de sus distintas voces y “kerigmas”. Son las nuevas que también oscurecen, porque Dios es un misterio.
3.-
“He vivido como un perro mordiéndome la cola”.
Ver hacia atrás antes del tropiezo. El espejismo es tradición en los desesperados, en lo que no se detienen a cavilar.
Porque “Son muchos los fantasmas que me habitan”.
El hombre, el que habla desde estas oraciones reniega del presente. Se mira en un espejo y traduce:
“Estamos a punto de extinción. Yo el Dinosaurio de los pantanos debo volver a mi antiguo coto”.
La infancia podría ser ese lugar. La poesía siempre busca el niño extraviado hasta descubrirlo anciano, para decir:
“Yo tomo la vida las cosas para saborearlas en su propio brillo”.
4.-
Los habitantes del poema proclaman esas nuevas. Desde las cuevas donde el silencio escondía la fe, hasta el abismo que somos hoy, la poesía podría ser un estruendo. O el silencio más hondo, más doloroso.
Cantar un salmo, decirlo con los labios apretados para no dejar que el mundo anule el origen. Ella, un personaje que existe en medio de los elementos, narrado por la furia del tiempo, por la atmósfera de otro tiempo.
El poema se desata así:
“La que hizo su boca con el Trueno vive en persecución del
Aire. Ella tiene sus sueños ensamblados en el furor de las
Tormentas y pasea su donaire de oca por los suburbios de
viejos iconoclastas. Predice en su bola de cristal las fata-
lidades. Está de frente. Siempre ante una perspectiva in-
clinada sobre el tapiz como un autillo y con sus manos
enganchadas al borde de una túnica rasga el velo de los
Arcanos”.
Siempre hay un viaje. Y un número. Que encajan en la travesía. Entradas y salidas. El tema no se agota: la oración a Dios es continua:
“Los que han besado Padre tus pies y lavado tu cara con el aceite para
glorificar tu nombre. Amén.”
El misterio de la altura. Dios no habla, guarda el silencio entre las nubes. Canta el poeta, el hombre que ora, que anuncia las buenas nuevas. “Entonces, estalla en cánticos/ mi lengua”.
Siete palabras, dice el texto. Las mismas que dijo Aquél, el moribundo. El que luego volvió de la muerte. De aquel holocausto. La poesía no se niega a Dios.
“En parábolas abriré mi boca. En el nombre del Padre Eter-
no, del Sueño Eterno del Alfa y la Omega cubriré tu si-
lencio con el manto de la Tolerancia. Santísimo. Piadosísi-
- Besaré la Aurora en tus mejillas y sentiré la humedad
de tus cabellos, la fragancia Padre de esas lágrimas que
lavan la tristeza de mis resurrecciones. Beberé vino de tus
ánforas y taponearé mis oídos con algodones de los valles
por donde tu pie descalzo fue sangrando. Señor, dormiré-
mos debajo de la higuera. Estaré contigo camino del de-
sierto para juntar sombra con sombra!”
La Biblia habla desde estos textos. El Gran Libro de tus obras, como la califica Villarroel París, este poeta quien afirma que “Las tinieblas no habitarán tu lengua”.
Y como suele pasar, “Todo se ha consumado”.
Cierra el libro, el otro libro, el terrestre, el escrito por este hombre que en la Valencia de Venezuela desarrolló su vida.