Crónicas del Olvido
“LLEGAR A CASA”, DE JOSÉ INIESTA
Alberto Hernández
Para el poeta Francisco José Cruz
1.-
Desde el perfil de algún horizonte es posible ver el ritmo de la tierra. Es posible que desde un balcón se funde el día en los ojos, siempre pasa. Y siempre pasa que ese día viene de una noche crepitante, silenciosa, alegre, vinosa, beneficiada por el pan partido con las manos, como en aquella cena en medio de doce amigos conversadores o buenos oyentes.
Y desde cualquier ventana es también posible saber que existe el universo para el pensamiento, y que este universo se concentra en la casa, en el único lugar donde es posible saberse parte del universo. Como ocurre fuera de ella si creemos que el mar, un río o un paisaje abierto son también la casa. Y así la poesía, tan ambiciosa de palabras, tan llena de energía o vacilante, tan silenciosa como la respiración de un ángel.
Vayan todas esas imágenes para entrar en el ámbito familiar de José Iniesta, quien me ha invitado a “Llegar a casa”, publicado por la editorial Renacimiento/ Calle del Aire, en Valencia de la Concepción de Sevilla, España, en octubre de 2019.
Y es una gran oportunidad para celebrar que la casa sea aposento de una poesía musical, rítmica, tan andaluza como el sol que se multiplica en los amaneceres de aquella bella región peninsular.
Muchas son las voces que hablan de la casa. Antología en todos los idiomas conversan de la casa, con la casa y se hacen la casa con sus adobes y costillas. Iniesta también se abre a la casa como si él fuese un portón, un postigo, una palabra antigua que permita saberse parte de un patio, de un rosal, de un granado, de un pájaro silbante, de una luna o de un sol, de las distintas facetas del día y de la noche.
La casa es el lugar para llegar, para estar, para vivir y morir. Pero sobre todo la casa es el lugar que nos espera. Ella tiene la capacidad de recogernos y hacernos parte de su anatomía. El habitante de la casa es también la casa. Es un pasillo, el techo, el solar, los zaguanes, las puertas, las ventanas, la esposa y los hijos. Y los amigos que han sido invitados a llegar a ella. Y así entro. Así llego de la mano de estos hermosos poemas de José Iniesta.
2.-
Voy, por el poema. Me detengo. Busco en las imágenes. Las palabras se ajustan al acento de quien sostiene el contenido del poema, éste que habla:
“En torno de la mesa/ qué aventura/ servir a mi familia el pan reciente,/ repartirlo en la cena con mis manos./ De golpe todo significa más./ Hoy nada soy,/ ni sombra,/ al alumbrarme,/ aquí con el amor de vuestros rostros…”,
Y así viaja el libro, entre voces, imágenes, una poesía no contenida, abierta a la respiración del idioma. Se trata de una felicidad que se ampara en la gente de la casa, en la plenitud de una música neural, vibrante.
Una biografía del texto delta a quien se aproxima mucho más a la densidad de su intención: decir desde el espacio donde se concentran todas las emociones:
“¿Y qué sentido tiene estar aquí/ ahora,/ haber caído en las profundidades/ del tiempo y despegar sin hacer nada/ en esta mesa hermana de los años,/ mis libros, los papeles, la escritura fluyendo con la sangre hacia la luz,/ cautivo en un poema que no alcanza/ a nombrar con temblor y con belleza/ la casa sosegada, mis desiertos,/ la risa de mis hijos,/ el vuelo de las aves,/ las nubes, qué silencio, la humareda”.
3.-
La luz o la sombra, unas manos, hacen la casa. La mirada la levanta y la estabiliza en los ojos y en el texto. Allí está la madre, el cuerpo invisible de la herencia, la bulla de los niños, el silencio del tiempo, el clima desde el balcón, las ventanas.
Y
“En este patio a oscuras/ sin nadie de la noche,/ ¿cómo es posible ver aquí, como si nada,/ aquella luz del sol/ abrazando los árboles”.
La tradición de un poema que danza en la lengua. Que es la lengua musical, rítmica y cadenciosa desde el alma del autor. Una oración que encierra el mundo. Un verso nada más:
“Dejé mi casa atrás para perderme”.
Y sentir que se llega, que se abre la casa, que se hace casa en todos los sentidos:
“En el sueño llamaba a la puerta”.
Socorrido por ella, por ese portento milagroso, la casa es un personaje vivo. Ya lo han dicho muchos: las casas respiran con nosotros, y “en la noche sin luna que nos une…”, habla, farfulla, se deja oír con sus duendes imaginados y los muertos que un día dejaron de aparecer en los espejos.
“¿Quiénes somos nosotros en la noche?”, se pregunta el hombre y filosofa.
La respuesta está en la misma noche. O en la densidad de quien quiera la respuesta.
4.-
El principio, el final, el tiempo retenido en los extremos. La noche, la madrugada, el amanecer. Quien atestigua acerca del movimiento de la tierra, se embarga de paciencia para ver surcado el cielo por las horas.
“La niebla se disipa y luce el sol…”.
Es una poesía nocturnal, pero también auroral. La sombra y la luz deciden la presencia de las imágenes escogidas para revelarse poesía. Y en el interior del cuerpo, en la fronda de la sangre, donde vive el sujeto que piensa habita un acento, la dicción de alguien que se mira desde el mismo poeta:
“”Hay una voz al fondo de la carne. // Esta ventana sueña otra ventana/ de mi pasado,/ mas soy presente al fin…”
Y la poética que desvela y desvive al creador de estos versos:
“Es el amanecer. Estoy contigo/ ahora…”
(…)
“De la luz a tu luz, y ser lo oscuro…”
(…)
“…bajo el gris de la tarde…”
(…)
“Cada noche converso con la vida/ y está llegando el alba…”
(…)
“Lo que queda del yo se desvanece,/ y es tanta hoy la luz sobre los álamos…”
(…)
“Luce en el vientre tenso de la noche/ y la piedra madre de la luna rota…”
(…)
“Anochece y morimos/ un poco, cada día…”
Ese desvelo por la luz y la sombra habitan el afuera y también la casa, por eso cuando dice:
“Huele la casa a ti”,
Se revela en los espacios, en el afuera de él y en el adentro de ella, el de la mujer que lo habita y el de la casa que lo cobija.
5.-
“Llegar a casa” es una buena oportunidad para no salir de ella y ver desde el balcón caer la noche y aparecer el día.