LA ELUSIVIDAD DE LA PAZ
Gloria Chávez Vásquez
La no-violencia conduce a la ética más alta, es la meta de toda evolución. Seguiremos siendo salvajes, hasta que podamos dejar de perjudicar a todos los demás seres vivos.
Thomas A. Edison
Si fuéramos a describir el edificio que hemos construido en este planeta para la paz, diría que semeja una Torre de Babel en ruinas. Y aparte se nos cae encima. Por eso y por mucho más, siento tener que ser la portadora de este mensaje a los pacíficos y pacifistas:
la paz no es de este mundo. No depende del clima ni del cambio climático. Mientras haya conflictos en el mundo no habrá paz. Mientras haya corrupción en el mundo, no habrá paz. Mientras haya egoísmo, envidia, avaricia, odio, rencor, no habrá paz. Nunca la ha habido totalmente, nunca la habrá mientras la naturaleza del ser humano no evolucione. Abogar por la paz en estas condiciones es absurdo.
Declarado lo anterior, debo decir que la paz es de todos y de nadie. No se trata de una cosa tangible porque proviene del espíritu. Aun así, la paz hay que construirla en el ambiente material, como a un edificio en el que todos y cada uno de nosotros aporta ladrillo y argamasa. Y la mano de obra. Y luego convivimos en él. Con el resto de la humanidad.
En nuestra época no se trata de “reparar” una paz que nos ha sido históricamente elusiva, sino de reconstruirla totalmente y comenzar por unas bases sólidas. Como evidencia cito a algunos referentes que con su experiencia y sabiduría han definido la paz como un privilegio por el que hay que luchar desde nuestro interior y que debe hacerse extensivo al resto de nuestros congéneres.
En su día, Juan Pablo II, manifestó que la paz exige cuatro condiciones esenciales: Verdad, Justicia, Amor y Libertad. Quiéranlo o no, la paz camina más cerca de la gente espiritual que de cualquier otra. Sabiendo esto, el Sumo Pontífice hizo en vida un llamado, no solo a los creyentes de todas las religiones, sino a todas las personas de buena voluntad, para combatir la violencia, la intolerancia y la discriminación, para poder así construir la paz.
En el caso de uno de esos seres de buena voluntad, que dedicó su vida a aliviar el sufrimiento de los más pobres de la tierra y se esforzó por encontrarle hogar a los niños desamparados a pesar de que sus críticos ignorantes tacharon esa labor de “tráfico humano”, la Madre Teresa de Calcuta tuvo la convicción de que la paz comienza con una sonrisa.
No hay camino para la paz, la paz es el camino, nos enseñó Mahatma Gandhi y con ese lema liberó a la India de la opresión inglesa. El actual Dalai Lama, exiliado de su patria por el comunismo chino que subyuga al Tíbet, predica la paz por el mundo diciendo que el mantenimiento de la paz comienza con la autosatisfacción de cada individuo. Tenzin Gyatso cree también que el rencor es el tóxico que nutre a los violentos.
La vocación del monje belga Dominique Pire, fue enseñar a otros a vivir en paz. En su libro Construyendo la paz (1967) este gran hombre escribió: Existe una tentación extremadamente sutil y peligrosa de confundir la paz con la simple ausencia de guerra, como estar tentados de confundir la salud con la ausencia de enfermedad, o la libertad con el no estar preso. La terminología es a veces engañosa. Por ejemplo, la expresión «coexistencia pacífica» significa ausencia de guerra y no verdadera paz.
Poniendo manos a la obra en lugar de predicar, Pire ayudó a los desplazados de la II Guerra Mundial en Alemania y Austria y luego en regiones de la India; organizó las Islas de Paz y creó una universidad en donde entrenaba a mediadores en Resolución de Conflictos.
La comunicación y la colaboración son dos ingredientes vitales en un proceso de paz. Mediar y resolver conflictos siguiendo un protocolo, es una fórmula casi perfecta. El problema resulta cuando la motivación de uno o ambos participantes no viene acompañada de verdad y sinceridad. El obstáculo reside particularmente en el orgullo, la ira, la suspicacia, el engaño, la mentira. La paz debe ir siempre del brazo de la verdad y requiere empatía mutua.
El ensayista estadounidense Ambrose Bierce pensaba que, en asuntos internacionales, la paz es un período de trampas entre dos luchas. Los pacifistas, abogan por la paz en medio de un conflicto, y negocian “las paces” o “la tregua” como en una transacción comercial. Ambos partidos pierden algo y ganan algo.
Pero, ¿Qué es la paz? ¿Es un don? ¿Una fantasía? ¿Por qué no es contagiosa, como un virus? ¿Porque hay tanto disfuncional perjudicando la vida de los demás? ¿Existen tantos insatisfechos consigo mismos en este mundo? ¿Es realista aspirar a la paz en una sociedad donde hay tantos que hacen daño al prójimo?
El escritor rumano-americano, Elie Wiesel trató de darnos una respuesta diciendo que la paz no es un regalo de Dios a sus criaturas sino, nuestro regalo del uno al otro. La persona pacífica percibe la paz como un don y por eso clama al cielo por ella. La falta de respuestas concretas produce desilusión, incredulidad y conduce a muchos al ateísmo.
La paz, según Albert Einstein, no puede mantenerse por la fuerza. Solamente puede alcanzarse por medio del entendimiento. El individuo más sofisticado, educado y disciplinado sabe que hay que vivir y dejar vivir. Es la enseñanza cristiana de no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.
Añadamos el concepto del filósofo Baruch Spinoza, de que la paz no es la ausencia de guerra, sino una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia. Dicen los creyentes como Spinoza, que Dios en las alturas nos dio libre albedrio y por eso no interviene. De vez en cuando algún milagro, alguna casualidad, pero todo está en nuestras manos arreglarlo.
A los que les ha dado por cambiar el mundo a la fuerza y antes que cambiarse ellos, han formado un nudo gordiano que no hay quien desenrede. De ahí que, en un mundo práctico, la paz requiera la separación o eliminación del mal o ente conflictivo. Como un tumor debe ser extirpado para lograr la salud. La guerra es el recurso a la falta de otras alternativas. El escéptico estadista y filósofo romano Cicerón argumentaba que, si se quería gozar de la paz, había que velar bien las armas; “si se deponen las armas no tendremos jamás paz”.
En la historia humana, muchos, al estilo Napoleón o Hitler, se tomaron la guerra como un juego o cuestión de gloria u honor. Porque en un conflicto hay dos o más que pelean por el poder o uno pretende arrebatarlo a otro. Pero lo que no toman en cuenta los megalómanos es que un estado de guerra resulta traumático e impredecible para el resto de la sociedad.
Hay conflictos interminables, que han crecido y mutado con el tiempo, por los siglos de los siglos, como el de la rabia musulmana. Que nació con la decisión de Abraham de no aceptar a Ismael como hijo y heredero. Si, fue una injusticia “local”, pero no como para condenar al resto del mundo a una lucha que ha desembocado en un terrorismo crónico. Estas luchas utópicas y sin salida condenan a montones de grupos humanos, a éxodos continuos, a holocaustos caprichosos dependiendo del César o del Zar, del Ayatola o del psicópata de turno.
Queremos paz, pero permitimos que nos atemoricen y nos gobiernen los violentos. En su masoquismo, hay quienes justifican a los déspotas que sacrifican la existencia en el presente por una supuesta mejor vida, en un futuro incierto.
La explicación a los malos líderes es muy simple, y cito al gran maestro Confucio, cuyo espíritu luminoso insiste en enviarnos inspiradores mensajes en las galletitas de la fortuna: “Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz”
“No se puede separar la paz de la libertad, _dijo acertadamente Malcom X, _ “porque nadie puede estar en paz, a no ser que tenga su libertad”, una proclama evidente del líder negro estadounidense que luchó por los derechos civiles, e irónicamente sacrificado por los violentos de su raza.
El músico estadounidense Criss Jami señala que “Los resentimientos son para aquellos que insisten en que se les debe algo; el perdón, sin embargo, es para aquellos que son lo suficientemente valientes como para seguir adelante”.
Razonamiento que apoya el guitarrista chicano Carlos Santana, cuando dice que la posesión más valiosa de un ser humano que aspira a una vida pacifica es tener un corazón abierto y ser un instrumento de paz.