Editorial

Anonimato – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Anonimato

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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No quiero parecer bien emo, pero… ¿se han dado cuenta de lo anónimos que somos en el mundo, en la ciudad? El anonimato se puede definir como la característica, capacidad o circunstancia en que algo se mantiene indistinguible, lejano, borroso. El anonimato implica una capa protectora para las fechorías, y a veces es usado de manera perniciosa para la sociedad. Otras, ayuda a evitar el escarnio, la deuda, los problemas, y nos mantiene a salvo lejos de miradas indeseadas, de poderes fácticos, de la locura del mundo estructurado que yace por afuera de nosotros. Pero hay otro nivel del anonimato, uno involuntario, que ocurre por y a pesar de nosotros mismos. Existimos en el mundo casi nueve mil millones de personas, todas en circunstancias únicas e irrepetibles, y sin embargo, existimos dentro de una tendencias, un rango, una casualidad multiplicada. Tener el gusto A y B, con la característica C, la condición D, y la oportunidad F, con unas pisca del problema J o la restricción K. Parece imposible, pero estadísticamente, no lo es. No somos únicos, a pesar de serlo.

Tampoco es que sea inconcebible, ya que existimos al interior de una sociedad, de una cultura, de un mercado. Es evidente que algunas coincidencias debemos tener con alguien más dentro de esos 9 mil millones. Y no me refiero a una dopplerganger, esa mítica criatura de la modernidad que acecha nuestras conciencias en el panteón moderno. Desde la economía, la microeconomía, se ha propuesto que existen patrones que sintetizan las experiencias de un grupo determinable de personas, con una dotación de recursos específica, ciertas curvas de demanda y otras características modelables. Es decir, por cada persona única y diferente que somos, hay otro, u otros, que se comportan de manera semejante, y que en términos prácticos, somos parecidos. Existimos por y para la suma de casualidades-consumo que nos hemos construido a lo largo de la vida.

Y pese a eso, somos también anónimos. Comenzando por el Gobierno, para quien somos una cifra, seguidos de las empresas, para quienes somos otra, y para nuestras ciudades, donde somos habitantes que pasan el tiempo en sus asuntos. Nos hemos vuelto anónimos por la dificultad de sobresalir de otros, de conocernos entre todos, de llegar a lugares donde no haya estado nadie antes. Nos mantenemos a la luz, pero poco visibles, ya que la multitud se desborda en cada situación, en todos los espacios, en la totalidad de las experiencias de existir. Y lo más raro es que aunque no somos tan capaces de percibirlo, dentro de nuestras familias, grupos de amigos, el barrio, conforme más interactuamos con otros mediante el internet y otras herramientas, nos damos cuenta de dos cosas fundamentales: la primera, que no interactuamos ya tanto con nuestros núcleos primarios, ya que nuestras nuevas vidas ocurren a través de los datos, las apps, las experiencias virtuales, y; en segundo lugar, que los patrones se imponen sobre nosotros, nuestras familias, nuestras aficiones, nuestros países.

La estandarización de tecnologías, de términos, han generado una pauta de experiencias a las cuales podemos acceder, tanto dentro del sistema como por fuera de ellas, porque repetimos palabras, acciones, y deseos, que tal vez tengamos inscritos en la mente desde nuestro nacimiento. No podemos escapar del legado de nuestros mayores por completo, para bien o para mal, ni de la cultura, ni de la comedia, la fortuna o la probabilidad de que una forma específica de manifestación de la humanidad no se dé otra vez en el tiempo y en el espacio. Además, siendo ya ciudadanos globales, hijos de la red, del conocimiento maximizado por lo instantáneo, también nos desborramos un tanto en los límites, en las posibilidades únicas, en la fascinación de desconocer lo que ocurre más allá de nuestras pequeñas fronteras.

La vida moderna nos ha orillado a una nueva forma de anonimato por democracia, por bastedad numérica, por reiteraciones y repeticiones, y delimitaciones. Lo que comemos, lo que escuchamos, lo que pensamos, armonizado por algoritmos o ideas prefabricadas, preautorizadas, ajenas a cualquier semilla espontanea y orgánica que pudiéramos encontrar por casualidad en viajes épicos. Existimos dentro de una realidad de la que dudamos, con reglas ya fijas, y con revoluciones articuladas y esperadas, con algún grado de libertad formal, pero dentro de una enorme red de caminos ya recorridos. Entonces, viene la valiosa duda existencial sobre sí seguimos manteniendo un poco de cordura ante los demás, o hemos acabado de deshumanizar a nuestra especie mediante módulos, expectativas, y aspiraciones, que estuvieron antes de nosotros, y no lo sé, tal vez continúen después de que desaparezcamos.

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